Observatorio de España

Next Genetatión EU Y urnas ibéricas

En julio reflexionábamos sobre los efectos políticos de la respuesta europea a la pandemia secular de Covid-19, in primis el plan de transferencias y préstamos de 750 mil millones de euros denominado Next Generation (Ng-Eu), de los que 140 mil millones están des­tinados para España. Observamos «señales de recolocación política» en las elecciones regionales en Galicia y en el País Vasco. 
Entonces valorarnos que, a pesar de la dureza y la complejidad de la crisis, para Madrid era posible la «prospectiva» de un segundo tiempo del nuevo ciclo político, cuyos puntos de fuga habrían sido el plan de recuperación y las reformas estructurales vinculadas al Ng-Eu y, como en el caso italiano, incluso la plena adhesión política a la agenda de la UE. 
En este sentido, las elecciones para la presidencia de la República de Portugal del 24 de enero, y las regionales de Cataluña del 14 de febrero, incorporan dos test para medir los reflejos políticos de la primera fase de la crisis pandémica en el Sur de Europa, y de su gestión por parte de los gobiernos.

Presidenciales en Portugal

Portugal, con 10,3 millones de habitantes y un PIB comparable al de una gran región española como Madrid o Cataluña, ha asumido a partir del 1 de enero la presidencia rotativa del Consejo UE. En Lisboa, el presidente de la República es un cargo que goza de amplias prerrogativas, incluida la de decretar el "estado de emergencia", como en el caso de la crisis pandémica; su elección es por voto directo con posibilidad de segunda vuelta. 
El presidente de centroderecha Marcelo Rebelo de Sousa, del partido Social Demócrata (PSD), ha sido confirmado en la primera vuelta con el 60% de los votos, cien mil más que en 2016. Esto se atribuye, más que a la personalidad y al carisma del presidente, al que todos simplemente llaman "Marcelo", también a su acuerdo con el jefe del gobierno António Costa, del Partido Socialista (PS), y a la buena relación de éste con el PSD, que también es el principal partido de oposición en el parlamento. La colaboración del denominado Bloca Central, en el desafío generado por el coronavirus, es destacada en comparación con los meses de trágicas puestas en escena en Madrid. 
En la campaña electoral el PS incluso ha apoyado la candidatura de Rebelo de Sousa, hasta el punto que la antigua eurodiputada Ana Comes ha recurrido al apoyo de dos partidos de la izquierda ecologista, permaneciendo como segunda con apenas el 13% de los votos válidos. 
La elección de costa confirma el cambio de signo de su gobierno; en 2019, dando un giro centrista, ha abandonado los viejos socios externos, el Bloca de Esquerda (equivalente de Podemos) y el PC portugués, es decir, la coalición de la Geringonca, cuya traducción se aproximaría a "artilugio", con el que había estado pedaleando durante toda la legislatura anterior. 

¡Llega Chega! 

Sin embargo, también en virtud de sus dimensiones reducidas, Portugal ha gozado de mayor estabilidad política respecto a España, al no registrar empujes centrífugos comparables a los encarnados por el independentismo catalán o por el leghismo del Norte de Italia. Pero los estratos que se consideran 
"perdedores de la globalización", golpeados por una segunda crisis en diez años, también han vuelto a expresar su jacquerie en las urnas, con el nuevo protagonismo del partido de extrema derecha Chega!. Al obtener el tercer puesto con medio millón de votos, el 12% de los expresados, pone fin a la «excepción portuguesa». 
Chega significa "basta" y también "llega", como el término genovés cega con el que comparte el origen del latín plicare, en referencia al gesto de plegar las velas cuando termina el trabajo de los marineros. El partido homónimo nace como movimiento dentro del PSD, con una génesis muy similar a la de Vox en España, a la que se unen los tonos marcadamente racistas y xenófobos, pero no solo eso. 
Su líder André Ventura (Algueirao, región de Lisboa, 1983) ha considerado como «histórico» el resultado porque «reconfigura la derecha en Portugal». En la Voz de Galicia el escritor Miguel-Anxo Murado recuerda que Lisboa, antes de la aparición de Chega!, «ni siquiera tenía una derecha debido a la cultura política heredada de la revolución de los claveles de 1974». En aquel momento la transición a la democracia, desencadenada por la crisis de las guerras de descolonización de Angola y Mozambique, y por la urgente necesidad de adaptarse al vínculo europeo, asoció el término «derecha» a la anterior dictadura (1926-1974) comenzada con António de Oliveira Salazar (Vimieiro, 1889 - Lisboa, 1970). De hecho «el Partido Social Democrata que ha ganado las presidenciales en realidad es de centroderecha, mientras que el Centro Democrático Social que apoyaba igualmente la candidatura de Rebelo de Sousa es, a pesar del nombre, un partido conservador de derechas». 
Es muy pronto para valorar cómo incidirá el nuevo actor en la política lusa, pero Ventura ya en 2019, entró en parlamento como único representante del partido que se define «antisistema», detrás de las cámaras aseguró a El País que no habrá un «Portugalexit» y de estar más bien «a favor de una Europa fuerte y un ejercito común europeo muy fuerte». Una posición probablemente reforzada por la prospectiva de Lisboa de recibir 26 millones del Ng-Eu, más del 12% de su PIB, y en proporciones similares a los fondos asignados a Madrid. 

El ombligo catalán 

Por el contrario, no solo el prolonga­do «clima de notable estabilidad por­tugués», como lo define El País, hace resaltar los desequilibrios españoles, sino que también la recomposición de la crisis romana vuelve a encender la atención europea sobre Madrid, mientras que el calendario electoral la lleva de nuevo a observar a su ombligo catalán, en el que desde hace diez años acumula los peores escombros políticos de sus crisis. 
Esta vez el Partido Socialista de Catalunya, la federación local del PSOE, ha quedado el primero, presentando como candidato al ministro de Sanidad, el católico Salvador llla. El «ministro tranquilo» ha ganado esencialmente el plebiscito sobre la gestión de la crisis sanitaria: el suyo es el único gran partido que gana votos respecto a 2017. 
Por otra parte, Los Comunes (EPC­PEC), la marca local de Podemos, aunque mantiene sus 8 escaños, pierde el 40% de los votos. 
De la misma forma la línea del PP de Pablo Casado mantener alta la tensión con el gobierno para competir con la extrema derecha de Vox es castigada y, también debido a los escándalos de corrupción acumulados, tampoco consigue aprovechar el espectacular colapso de Ciudadanos (Cs). Vox pone fin a la «excepción catalana», convirtiendo se en líder local de la derecha española; sin embargo, ésta en su conjunto se ve fuertemente reducida. 
Finalmente, los independentistas, a pesar de las escisiones y divisiones internas, celebran la "victoria" de su bloque: en su conjunto pierden un tercio de votos, pero ganan 4 escaños. Superan el umbral del 50% de los sufragios, pero, tal y como sostiene el director adjunto de La Vanguardia Enrie Juliana, solo sumando el «independentismo light» de los restos del PDECat. Su peso sobre el electorado sin embargo desciende del 37 al 27%: entre separatistas y unionistas, gran parte ha preferido la abstención, que se ha redoblado (48%). Queda por desenredar el nudo de la composición del nuevo Govern y del efecto que tendrá sobre Madrid. Esquerra Republicana (ERC), que ha ganado la batalla interna en el bloque independentista, a comienzos de campaña se ha desvinculado de la geometría variable de Pedro Sánchez, votando sobre la governance de los fondos Ng-Eu, junto a JxCat (derecha catalana), PP y Cs. Una ley que ha pasado con el Sí de los vascos de Bildu y la benévola abstención de Vox. 
Aunque el 9 de febrero en el Europarlamento, lejos del teatro de la campaña electoral, se realineaban casi todos sobre el Sí, a excepción de Vox y Bildu que se abstenían. Fuera de la tragicomedia nacional en España, los actores políticos ibéricos en presencia de los fondos Ng-Eu se ven empujados al realismo. 

Eurosolubles

Antes de que llegaran las bolsitas y cápsulas monodosis, había un polvo liofilizado soluble al instante, que por sí solo no es comparable a un auténtico café espresso. Ahora bien, hace tiempo que seguimos las peripecias de los soberanistas y populistas con la idea de que su futuro político dependiera de mostrarse eurosolubles. Haciendo referencia a los rasgos securitarios, xenófobos y hostiles hacia los inmigrantes, que se han convertido en moneda corriente en el debate europeo, hemos escrito que la "Europa que protege" podía haber utilizado el gruñido antiinmigrantes de los soberanistas, sujetándolos con la correa del consenso estratégico europeísta. 
Dicho y hecho. Tanto en Italia, como en Francia y en otros países europeos, ese fenómeno está en pleno desarrollo. En Italia el partido Cinque Stelle ya había emprendido su camino de conversión hace un año y medio, encargados nada menos que de la guía de la diplomacia italiana. La Lega incluso se volvió europeísta en una noche. En Francia una operación similar se apodera del Rassemblement National de Marine Le Peo: cambia la relación con Europa, ya no se habla de Frexit, y el euro se ha convertido en una moneda que protege. Por supuesto, es una señal de los tiempos: el soberanismo navega en malas condiciones, la pandemia secular no es cosa de aventureros y aficionados, y Donald Trump, el soberanista al mando en la Casa Blanca, se ha marchado de forma trágica y grotesca. Pero, sobre todo, es la señal del dinero de Europa con su plan de relanzamiento, al que nadie quiere renunciar. 
Draghi, Macron, Merkel, junto con los demás líderes del Viejo Continente, serán los intérpretes de más alto nivel de las directrices estratégicas de la UE, con la tarea de dirigir una reestructuración europea que marcará la próxima década. Será una batalla larga y un desafío temible para una oposición de clase. El enemigo está en nuestra casa: disfrazado de Europa que protege, el imperialismo europeo prepara nuevos conflictos en la contienda mundial y nuevas guerras. Con mayor razón no hay motivo para tragarse la bazofia de su transformación integral e instantánea. Hay otra política, la política comunista, hecha de seriedad, de conocimiento y de pasión por la lucha. Oposición proletaria al imperialismo europeo. 


La puesta en marcha del gobierno de Draghi ha reanimado a cúpulas sindicales, ansiosas de ser «implicadas» por el «gobierno de todos», especialmente en la era del Recovery fund. Es «concertación» la palabra a la que se hace referencia con más frecuencia en los comentarios sindicales. Lo es de modo explícito por parte de la CISL de Annarnaria Furlan, que pide «un gran acuerdo concertado» (II Messaggero, 8 de febrero). Pierpaolo Bornbardieri, secretario de la UIL, añade que «la concertación debe convertirse en un método para ayudar al país a recomen­zar», y también Maurizio Landini, de la CGIL, ve la «novedad» en el hecho de que «los interlocutores sociales se han involucrado en la fase de institución del nuevo gobierno» ("Conquiste del lavoro", 11 de febrero).

Dos etapas de la política imperialista europea 

En ese sentido, se desperdician las referencias al gobierno Ciarnpi de 1993, olvidando que esta «concertación» sirvió para contener el coste de la mano de obra. En cambio, viene negada cualquier similitud con el gobierno Monti, nacido en 2011 después de que Mario Draghi, corno presidente entrante del BCE, envió junto con el saliente JeanClaude Trichet la "carta secreta" al gobierno Berlusconi, solicitando intervenciones sobre las pensiones, el empleo público y reformas en la contratación y el mercado laboral: en definitiva, la «cura alemana» pagada por los trabajadores. 
No hay duda de que hoy nos encontrarnos en un segundo tiempo de la política imperialista europea, el del relanzarniento postpandernia. Pero es superficial pensar que la función de Draghi es simplemente gastar cientos de miles de millones. No se debe pasar por alto que este río de dinero fluye por el cauce de la reestructuración europea, y se da con la condición de reformas estructurales, incluida la transición energética, con miras a elevar la productividad del sistema en general y de las empresas en particular. 
También en el sindicato, todo esto impone un salto: si la reestructuración es europea, si el gobierno de Draghi es "europeo", es en ese nivel donde se debe jugar la partida. «Levantar la mirada», corno invoca Landini, requiere estudio, visión y organización de un verdadero sindicato europeo. 

Desempleo y falta de contratación 

En el frente laboral, la primera fecha límite del nuevo gobierno es el 31 de marzo con el fin de la congelación de los despidos y los ERTE por la Covid. La demanda sindical es de prórroga hasta el final de la emergencia. Desde la patronal, en cambio, ya llegó la petición de su presidente Carla Bonorni de levantar el bloqueo a los des­pidos y prolongar el CIG-Covid solo a empresas en grave dificultad, eliminando las limitaciones para las demás ("La Starnpa", 4 de febrero).
En caso de eliminar el bloqueo, sin embargo, muchos esperan cientos de miles de nuevos desempleados, los que se sumarían a los 444.000 puestos de trabajo perdidos en 2020, según cálculos del ISTAT. Hay también otro dato a tener en cuenta. El boletín trimestral de Unioncamere y ANP AL prevé una reducción de las contrataciones en casi un cuarto con respecto a hace un año, con un pico del 4 7% en los sectores de alojamiento y restauración: a los despidos hay que añadir, por tanto, la falta de contratación. Con una paradoja, pero no nueva: un tercio de las contrataciones previstas en el período son difíciles de realizar por falta de mano de obra, sobre todo en lo que respecta a técnicos y titulados, pero también de trabajadores del sector metalcánico ( fundidores, soldadores, fabricantes de herramientas, etc.). Pero la idea de que un camarero despedido pueda de repente convertirse en soldador deja a algunos perplejos. 

El convenio de los metalúrgicos 

Mientras tanto, en febrero se llegó a un acuerdo para la renovación del convenio de los metalúrgicos. La cifra del aumento salarial obtenido (112 euros mensuales en el 5° nivel) se encuentra a medio camino entre la demanda sindical (alrededor de 150 euros) y la oferta patronal de 65 euros. Pero en la cuenta hay que considerar que tal aumento, dividido en cuatro tranche, entrará en vigor en junio de 2024, cuatro años y medio después de la expiración del convenio anterior ( diciembre de 2019). Ciertamente se trata de un aumento salarial superior al arrancado en el acuerdo de 2016 cuando, también debido a una precipitada elección sindical, se limitó solo a la recuperación de la inflación. Pero sobre las ganancias reales hay una cláusula: salvo acuerdos específicos, el aumento absorbe los "super mínimos", una partida de los salarios a nivel empresarial o individual particularmente extendida en los estratos administrativos y técnicos, que pueden así encontrarse con un aumento inferior o incluso nulo. 
Dicho esto, es extraño escuchar de los líderes sindicales himnos al «resultado extraordinario»: así se han expresado Francesca Re David de FIOM-CGIL como Roberto Benaglia de FIM-CISL. Quizás es una reacción al sorteado peligro de una no renovación. Sin embargo, no parece el caso ni de exaltarse ni de condenarse: se trata más bien de tomar nota de un acuerdo determinado por la situación no ciertamente favorable para nuestra clase, una base sobre la que asentarse para dar pasos futuros hacia adelante.

Estratos salariales profundos en la Europa opulenta 

En el abanico de estratificaciones de clase no podemos olvidar los estratos profundos, los que más han pagado y están pagando por la crisis inducida por la pandemia. Incluso en la patria de la economía social de mercado, Alemania, terminan siendo abandonados. La denuncia proviene del semanario Die Zeit del 28 de enero. Muchos han perdido sus minijobs. No solo eso: si bien es cierto que la inflación se ha estancado en el 0,5%, los precios de los productos de primera necesidad han subido un 2,4% en 2020, afectando justamente a las rentas más bajas. Es más: el cierre de las escuelas y jardines de infancia ha provocado la falta de alimentación gratuita para los niños. Moraleja: «los pobres se han vuelto aún más pobres». «Muchos han sido ayudados (Kurzarbeiter, empresas, autónomos, estudiantes, familias), pero no los más pobres». 
Un estudio del Instituto de Ciencias Económicas y Sociales WSI, cercano a los sindicatos, calculó que en Alemania, frente a una pérdida media del 32% en los salarios provocada por la crisis, los tienen unos ingresos inferiores a 1.500 euros mensuales han perdido un 40%: «quien tenía menos ha perdido relativamente más» (Han delsblatt, 20 de noviembre de 2020). 
El fenómeno de los working poor, es decir, los asalariados con ingresos inferiores al 60% de la media, está en el centro de un análisis del sindicato europeo CES, basado en datos de Eu­rostat: en la UE casi uno de cada diez trabajadores (9,4%) entra en esta categoría y su número ha crecido en un 12% en el año de la pandemia. Se trata a menudo de jóvenes con trabajos temporales o de media jornada e inmigrantes. 

El círculo obrero en las estratificaciones salariales 

Otro estudio de la Comisión Euro­pea, de abril de 2020, estima que los inmigrantes son precisamente el 13% de los llamados trabajadores «esenciales»; y en algunos sectores son literalmente «esenciales para cubrir roles vitales». Son más de un tercio en limpieza, más de un cuarto en construcción, un quinto en cuidado de personas y en la industria alimentaria, un sexto entre conductores. El documento europeo señala que «entre los inmigrantes, los trabajadores poco cualificados están sobrerre presentados en una serie de ocupaciones clave, vitales en la lucha contra la Covid-19, mientras que su valor es a menudo pasado por alto». 
Es a todo este amplio espectro de estratificaciones salariales, desde el metalúrgico al joven dependiente de los servicios hasta el inmigrante, hacia donde se dirige la actividad de los círculos obreros, para defender las condiciones de trabajo y de vida y para unir a la clase en la estrategia de la lucha por el comunismo.