En los últimos años se ha ido configurando un orden de relaciones sociales bastante diferente al que ha caracterizado las últimas décadas.
Desde hace unos años hasta la actualidad, dicho orden ha sido bautizado como el “nuevo orden mundial.” Sus rasgos más importantes son el final de la guerra fría, la caída del muro de Berlín, la desaparición de la Unión Soviética y con todo ello, ha saltado en pedazos el reparto y las áreas de influencia que surgieron con los acuerdos de Yalta.
Este nuevo orden mundial se presenta como el triunfo y la victoria de la democracia frente a las sociedades del claroscuro. El nuevo orden es presentado como una página en blanco para la humanidad.
Pero desde la claridad que pretenden transmitir hay algunos hechos que empañan esa transparencia: el desempleo, las desigualdades sociales dentro y fuera de las naciones, el cuestionamiento de la sanidad pública y los derechos de los trabajadores/as, la liquidación del Estado asistencial, el debilitamiento del Estado de derecho y un largo etc. Son algunos aspectos que contrastan enormemente con el nuevo orden que pretenden dignificar.
Más parece un ajuste de cuentas contra los derechos y conquistas conseguidos por la clase obrera tras largos decenios de luchas y que caracterizaron, hasta hace unos años, a las sociedades capitalistas desarrolladas.
Hoy se flexibiliza el mercado de trabajo, se reduce al máximo la asistencia que presta el Estado, se aplican medidas draconianas que contribuyen a la dualización, la exclusión, la pobreza y el esclavismo. Sin embargo, estas medidas se presentan como las únicas posibles, y es aquí donde entran en juego los sindicatos mayoritarios, asumiéndolas; (la socialdemocracia y algo más que la socialdemocracia).