Crónicas de la Ruta de la Seda

Wang y el cambio secular inédito

En la Larga marcha de la gran potencia (Pekín, 2019), el director ejecutivo del Instituto Chongyang, Wang Wen, reconstruye históricamente la formación del factor moral chino durante el proceso de modernización y ascenso del gigante asiático, y afirma que la crisis financiera de 2008, empujando a China al centro de la atención, reveló un «retraso chino en la elaboración de conceptos de gobernanza global». Durante siglos «los chinos han tenido un miedo inexplicable al océano» y la «civilización agrícola» les llevó a «quedarse atrás» en la gran política internacional. 
El autor divide «el proceso de modernización de China en cuatro épocas». La primera, la «era de la arrogancia», se abre en 1793 con la llegada a Pekín de la misión británica de George Macartney y se concluye con la primera guerra del opio en 1840: «en ese momento, comenzó la colisión oficial entre los imperios occidental y oriental». Un largo «periodo de aislamiento había hecho que el gobierno de Qing ignorara la revolución tecnológica y la civilización occidental», pero las guerras del opio se encargaron de demoler la arrogancia manchú. 

La formación histórica del factor moral burgués 

Siguieron los «años de frustración», entre 1840 y 1912. La élite china se hace ilusiones pensando que pueden gestionar la modernización, pero la guerra chino japonesa aniquila a toda la flota del Norte y marca el fracaso del «movimiento de auto fortalecimiento» chino. En 1842, Wei Yuan escribió en El reino del mar que China «debía aprender de los extranjeros para competir con ellos», iniciando el movimiento de «occidentalización». Pero en 1898, el «movimiento de las reformas» de Kang Y ouwei y Liang Qichao fracasa en solo cien días. Entre sus referencias estaban el Japón de la «Restauración Meiji» y la monarquía constitucional. En aquel momento nacieron la Sociedad para la Regeneración de China y la Alianza Revolucionaria China de Sun Yatsen y Song Jiaoren, que se insertan en la desintegración del imperio y las contradicciones del «fósil viviente» reducido al Estado «semicolonial». Durante este periodo, el «sentido de autosuficiencia de los chinos se derrumbó por completo». 
La revolución de 1911 abre «la era de la lucha»: aunque Sun Yatsen introduce «las características de un moderno Estado nación», en términos generales China pasa por un «periodo de desintegración», que roza la «extinción» durante la invasión japonesa. En 1912, el gobierno nacionalista «toma prestado mucho de Occidente, en algunos aspectos copiando completamente, mientras la Revolución Rusa de 1917 lleva el marxismo a China»

Una serie de colisiones externas

Durante el periodo de las guerras mundiales y las guerras civiles chinas, la Tercera Internacional corrompida por el estalinismo, "pierde" a China. El general Yuan Shikai, jefe del Ejército del Norte, intenta unificar China, pero muere en 1916. Se abre la fase de los Señores de la Guerra: Duan Qirui de Anhui, Wu Peifu de Zhili (Hebei), Zhang Zuolin de Fengtian (Liao­ning) y otros. En 1928, Chiang Kaishek reunifica China procediendo desde el sur, contra el ejército de Beiyang, los Señores
de la guerra y el PCCh, obligados en 1934 a la retirada de la "larga marcha". Wang señala que el PCCh también nació en 1921 «buscando una manera para salvar la nación». 
La burguesía china dirige sus guerras de unificación, pero en este punto China se ve embestida por el ciclo asiático de la Segunda Guerra Imperialista. Para Wang Wen, solo la «liberación nacional» de 1949 abre la «era del ascenso», inicialmente marcada por la guerra de Corea, la «lucha hegemónica» con Moscú y la «autodefensa» en la frontera con la India. «Desde la caída de los Qing, el sueño chino de la "dinastía celeste" despertó y se dirige a las potencias extranjeras que oprimen a la nación china, con la tarea histórica de poner fin a un siglo de humillaciones». Wang caracteriza el maoísmo con una eficaz síntesis: pasa por un «periodo de revolución unilateral», la autarquía, pero constituye un «sistema industrial relativamente completo y restablece el estatus de miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU» en 1971. Con Deng Xiaoping se abre en cambio un nuevo «periodo de aprendizaje de Occidente».

Mito del New Deal y la pandemia secular

«Ya he citado anteriormente la actividad desacostumbrada que desplegaron las autoridades sanitarias cuando se produjo la epidemia de cólera en Manchester. En efecto, cuando la epidemia amenazó, un pavor general se apoderó de la burguesía de la ciudad; de pronto se acordó de las viviendas insalubres de los pobres y tembló ante la certidumbre de que cada uno de esos malos barrios iba a constituir un foco de epidemia, desde los cuales extendería sus estragos en todo sentido a las residencias de la clase poseedora». 
Esta es la descripción de Friedrich Engels, en La situación de la clase obrera en Inglaterra, escrito en 1845 con veinticuatro años. En ese texto memorable, al mismo tiempo de denuncia política y reconocimiento científico de las condiciones de clase, Engels describe la situación de la clase obrera en los ruinosos barrios de la revolución industrial inglesa, el primero de ellos la «Pequeña Irlanda» en Manchester, y en cuanto a las epidemias, señala tres aspectos. Primero, las epidemias, especialmente las enfermedades pulmonares, se ven favorecidas por las pésimas condiciones sanitarias de las metrópolis industriales y, en particular, de los barrios obreros. Hogares insalubres, barrios sucios sin letrinas y densidad de población intolerable: es inevitable que las epidemias provoquen masacres. Segundo, las oleadas de contagio están relacionadas con el ciclo económico; el tifus y el cólera asolaron con particu­lar virulencia en 1826, 1837 y 1842 junto al «aumento de los precios» y «crisis comerciales». 
Tercero, la burguesía reacciona y se preocupa por la clase obrera sólo cuando se extiende el miedo al contagio. Por eso, a toda crisis epidémica se responde con campañas de saneamiento de los barrios obreros, para luego abandonar los proyectos por el camino hasta que se repita una nueva explosión de las enfermedades. 

Engels no sería un científico revolucionario si no verificara y actualizara los resultados de su investigación a medida que avanza el desarrollo capitalista. En el prefacio de la edición alemana del texto, en 1892, hace un balance y un reexamen de esos primeros escritos con casi medio siglo de diferencia. 
La premisa es precisamente la extensión del desarrollo a escala global. En Inglaterra, la recuperación tras la crisis de 1847 «marcó el comienzo de una nueva era industrial»; «China se abría cada vez más al comercio», «Estados Unidos se desarrolló especialmente, a una velocidad inaudita»; los nuevos medios de comunicación, «ferrocarriles y barcos de vapor transoceánicos», convirtieron en realidad el «mercado mundial». 
Es lo que hoy se llama en mu­chos análisis primera globalización. La concentración vinculada a ese desarrollo global, señala Engels, transforma también algunas características del capital en la superficie: 
« Y a medida en que se producía este progreso, la gran indust­ria adquiría una apariencia más de acuerdo con los principios de la moralidad. La competencia en­tre industriales basada con pequeñas raterías en detrimento de los obreros ya no era rentable. Los negocios se habían desarro­llado de tal manera que ya no se necesitaban medios tan miserables para hacer dinero; el industrial millonario tenía asuntos más importantes que perder el tiempo en estafas tan insignificantes, válidas aún para la gente menuda sin dinero, que tenían que agarrar cada centavo para no sucumbir a la competencia». Lo mismo valía para la gran industria y la convivencia con los sindicatos; 
«cuanto mayor era una planta industrial y más obreros ocupaba, mayores eran los perjuicios y las dificultades comerciales con que tropezaba ante cualquier conflicto con los obreros». 

Lenin, en una carta a Gorki en enero de 1911, describe este cam­bio como la afirmación del «capitalismo democrático». Como sustituto del «capitalismo octubrista y de centuria negra», del nombre en Rusia de los liberales conservadores prozaristas y de los escuadrones armados patronales utilizados contra obreros y jornaleros. Pero la transformación, escribe Engels, es útil para la lucha del gran capital contra el pequeño capital:  «Todas estas concesiones a la justicia y la filantropía no eran en realidad más que un medio para acelerar la concentración de capital en manos de unos pocos y aplast­ar a los pequeños competidores, que no podrían subsistir sin esas ganancias adicionales». Los abusos y pequeñas extorsiones de los primeros pasos del capital no sólo habían perdido importancia, «sino que ahora incluso obstaculizaban los negocios a gran escala». 
Lo mismo vale para los hogares o las condiciones sanitarias, como vimos denunciado por el joven Engels en 1845: «La frecuente aparición de cólera, tifus, viruela y otras epidemias, ha inculcado en la mente del burgués inglés la urgente necesidad de sanear sus ciudades, si no quiere ser también víctima de estas enfermedades junto a su familia. En consecuencia, los defectos más escandalosos descritos en este libro ahora se eliminan, o al menos se hacen menos vistosas».

Sin embargo, esas condiciones reaparecieron precisamente en el mercado mundial, en las nue­vas áreas entonces en desarrollo: «Mientras Inglaterra ha salido de esa etapa juvenil de explotación capitalista que he descrito, otros países acaban de entrar. Francia, Alemania y sobre todo Estados Unidos son los terribles competidores que, como predije en 1844, rompen progresivamente el monopolio industrial de Inglaterra. Su industria es joven en comparación con la inglesa, pero crece mucho más rápido, y ha alcanzado hoy casi el mismo grado de desarrollo que la industria inglesa en 1844. La analogía es mucho más sorprendente por lo que respecta a Estados Unidos. Ciertamente, el entorno externo en el que vive la clase trabajadora estadounidense es muy diferente, pero operan las mismas leyes eco­nómicas, y los resultados, aunque no idénticos en todos los aspectos, no pueden sino ser del mismo tipo».

Cuando Lenin escribe a Gorki sobre el «capitalismo octubrista y de las centurias negras», retoma la noción de Engels aplicándola a la ruta continental hacia el área eslava: «En Europa occidental casi no hay capital octubrista; casi todo es capital democrático. El capital octubrista emigró de Inglaterra y Francia a Rusia, a Asia». 
Son necesarias algunas observaciones. Primero, la teoría en cuestión es la teoría 
del desarrollo desigual, tanto en el plano económico como el político. Arrigo Cervetto acuñó la fórmula de una «elección reformista del gran capital» para identificar la línea gran burguesa en Italia a fines de los años sesenta, pero no limitó esa observación solo al desarrollo imperialista italiano; Engels y Lenin nos confirman que se puede generalizar en una regularidad política real y propia del desarrollo desigual. A la hora de afrontar las convulsiones sociales de la disgregación campesina y la urbanización, que mueven a millones de personas trastornando sus hábitos, condiciones de vida y mentalidad, el trazo histórico del ascenso burgués muestra que la elección reformista es la más conveniente para los intereses generales de la clase dominante. Esto lo confirman las crisis de un de siglo que de alguna manera afectan a todas las potencias a fines del siglo XIX, mientras que durante el siglo XX la afirmación entre contradicciones, guerras y crisis del capitalismo democrático es el tanteo de una burguesía mundial que debe encontrar y experimentar con las formas de democracia imperialista, más acordes a sus necesidades. 
Segundo. el cambio social es biológico y no mecánico; toda tendencia procede por contratendencias y contra movimientos. No hace mucho, comentando la crisis migratoria que ha desencadenado la reacción xenófoba en Europa, retomamos las tesis de Cervetto de los años ochenta al inicio de esos flujos: con la inmigración Italia atrajo «a una nueva fuente de plusvalía de la cuenca mediterránea», una fuerza de trabajo «a bajo precio y sin ningún tipo de protección». A través de él, proporcionalmente, el imperialismo italiano y europeo hoy importa «una dosis de capitalismo de las centurias negras y una cuenca de plusvalía absoluta». 

La crisis de la pandemia secular ha descubierto en todas partes, no sólo en las áreas en desarrollo de Asia, África y América Latina, sino también en las antiguas potencias consolidadas, cuánto de la explotación salvaje octubrista de las centurias negras se había guardado el capital, reproduciendo también a nivel habitacional y sanitario las condiciones denunciadas por Engels hace más de siglo y medio. Tanto es así, como documenta Der Spiegel, donde los asalariados son apiñados en las megalópolis de Asia, han actuado como incubadoras del Covid-19 tanto como los dormitorios para los trabajadores de los mataderos de los gigantes alimentarios, en la muy civilizada Renania. 
Tercero, en la segunda posguerra y en las décadas del ciclo liberal de la denominada segunda globalización, la competencia "civilizada" entre grandes y pequeños capitales y entre viejas y nuevas potencias, lo que fundamenta la transición al capitalismo democrático en el análisis de Engels, se ha convertido en una de las armas de la contienda imperialista. La OCDE es, en cierto modo, el cártel de las potencias del capitalismo democrático, donde los capitalistas se enfrentan según estándares comu­nes de carácter social, ambiental e incluso político-institucional. No es casualidad que los nuevos capitalismos que irrumpieron gradualmente en el mercado mundial fueran acusados de dumping social y de dumping ambiental, así como de competencia desleal a través del intervencionismo estatal: el capitalismo democrático hace de sus reglas un arma de competencia contra los recién llegados. 
Cuarto, el New Deal, en los años treinta de la Gran Crisis estadounidense, es considerado por la ideología dominante la afirmación decisiva del capitalismo democrático; Franklin Delano Roosevelt recogió la herencia del progresismo estadounidense de principios del siglo XX y aplicó los métodos de planificación experimentados en la Primera Guerra Mundial en un ciclo colosal de inversiones estatales. 

Disputa de potencias en el "Mediterráneo ampliado"

Si la intervención militar turca parece haber congelado el conflicto libio, el activismo de Ankara aumenta las tensiones en el Mediterráneo, en particular con París, pero también con otras potencias regionales. Los reveses del mariscal Jalifa Haftar han llevado a Egipto a amenazar con una intervención militar directa: un «disparo de advertencia» no sólo retórico, destinado a frenar futuras pretensiones ofensivas de Trípoli y Ankara. 
El empeoramiento de la crisis libanesa ha permitido a Francia, después del desastre libio, relanzar una iniciativa diplomática en Levante. El anuncio dé normalización diplomática entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos le permite a Donald Trump marcar un punto diplomático significativo, con reflejos sobre los equilibrios regionales. La cuestión libia y la intensificación de la disputa entre las potencias se produce en un Mediterráneo ampliado, cruce de una pluralidad de intereses y tensiones entrelazados. 

Partida libio mediterránea 

En la disputa turco francesa la cuestión libia se solapa a la de los yacimientos de gas offshore en el Mediterráneo Oriental: Ankara se inserta en los acuerdos entre Grecia, Chipre, Egipto e Israel, con intereses de los Emiratos y franco italianos. 
París, poco antes de mediados de agosto, realizó ejercicios navales con la marina griega para enviar una «señal de amenaza» a Turquía, que emprende prospecciones de los fondos marinos en aguas reivindicadas por Grecia bajo protección militar. A diferencia de Libia, según los comentarios franceses, en esta ocasión sería mayor la «división de papeles» franco alemán frente a la asertividad turca. Para Bruno Tertrais, director de la Fondation pour la Recherche Stratégique, cercana a los ámbitos militares, «el objetivo es presionar a Ankara para que se retire de la plataforma continental griega y empujarla a volver al diálogo: tanto París como Berlín respaldan la voluntad de Bruselas de calmar el juego». Aunque muchos países europeos no desean poner a Turquía contra la pared, se está manifestando un «cambio perceptible» de actitud, menos condescendiente con Ankara. 
Según la valoración de Politico, sin embargo, en la contienda en torno al asunto Libia Mediterráneo Oriental, mientras Emmanuel Macron está desplegando «fuerzas navales extra», Angela Merkel parece más inclinada a desempeñar un «papel de intermediaria entre Ankara y Atenas». Es una posición recogida por los medios proguber namentales turcos: para ellos las dos «fuentes de tensión en el Mediterráneo son piezas unidas e inseparables de un mismo rompecabezas» donde Ankara se muestra receptiva a la solicitud de desempeñar un «papel constructivo» expresado en varias ocasiones por Berlín. En la cumbre franco alemana de Bréganron el 19 de agosto, Macron y Merkel definieron una posición de complementariedad en los informes de política exterior, incluida la relación con Turquía. 
Para Arnaud Peyronnet, analista del FMES, think tank cercano a la marina francesa, la «mano de póker» turca intenta enviar 
«una clara señal»: los intereses de Ankara en el área no pueden ser ignorados. Si la diplomada de Atenas se refuerza por el apoyo francés, recordando cómo la UE tiene los medios para «causar daños enormes» a la economía de Ankara, ésta, a través de la japonesa Nikkei, evoca una relación más estrecha con Pekín: el fondo soberano turco TWF, creado en 2016 con acúvos por valor de 230 mil millones de dólares y presidido por Recep Tayyip Erdogan, tendría como objetivo «profundizar la conexión  entre Turquía y la nueva Ruta de la Seda»
«Lanzar µores al Este y al Oeste» fue la fórmula utilizada por Erdogan aspara definir oncretola postura diplomática turca. Un paso concretoo fue la compra del sistema antimisiles ruso S-400, para marcar una medida de autonomía de la OTAN.