La presidencia de Donald Trump se ha cerrado de forma trágica y grotesca: cinco muertos en un asalto destartalado al Capitolio, sede del parlamento. En la tierra del presidencialismo, de los checks and balances, del bipartidismo y de la separación y el equilibrio de poderes, se ha verificado una secuencia de acontecimientos excepcionales. El jefe del Ejecutivo ha animado a la multitud contra el Legislativo, convocado en Cámaras reunidas para ratificar las elecciones de su sucesor.
La presidenta de la Cámara de los Diputados ha consultado a los jefes militares, buscando garantías respecto al hecho que el papel del presidente como comandante en jefe no hiciera impredecible el uso de las fuerzas armadas en el interior y en el exterior, incluida lá decisión suprema sobre la disuasión nuclear. Antes del estallido de la crisis, diez antiguos Secretarios de Defensa, de ambos posicionamientos, habían sentido la necesidad de pronunciarse públicamente con el fin de que las fuerzas armadas se mantuviesen al margen del conflicto sobre la sucesión.
La Cámara de los Diputados ha iniciado un nuevo procedimiento de impeachment contra el presidente, acusado de dencitar a la insurrección».
Las principales plataformas digitales, propiedad de grupos privados que controlan una parte decisiva del espacio público de las comunicaciones en red, han desterrado al presidente y silenciado sus mensajes'.
Hace tiempo que reflexionamos sobre la democracia imperialista en el nuevo ciclo político, marcado por el declive atlántico y por la fase descendente de la social de mocratización. En todo Occidente, tras la crisis de 2008 se ha registrado una dificultad de los grupos y de las fracciones fundamentales del capital para mantener con eficacia una base de masa entre la pequeña burguesía, los estratos intermedios y también los estratos asalariados. Esto frente a oscilaciones e insurrecciones electorales promovidas por psicologías sociales atemorizadas por los efectos de la globalización, durante las colisiones históricas determinadas por la irrupción de Asia, y de China y de los flujos migratorios.
Esto se ha combinado con la disfuncionalidad de la democracia televisiva y de los "social media", que ha vuelto a proponer sobre el terreno específico los límites de la crisis del parlamentarismo. Redes y televisiones enfatizan las oscilaciones emotivas de masa además de mediarlas; así como enfatizaban el optimismo durante los años ascendentes del ciclo liberal, ahora exageran incertezas y resentimientos en la fase descendente. La denominada desintermediación, es decir, la posibilidad para los jefes políticos de dirigirse directamente hacia el escenario de los electores, alentar a las aventuras demagógicas y elimina las intermediaciones y la centralización de una línea general de la clase dominante en la competición plural de los poderes políticos.
Durante mucho tiempo América ha sido el símbolo y el modelo político para las democracias occidentales; sus ejes de actuación presidencialismo, bipartidismo, federalismo han inspirado tratados de derecho comparado y bibliotecas enteras de politología. Hoy se enmarca en las televisiones de todo el mundo la imagen de la multitud que se mueve entre las salas del Capitolio, como si fuera Bucarest con la caída de Ceaucescu. Represalias a las revoluciones de color atizadas por todo el mundo, hoy la representación de unos miles de manifestantes que se convierten en el pueblo que asalta el palacio del poder, gracias al amplificador de las televisiones y los social media, se ha puesto en escena en Washington por la dirección de un presidente con un pasado de presentador televisivo.