Misiles, urnas y coaliciones en la guerra de Gaza

Simon Sebag Montefiore, ensayista británico, en la obra Jerusalén: biografía de una ciudad (Mondadori, 2018) evoca el llamado «síndrome de Jerusalén»: una condición «psicológica» pero también «política», donde la confrontación entre «pasiones devoradoras y sentimientos invencibles, impermeables a la razón» hace que a menudo domine la «ley de las consecuencias no deseadas». Una condición que, quizá, se pueda extender a toda la historia de Oriente Medio. 
En mayo pasado, el detonante para la "guerra de los once días", el cuarto conflicto de baja intensidad en Gaza, fue una causa inmobiliaria: desalojo de algunas decenas de familias palestinas, en el barrio árabe de la ciudad, Sheikh Jarrah, reivindicado por una asociación de colonos judíos según un contrato de venta firmado con las autoridades otomanas en 1876, en la época de la primerísima inmigración judía a Palestina. El barrio debe su nombre al médico personal del Saladino, el jefe militar kurdo que, en 1187, reconquistó la ciudad tras luchar contra los cruzados. En la época del mandato británico allí residía el gran muftí de Jerusalén, Amin al-Husseini, y en 1944-45 se abrió la primera sede de la Hermandad Musulmana, de la que Hamás es una filial. 
Según la tradición judía, en una cueva en las afueras del barrio estaría la tumba de Simon Hatzadik (Simón el Justo), importante figura religiosa del siglo III a.c. Para Montefiorem, sería una leyenda, al tratarse de una tumba romana de cinco siglos después. Historia, mitos, creencias y pasiones se han ido sedimentando a lo largo de casi tres mil años. Esto como demostración de la tosquedad del acercamiento de Donald Trump, con el alardeado «acuerdo del siglo» de 2017. 

Los misiles electorales de Hamás

Alrededor de la cuestión de Sheikh Jarrah se han entrelazado las manifestaciones de la derecha religiosa judía, para celebrar la conquista de Jerusalén Este en 1967, las previsibles contramanifestaciones palestinas, culminadas en el bloqueo del acceso a la explanada de las Mezquitas, y luego su desalojo por parte de la policía israelí, con centenares de heridos y detenidos. Mahmoud Abbas, presidente de la Sulta, la Autoridad Nacional Palestina que administra Cisjordania, ha aprovechado la ocasión para suspender la jornada electoral de las legislativas y presidenciales, la primera desde 2006, en la que había aceptado participar también Hamás, el movimiento islamista que controla Gaza. 
Entre los motivos de Abbas está el haber excluido del voto a los ciudadanos palestinos de Jerusalén. Sin embargo, según la opinión de los observadores, el problema sería la creciente disidencia interna en Fatah, el partido de Abbas, unido al temor de que, al igual que en 2005-2006, de las urnas salga vencedor Hamas, tanto en Gaza como en Cisjordania. En aquel momento, Hamas, el Movimiento de la resistencia islámica (el acrónimo en árabe significa «fervor», «entrega»), obtuvo el 56% de los votos contra el 44% de Fatah. Este año se habían presentado una treintenade listas electorales, con Fatah mismadividida en tres.
Excluida de las urnas, Hamas actúa en las plazas y, tal y como escribe el Hindustan Times de Delhi ha elegido «llevar a cabo su campaña electoral en Cisjordania» a golpe de misiles Qassam: unos 4.000. Simbólicamente, ha abierto el enfrentamiento con los primeros disparos hacia Jerusalén y después contra los mayores centros urbanos israelíes, incluida Tel Aviv, desencadenando la represalia militar. En la jerga de las IDF, las fuerzas armadas del Estado judío, la «guerra a distancia» contra Hamás, efectuada con drones, ataques aéreos y artillería, se la conoce como «crasquilar el césped». En pocas palabras, significa degradar las capacidades militares de Hamas y minar, en cierta medida, aquellas económicas. Gran parte de los misiles de Hamas, que pasó de usarse para el terrorismo suicida en la segunda lntifada de 2000-2005 a la guerrilla balística, ha sido interceptada por el sistema antimisiles lron Dome, se dice que hasta en un 90%. Todo el ejercicio ha costado más de 260 víctimas, en gran mayoría palestinos.
 

Un veneno nuevo

El Grupo de los Siete, cúspide de la OTAN, bilateral entre Estados Unidos y Europa: se reúnen las potencias del viejo orden internacional centrado en la Alianza Atlántica y en Japón; el gran problema es precisamente la crisis del orden, que ya había empezado a tambalearse con el nuevo siglo. Se trata de China: en cuarenta años ha crecido a un ritmo sin precedentes; en los últimos veinte años ha madurado, convirtiéndose en potencia del imperialismo; en los próximos diez o quince años se va a afirmar en los sectores de la alta tecnología, va a disputar las materias primas para su propia expansión, va a exportar sus capitales por la Ruta de la Seda, se va a dotar de misiles, submarinos, aviones y portaaviones proporcionalmente a su importancia mundial. 
Para las viejas potencias, el dilema es cómo negociar con Pekín o cómo abordarlo. Por el momento, Europa no cede a las presiones de las corrientes americanas que desearían una contención asertiva de China; en las tres cumbres del Viejo Mundo se considera a Pekín al mismo tiempo como partner, como competidor y como rival: de alguna manera, es la vieja Europa la que ha frenado a Estados Unidos. En verdad, nadie sabe decir realmente cómo acabarán los próximos quince años. En la historia, no ha habido nunca un desplazamiento de potencia tan colosal, y ninguna transición a un nuevo orden se ha llevado a cabo nunca de manera pacífica. Si se discute cómo coexistir con el nuevo gigante asiático, se multiplican a la vez los planes de rearme; Taiwán y el Mar Chino Meridional son los nuevos teatros en medio de las planificaciones militares. 
El socialimperialismo es una política imperialista disfrazada en la retórica social y colectiva. Hay un veneno nuevo difundido por la clase dominante, a saber, la idea de que China, gigante del capitalismo de Estado y autocracia tecnológica devoradora del medio ambiente, sea el adversario de un capitalismo democrático y ecológico de las viejas potencias liberales. Por su parte, el socialimperialismo en China celebra la irrupción en el desarrollo global como una revancha precisamente sobre las viejas potencias, contrapaso al siglo de la humillación sufrida durante la era colonial. 
Tan solo el principio internacionalista, la unidad de clase contra todas las potencias y todos los imperialismos, puede hacer frente a las nuevas ideologías dominantes. La defensa de clase ha de organizarse en todos los aspectos, tanto en las condiciones materiales como en los cerebros: al igual que hemos luchado en la pandemia secular, de la misma forma hay que contrastar los venenos nuevos de la movilización imperialista. 

En mayo de 1988, Arrigo Cervetto escribía que la política reformista «no determina sino que sufre el desarrollo de las fuerzas productivas»: «Pretende reformar, programar y planificar, poner las riendas y cabalgar la economía burguesa, convirtiéndose en su triste Rocinante». Notemos que la comparación no es ni tan siquiera con Don Quijote sino con su caballo. 
Bien visto, ese juicio, dirigido a las corrientes reformistas en el movimiento obrero, puede valer para toda la burguesía. La fantasía de poder «cabalgar la economía» ha sido arrollada por la pandemia. 

Costes humanos y sociales para nuestra clase 

También a las clases dominantes de los países más desarrollados les ha pillado desprevenidas el virus que, si bien inesperado en las formas, se esperaba de todos modos. Y esto no por incapacidad, sino por estar sujetos a la lógica de la ganancia. Esto no le ha salido gratis a nuestra clase. 
El balance más trágico es el de los muertos en el trabajo, a menudo debido a la falta de los dispositivos de protección más básicos: en el año de los confinamientos y de las fábricas cerradas, los fallecimientos crecieron en Italia un sexto con respecto al año precedente, afectando sobre todo a las categorías mucho más expuestas, que van desde la sanidad hasta la logística, pasando por el comercio. En Francia, un estudio del Dares, el departamento de investigación del Ministerio de Trabajo, considera que el 28% de los empleados contagiados ha contraído el virus en el lugar de trabajo (o in itinere), los dos tercios eran enfermeros y comadronas (Le Monde, 31 de mayo). 

El mismo estudio registra que incluso quienes han seguido trabajando han visto empeoradas sus condiciones: para un tercio ha habido una «imensificación» de las tareas, especialmente en la Sanidad, en la asistencia social, en la Educación y en el comercio al por menor; para otra décima parte se ha tratado de una auténtica sobrecarga de trabajo, con turnos más frecuentes y aislamiento. Todo ello ha arrojado un resultado sorprendente: más contagios entre quienes han realizado teletrabajo con respecto a quienes se han quedado en la oficina; la explicación de dichos contagios estriba en el hecho de que una mayor presencia en casa, sobre todo si es angosta y abarrotada, los ha favorecido. 

Puestos conservados y puestos perdidos 

Luego está el capítulo de la pérdida de trabajo. En los países desarrollados esto ha sido mitigado por las diferentes formas de subsidio del paro, para compensar (solo parcialmente) las reducciones de jornada, un instrumento usado en mayor medida con respecto a la anterior crisis financiera. Por ejemplo, en Alemania en la primavera de 2020 se vieron afectados 6 millones de trabajadores, frente a los 1,5 millones de la anterior crisis (IZA Research Report, 18 de mayo). El modelo europeo continental ha conquistado también al Reino Unido, donde en mayo de 2020 casi 9 millones de trabajadores tuvieron esquemas reducidos de trabajo (furlough scheme). 
Por tanto, en general, las tasas de desempleo (oficial) en Europa no han aumentado mucho (0,2 puntos porcentuales en la UE de 27, frente a 1,5 puntos en 2009-10), pero a esta cifra hay que añadir un paralelo, e incluso mayor, deslizamiento hacia la inactividad de quienes, tras haber perdido el trabajo, no han tenido ni siquiera la oportunidad de buscarlo (IZA, cit.); eso sin contar a los trabajadores ilegales.
Y el mundo no es tan solo Europa: según la OIT (Organización Internacional del Trabajo), son 114 millones los puestos de trabajo perdidos a nivel global. En realidad, serían 144, considerando los 30 millones de nuevos puestos que se habrían creado en 2020 si no hubiese estado la pandemia. Es el precio de energías desperdiciadas, además de vidas perdidas, impuesto por un sistema social que, pese a poseer los medios técnicos y científicos, resulta no estar preparado para hacer frente a las secuelas sociales de cualquier catástrofe. 

Regreso al futuro 

Sin embargo, cuán contradictoria es la sociedad capitalistica lo testifica el hecho que ahora, mientras que por lo menos en los países desarrollados se entrevé una posible salida de la pandemia, por otro lado asoman al mundo del trabajo los dilemas de la recuperación. Uno por encima de todos: la carencia de mano de obra. Detlef Scheele, jefe de la Agencia del trabajo alemana (BA), dice: «Con la superación de la pandemia volverán los problemas que el mercado del trabajo ya tenía antes del coronavirus» (Handelsblacc, 2 de junio). El periódico económico afirma que con dicha carencia ahora «se corre el riesgo de frenar el crecimiento». Un vuelco en pocos meses, aunque no sea una sorpresa. 
Los «problemas» tienen un nombre: envejecimiento de la sociedad, debido al descenso de la población, y dificultades a la hora de encontrar a jóvenes de nivel adecuado, entre otras cosas porque, tal y como denuncia la BA, en 2020 los empresarios redujeron las plazas de formación. Se trata, una vez más, de un caso de escasa previsión del capital y de su política.  
Sin embargo, no escasea tan solo la fuerza de trabajo cualificada. El Financia/ Times (29 de mayo) denuncia, en Alemania como en toda Europa, la falta de trabajadores en los sectores de la hostelería y turismo: bares, restaurantes y hoteles. Además, no olvidemos que estamos en la nueva temporada de las cosechas, que en toda Europa ya son posibles tan solo gracias al uso masivo de mano de obra extranjera. Con lo cual, aquí la paradoja se convierte en cinismo: trabajadores explotados cuando eran necesarios, dejados de lado durante la crisis, que para sobrevivir se vieron obligados a regresar a sus países de origen y que en la actualidad tienen dificultades para volver. O, si no, mantenidos en la "invisibilidad" y, por lo tanto, sin posibilidad de vacunarse. 
No solo en Estados Unidos el tema de la carencia de mano de obra ha entrado de lleno en el debate político. Bajo acusación se encuentra el nivel de los subsidios, con la tesis de que a un trabajador despedido le conviene quedarse en casa sin trabajar. De ahí la petición de la patronal de reducir las indemnizaciones. Aunque quizás el problema habría que mirarlo desde otro punto de vista completamente distinto: es que ciertos empleos están tan poco remunerados que incluso el subsidio acaba siendo superior. 

Carencia de mano de obra, necesidad de inmigrantes 

También en Italia vuelven a crecer los puestos vacantes, y no solo por la evolución de la coyuntura: es una tendencia que se va a manifestar cada vez más a lo largo del tiempo. El demógrafo Gianpiero Dalla Zuanna (Corriere de lla Sera, 5 de junio) considera que el balance entre salidas de jubilados y entradas de jóvenes determina un déficit de 270 mil trabajadores por cada año de la próxima década; teniendo en cuenta la mayor escolaridad de las nuevas generaciones, aumenta a 350mil el déficit de trabajadores no demasiado cualificados. Todo esto en la hipótesis de saldo 
migratorio nulo. Es decir, servirían 350 mil inmigrantes al año solo para cubrir 
este déficit de personal que, según aclara el demógrafo, es fundamental para la vida de la «clase media»: se trata de «los que limpian sus casas, se ocupan de los ancianos, trabaja en los mataderos, en los restaurantes, en los campos, en el inmenso sector de la logística … ». Y es verdad: «En el Recovery Plan nunca se habla de inmigración». 
En medio de estas contradicciones no faltan las "soluciones" de sentido común. Y he aquí que Confindustria aprovecha la ocasión para decir que bastaría con liberalizar los despidos para crear aquel «reajuste fisiológico» por el cual cada puesto de trabajo halla el suyo ocupado, y viceversa; como si se tratase de intercambiarse los cromos de los jugadores de fútbol para completar la colección. 

Concreción leninista 

Dario Di Vico (Corriere della Sera, 3 de junio) cita un dato al respecto que hace reflexionar: la reanudación de las contrataciones se ha traducido en 96 mil nuevos contratos temporales en un mes. Y se plantea una pregunta: «¿Estaremos yendo hacia una recuperación de la economía 
caracterizada por un claro predominio de los contratos temporales en lugar de los contratos indefinidos?». 
A la espera de la respuesta, será mejor reflexionar sobre el hecho que esta sociedad está muy avanzada pero, a la vez, no es adecuada para garantizar un desarrollo equilibrado del género humano. En este sentido, no hay que buscar la solución en la imposible "programación" de una realidad llena de contradicciones, sino en la concreción de la organización de clase, para intentar reducir el peso que inexorablemente se descarga sobre los hombros de los trabajadores, y en la lucha por el comunismo para salir definitivamente de esta prehistoria.