La falla de Europa del Este vuelve a moverse

En diciembre de 2012, en Dublín, la secretaria de Estado Hilary Clinton definió la Unión euroasiática promovida por Vladimir Putin como un intento de reconstruir la URSS, y sostuvo que los Estados Unidos buscarían la manera de “ralentizarla o impedirla”.

Es difícil decir cómo esa declaración refleja la línea efectiva de la Casa Blanca.  Como ocurre a menudo en la superficie del ciclo político estadounidense, donde los vencimientos de la política interna toman las direcciones de la política exterior y se les superponen, puede que esas palabras, más que la secretaria de Estado, fuese la Hilary Clinton candidata las próximas presidenciales norteamericanas, de cara a dirigirse a la corriente del intervencionismo liberal tan enraizado en el Partido Demócrata.

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Moscú pone al amparo a Crimea y la flota de Sebastopol

Después de veinte años desde el final de la URSS, la crisis actual en Ucrania, unida a la anexión de Crimen en la Federación Rusa, es también la ocasión para una reflexión sobre el liderazgo político, tanto en Kiev como en Moscú.

Ucrania tiene una conformación compleja, producto de su historia.  Hace mucho tiempo escribimos de “cuatro Ucranias” (“Quatro Ucraine e una Russia”, Lotta Comunista agosto-septiembre de 1991).  Al Oeste, con Leópolis (Lviv), durante mucho tiempo bajo el control polaco y austro-húngaro y de tradición católica; y al Este con Járkov, Donetsk y Dnepropetrovsk, el “cinturón del óxido” industrializada entrelazada con el aparato productivo ruso, se debe añadir Kiev, la “capital mediana”, a menudo atormentada por facciones opuestas, y el Sur, la así llamada “Nueva Rusia”, en la orilla del Mar Negro a partir de Crimen, colonizada por los rusos en el Setecientos.

A esta compleja conformación interna hay que sumar su colocación fronteriza, sancionada por el mismo nombre (krajna, extremidad), que ha sometido históricamente a Ucrania a las presiones convergentes y al mismo tiempo atormentadoras de las fuerzas exteriores: polaco-lituanas y mogolas en la tardía Edad Media; rusas, turcas y austriacas en el Ochocientos; Rusia y Unión Europea hoy, con incursiones divisionistas estadounidenses.

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Las falsas conciencias burguesas, reveladas por la ciencia marxista

Habiendo analizado las bases históricas reales, económico-sociales de la Ilustración, Marx y Engels pueden escribir en La sagrada familia, de 1844, que si el materialismo cartesiano termina en la ciencia natural “otra orientación del materialismo francés desemboca directamente en el socialismo y comunismo”.

Karl Marx, en El 18 Brumario de Luis Bonaparte, 1852: “Los héroes, al igual que los partidos y la masa de la vieja Revolución Francesa, cumplieron con traje y frases romanas, la tarea de sus tiempos, aquella de liberar de las cadenas e instaurar la moderna sociedad burguesa.  Una vez instaurada la nueva formación social, desaparecen los monstruos antediluvianos; y con ellos también la romanizad resucitada  las ilusiones burguesas de sus luchas”.


Arrigo Cervetto, en La difícil cuestión de los tiempos (Ediciones Science Marxista, 2010): “Si es lento el tiempo de desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad burguesa en formación en el seno de la vieja sociedad, aún más lento es el tiempo de la toma de conciencia. Pero cuando, al final de la tortuosa travesía de los siglos, la burguesía a través de sus representantes más intrépidos y libres de condicionamientos, alcanza el umbral de la ciencia aplicada a la sociedad, inmediatamente se retira porque ya se ha convertido en la clase dominante de la economía y de la política.  Ha llegado al análisis científico de las relaciones sociales precisamente en el momento en que se vuelve la más interesada en sus mistificaciones”.

“La concepción materialista de la historia se forma en la crítica y negación de la concepción idealista, característica de las corrientes burguesas reformistas, que ve la evolución teórica como un progreso. La concepción idealista y progresista de la historia, ha sido el arma ideológica que ha acompañado la ascensión de la burguesía en su victoria contra la aristocracia. También ha marcado sus tiempos psicológicos a lo largo de los siglos. Era natural que se difundiese en la pequeña burguesía y en el proletariado. Ironía de la historia es que la difusión máxima se produzca cuando, devastada por dos guerras mundiales, la gran burguesía internacional perdió cada vez más la fe en su progreso y llegó al cinismo de la democracia imperialista”.