Juegos de influencias en la guerra de los generales sudaneses.
El «Sudán moderno es un producto artificial», escribe Robert O. Collins, historiador estadounidense, especialista de historiografía africana y sudanesa: el tercer Estado africano por extensión, con 1,8 millones de quilómetros cuadrados, es fruto de las politicas coloniales turco-egipcias y anglo-egipcias a lo largo de dos siglos.
Collins continúa explicando que, esquemáticamente, en el plano etno-lingüístico el colonialismo británico dividía a la población, hoy de 45 millones, entre «árabes» y «no árabes». Los primeros predominaban en el Norte y a lo largo del valle del Nilo; los segundos, en el Sur y en el Oeste. La región occidental de Darfur (Casa de los Fur) era un sultanado con mayoría no árabe, anexionado al «con junto anglo-egipcio» de Sudán solo en 1916, es decir, 40 años antes de la independencia formal del país. Hasta 2011, Sudán incluía también al actual Sudán del Sur, la región del sudd (pantano en árabe), de mayoría no árabe, ampliamente animista, cristianizada con el apoyo de Londres a finales del siglo XJX.
El mosaico suaanes
En realidad, Sudán, debido a su enorme extensión geográfica, es un mosaico de más de 400 grupos emolingüísticos. Una de sus principales dinámicas históricas es la relación conflictiva entre los awlad al bahr, los "pueblos del río" (el valle del Nilo), y los awlad al gharib, los ''pueblos del Oeste". Los primeros, en su mayoría árabes, en esencia han monopolizado los instrumentos del poder político, económico y militar desde el periodo egipcio otomano, definido localmente corno la «Turkiya». Los segundos expresan tanto confederaciones tribales beduinas de origen árabe como poblaciones africanas islámicas, ambas marcadas por un rencor tradicional hacia los primeros, en virtud de su exclusión económica y política y por resistirse a los intentos de centralización, también de naturaleza religiosa.
Lo mismo pasaba con las poblaciones del Sur, hostiles a los procesos de arabización e islamización del Estado llevados a cabo desde inicios de los años Setenta del siglo pasado. Collins escribe que dichas poblaciones definían a las del Norte como mudukuru, literalmente «aquellos que se levantan al amanecer para tomar a esclavos». Si la práctica del «saqueo», las expediciones para capturar a esclavos, posee una historia milenaria, durante la Turkiya era una de las principales actividades económicas, amplificada asimismo por el tráfico de marfil en la segunda mitad del siglo XIX.
La tensión entre centro y periferias atraviesa además la dimensión religiosa. En un país que es islámico en un 97%, las cofradías sufíes (el Islam popular, típicamente rural) han resistido mucho tiempo tanto a las fórmulas de un Islam ortodoxo de matriz egipcia, reforzada con la ayuda británica, como a las del Islam político expresadas por la Hermandad Musulmana, tradicionalmente urbana. Dichas cofradías sufíes, que a su vez compiten entre sí, han expresado los principales partidos políticos sudaneses, como la Umma. Del sufismo, en una variante activista, surgió entre 1885 y L898 la Mahdiya: un «Estado democrático» que se oponía al control anglo egipcio de Sudán. Algunos historiadores han visto en él a un embrión de movimiento anticolonial aunque su aglutinante religioso reflejaba la hostilidad a la tasación y a los intentos de eliminar la práctica esclavista por parte de la «segunda Turkiya» (Turkiya al chaniya), el bloque anglo-egipcio de Sudán, extendido a partir de 1882 y formalizado en 1899 (A hiscory of modern Sudan, Cambridge, 2008).
Cruce de influencias
Al confederar tribus y clanes árabes sudaneses, la Mahdiya logró dotarse de una fuerza militar propia, los ansar (partisanos de la fe) y expulsar las fuerzas egipcias del país, dando lugar a una serie de conflictos sea con el Imperio etíope sea con las diversas potencias coloniales europeas. El Estado implosionó en 1899 tamo por la acción militar británica como por las propias contradicciones internas.
El dominio de Sudán por parte de Londres se volvió más estrecho con el fin de garantizar el control sobre el curso del Nilo, vital para aquel sobre Egipto y sobre el canal de Suez. Durante el siguiente medio siglo, Inglaterra adoptó una política diversificada en Sudán: mucho más centralizada en el Centro Norte y de «dominio indirecto» en el resto del país, administrado mediante los notables locales. El mayor grado de centralización relativa en el Norte siguió el modelo egipcio tanto en la burocracia como en las fuerzas armadas, cuyos mandos tradicionalmente se han formado en el Cairo
La relación entre Egipto y Sudán ha sido tan simbiótica como antagónica. Sudán, país que hace de cremallera entre la península árabe, Sahel y el Cuerno de África, es vital para Egipto para garantizar el flujo de las aguas del Nilo, pero representa también su directriz africana, o sea continental, y hacia la península arábiga. A su vez, desde 1967, el tablero de ajedrez sudanés se ha utilizado en La política africana de Israel, en combinación con Etiopía. En los años Ochenta, la Libia de Gadafi tenía la ambición de dar vida a un «imperio africano», abriendo una controversia en el Chad con ambiciones sobre el Darfur. Desde 1973, las petro-monarquías del Golfo han visto en Sudán un terreno de reciclaje de la renta petrolera, una cuenca de fuerza de trabajo y materias primas y un vector de proyección político-religiosa hacia África. Un juego de influencias que los regímenes de Jartum han explotado desde siempre.