Moscú pone al amparo a Crimea y la flota de Sebastopol

Después de veinte años desde el final de la URSS, la crisis actual en Ucrania, unida a la anexión de Crimen en la Federación Rusa, es también la ocasión para una reflexión sobre el liderazgo político, tanto en Kiev como en Moscú.

Ucrania tiene una conformación compleja, producto de su historia.  Hace mucho tiempo escribimos de “cuatro Ucranias” (“Quatro Ucraine e una Russia”, Lotta Comunista agosto-septiembre de 1991).  Al Oeste, con Leópolis (Lviv), durante mucho tiempo bajo el control polaco y austro-húngaro y de tradición católica; y al Este con Járkov, Donetsk y Dnepropetrovsk, el “cinturón del óxido” industrializada entrelazada con el aparato productivo ruso, se debe añadir Kiev, la “capital mediana”, a menudo atormentada por facciones opuestas, y el Sur, la así llamada “Nueva Rusia”, en la orilla del Mar Negro a partir de Crimen, colonizada por los rusos en el Setecientos.

A esta compleja conformación interna hay que sumar su colocación fronteriza, sancionada por el mismo nombre (krajna, extremidad), que ha sometido históricamente a Ucrania a las presiones convergentes y al mismo tiempo atormentadoras de las fuerzas exteriores: polaco-lituanas y mogolas en la tardía Edad Media; rusas, turcas y austriacas en el Ochocientos; Rusia y Unión Europea hoy, con incursiones divisionistas estadounidenses.

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