La UE y el eje renano en la nueva fase estratégica

«Los tiempos en los que podíamos depender completamente de otros, hasta cierto punto han terminado. Es mi experiencia de estos últimos días. Nosotros, los europeos, debemos tomar el destino en nuestras manos». 
Hay frases destinadas a resumir el signo de un período, y tal vez será así para el discurso de Angela Merkel en Múnich el 28 de mayo, en la «carpa de la cerveza» de una iniciativa electoral de la CSU. Otras palabras han precisado su significado: esto debería ocurrir «en amistad» con los Estados Unidos y Gran Bretaña, y «como buenos vecinos» con los demás, incluida Rusia; la relación atlántica continúa siendo crucial. Pero aquel que se ponga «anteojeras nacionales», y no espere al mundo, está condenado a quedarse «al margen». 
Es la línea de la «reciprocidad transatlántica», en el pasado enunciada por Wolfgang Schauble, y es la prospectiva que ya hace veinte años veíamos como «transformación de las relaciones atlánticas». No una ruptura entre Europa y América sino una relación redefinida sobre bases paritarias, donde la UE vería tutelada desde la autonomía estratégica sus intereses específicos de potencia. 

Vendas nacionales en los ojos

Los que no ven «lo evidente a nivel nacional», y no miran al mundo, están condenados a acabar «en los márgenes». Lo ha dicho la canciller alemana Ángela Merkel: hay que aprender de los máximos representantes de la clase dominante, sopena de seguir siendo sus esclavos. El viejo orden mundial se está deshilachando. Nuevos colosos, como China e India, se afirman como potencias globales. Estados Unidos difunde incertidumbre, la nueva doctrina America First debilita las alianzas tradicionales, en Europa y en Japón. Gran Bretaña ha tomado el camino del Brexit en las peores condiciones, con Theresa May fustigada por la apuesta electoral perdida. Posiblemente, Londres busque un compromiso que salve la permanencia en la unión aduanera y en el mercado único, pero la debilidad del aislamiento aterra a la City y al Banco de Inglaterra, ante el espectro de retorno de los años Setenta. La UE ha elegido la contraofensiva. Los plenos poderes conquistados por Emmanuel Macron a paso de carga relanzan el eje franco-alemán, la defensa europea y la integración de la federación del euro. 

Entonces, ¿qué hay que aprender? Primero, hay que conocer los acontecimientos mundiales. Si se mueve el imperialismo europeo, y busca su autonomía estratégica, es porque el imperialismo chino ya está entre los jugadores mundiales, mientras que el imperialismo americano amenaza con arreglársela por su cuenta. Segundo, hay que conocer las clases mundiales. Si la clase dominante en Europa se organiza en los poderes europeos, es vital para los trabajadores pensar de modo europeo para pensar de manera mundial. Miremos la catástrofe de la gauche parlamentaria en Francia, aniquilada en los viejos feudos del PS o reducida a una patrulla que se hace eco desde la izquierda del soberanismo del Front National. Se sueña con un nuevo turno social, la par­tida de retorno a las plazas cuando Macron imponga con sus ordenanzas las liberalizaciones y la reforma del trabajo. La oposición a la reestructuración europea es sagrada, pero el desquite de la plaza es un viejo mito del maximalismo y un sucedáneo del parlamentarismo, si no comprende los verdaderos términos de la confrontación. Una lucha de defensa es posible, aunque al precio de tejer con paciencia una orientación y recomposición de las fuerzas. Y tendrá sentido solo comprendiendo que el campo de batalla es el de Europa. Precisamente, sin «vendas nacionales en los ojos».