Una política diferente

Donald Trump se ha despedido como tal, con un trágico carnaval. Una multitud de improbables disfraces se ha reflejado en las fake news de las redes fomentadas por la presidencia, ha realizado el asalto al parlamento y ha estado rondando entre las salas y pasillos con el objetivo de atemorizar a los diputados y los senadores. Además todo grabándose con los teléfonos: un momento de celebridad sobre Facebook o sobre Youtube y un trofeo para exhibir de vuelta a casa en la América profunda, en el bar entre alborotos y bebidas. Su sucesor Joe Biden buscará el reequilibrio en una colaboración bipartidista, pero no puede escapar al rasgo característico qué la política espectáculo ha asumido hoy. El juramento ha sido la entronización de un rey republicano, según las redes del show business hollywoodiano: cantantes pop, actores, cineastas, rockstar y la nueva pareja reinante cogida de la mano para admirar los fuegos artificiales por la noche. 

Mientras tanto, a este lado del Atlántico, un espectáculo deprimente análogo sale al aire con la crisis italiana, que ha combinado los viejos cá­nones del cretinismo parlamentario con la nueva gramática de las bromas y de la red, con los presentadores de los talk show hipnotizados por la lista de los renegados y los nuevos desconocidos, campeones del transformismo convertidos en celebridades televisivas. 

Por lo tanto, una pregunta: ¿esta es la política? ¿De verdad hay que moverse entre la masa histérica de los social media, la narración cosida sobre los líderes políticos como personajes de una serie de televisión, el cretinismo de la corte después de la movida del circo periodístico? Hay otra política para elegir, que no sea su escenario de papel couché: con los pies bien plantados en la realidad de las clases, con la mirada dirigida al mundo y a los hechos internacionales que cuentan. Quien quiera entender y luchar debe elegir la política comunista. 

El año se ha abierto con la vía libre de los respectivos consejos de administra­ción a la fusión entre las dos casas auto­movilísticas PSA y FCA: nace Stellantis, un nombre que no esconde las ambicio­nes (en latín, iluminado por las estrellas). 

Se desperdician en el «ámbito sindi­callos llamamientos a las «oportunida­des» que ofrece la operación: en reali­dad, lo que decide sobre el éxito o no, será como siempre el caótico mercado capitalista, y los que sufren las conse­cuencias serán los trabajadores. 

Stellantis: ¿Qué oportunidad? 

No obstante, una oportunidad desde el punto de vista de clase puede ser la unión bajo una única empresa de 400 mil trabajadores provenientes de grupos automovilísticos de los mayores países europeos la italiana FIAT, la francesa PSA, la alemana Opel, la inglesa Vauxball hasta cruzar el océano y llegar a la americana Chrysler. Una oportunidad para acelerar el paso hacia la construcción de un sindicato como mínimo europeo.

No es el primer caso de empre­sa transnacional y, por tanto, no es la primera vez que se presenta una opor­tunidad similar. En Europa existen un millar de comités de empresa europeos (CEE) para 15 millones de trabajadores aunque la constitución de un efectivo (y eficaz) sindicato continental todavía es un objetivo que realizar. Se mueve en este sentido, por ejemplo, el Coordinamiento de los consejos de fábrica de la siderurgia, pero consciente de que se trata de un recorrido de larga dura­ción. La realidad es que hemos tenido que asistir más a menudo a la contrapo­sición entre centros de producción del mismo grupo que no a la unión en la lucha reivindicativa común. 

Clase internacional límites nacionales 

También frente a Stellantis vemos las dos caras del problema. En Francia entre los delegados sindicales hay quien ha planteado justamente la necesidad de utilizar «esta extraordinaria fuerza compuesta de 400 mil trabajadores para defender unidos nuestros intereses». Sería necesaria, se ha dicho, una especie de Internacional de los sindicalistas de Stellantis, contra «la lógica empresarial que pone en competición a empleados y fábricas» (Jean Pierre Mercier, CGT la Republica, 6 enero). Es cuanto también pensamos nosotros cuando luchamos por un sindicato por lo menos europeo. Conscientes de las dificultades, que el mismo delegado lamenta haber encontrado a la hora de tratar con los alemanes de la filial Opel: «Culturas sindicales demasiado distintas». 


En conjunto, escribe Le Monde (6 enero), «del lado de los asalariados franceses, aumenta también la angustia de no contar tanto como antes, en un grupo cuyo centro de gravedad se está desplazando hacia Italia y los Es­tados Unidos». 

Entre los sindicalistas italianos, en cambio, prevalece la preocupación de salvaguardar la industria nacional, en un grupo que sin embargo ya ha des­plazado su baricentro hacia los EE.UU. Roberto Benaglia, secretario general de la FIM-CISL, se dispone a «vigilar so­bre el hecho que las fábricas italianas no sean sacrificadas dentro del table­ro mundial». (JI Dubbio, 9 enero). Así vuelve a cantar la sirena de la «partici­pación de los trabajadores» en la suer­te de la empresa, para permitir que ésta «pueda alcanzar mejor sus objetivos de crecimiento y competitividad». 

Es el viejo mito de enseñar a los capitalistas a hacer su trabajo, cuando la tarea del sindicato debería ser por el contrario la de hacer bien su trabajo: en particular, unir a los asalariados al 

margen de la nacionalidad y también de la etnia, considerando la componen­te cada vez más relevante de trabajado­res extranjeros empleados en el sector automovilístico, desde hace décadas en Francia y, ahora, también en Italia. 

Regreso del Estatalismo 

El momento parece entonces propicio para revivir el otro viejo mito, el estatalista, en parte debido al dima general creado por las intervenciones de fondos públicos inducidas por la pan­demia, en parte debido a que el Estado ya está presente en la sociedad accionista de PSA. Lo plantea Francesca Re David, secretaria general de la FIOM­CGIL: Italia está en condiciones de de­bilidad en esta fusión con los franceses es necesaria la presencia del Esta­do en el capital, para tener voz sobre las elecciones futuras» ( Corriere della Sera, 8 de enero) 

Se podría sugerir a los ilusos sindicalistas italianos de escuchar a sus homólogos franceses: «Los sindicalistas de PSA, aún en la diversidad de varias siglas, comparten una forma de desilusión sobre el presunto escudo de protección que garantizaría el Estado francés» (la Repubblica, 6 de enero). 

La oportunidad constituida por ser parte de un grupo supranacional .es en­tonces tal solo si se abandonan todos los mitos y las ilusiones, a menudo herenda de un ciclo anterior: no es por la presencia del Estado en el accionariado de los trabajadores en los consejos de administración que se pueda realizar la defensa de los asalariados, si no con la organización de una verdadera fuerza sindical europea.

Esto es mucho más urgente frente a una situación laboral preocupante en todo el continente, por cómo se ha ido agravando en 2020 con la pandemia y por cómo se anuncia en los próximos meses. 

Equilibrio parcial y prospectivas inciertas 

En Italia a finales de marzo expirará el bloqueo de los despidos y las nor­mas facilitadas para la concesión de los subsidios de paro. A menos que las me­didas no sean prorrogadas, se teme un millón de desocupados más, también si mucho dependerá de los tiempos de va­cunación y por tanto de la hipotetizada recuperación económica. 

El año que apenas se ha concluido, sin embargó, ya ha visto un precio notable pagado por nuestra clase. Le Figaro del 7 de enero muestra los datos del primer semestre de 2020, el más gravoso. El Banco central europeo ha valorado en 5 millones de puestos de trabajo perdidos en Europa (a pesar de los varios "bloqueos"), es decir, la mitad de los que habían sido creados desde 2013, tras la crisis financiera. En la misma Alemania, los empleados se han reducido en los años de casi medio millón, interrumpiendo un crecimiento que se mantenía durante 14 años (Handelsblatt, 6 de enero). 

Para mitigar el impacto de la crisis han estado las distintas formas de reducción de horario, comparables a la cassa integrazione italiana: el chomage partiel en Francia, el Kurzarbeit en Alemania, los ERTE en España y así sucesivamente. En el pico de abril, según Eurostat, se beneficiaban 32 millones de europeos: el 34% de los asalariados franceses, el 30% de los italianos,el 21% de los españoles, el 15% de los alemanes.

Se trata, como sabemos, de una cobertura del salario solamente parcial que, por ejemplo en Italia, puede descender basta la mitad. También sabemos que detrás del promedio de los datos hay situaciones diferenciadas.

Los que han pagado de más han sido los trabajadores de sectores como turismo, restauración y comercio, penalizados por el lockdown. Han sufrido mucho los jóvenes, al lado de los inmigrantes, tanto por estar concentrados precisamente en estos sectores como a menudo por estar contratados con formas de trabajo temporal o finalmente, por ser bloqueados en sus procesos de formación: en Francia hay quien habla de «generación sacrificada». 

El terreno de lucha 

También el teletrabajo, que en muchos casos actúa como "amortiguador'', es un factor divisivo. Según el BCE, un tercio de los trabajadores europeos podría utilizarlo: pero esto vale para: el 83% de los empleados y el 7% de los obreros. Y sin embargo, a la larga, emergen los factores negativos. El jefe de la confederación sindical alemana DGB, Reiner Hoffman, favorable además al home office, afirma que en la primera fase de valoración el desencanto ha tomado el relevo, en particular debido a «horarios de trabajo largos y atípicos, disponibilidad y objetivos in­alcanzables»: «La brillante novedad se convierte en "Zoom fatigue"», fatiga por "Zoom" (Handelsblatt, 7 de enero). 

El mundo del trabajo europeo mues­tra la dimensión. continental de problemas que son comparables én todas partes, pero que al mismo tiempo evidencia los factores de división, algunos objetivos, otros en cambio inducidos por la falta de una visión. Es sobre este terreno donde se debe combatir la batalla por el leninismo europeo. 

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