La fundación del PSOE
La revolución federalista de 1873 fue una derrota tanto para el movimiento democrático-republicano como para la clase obrera. Pero fue sobre todo el bakuninismo quien perdió definitivamente la cara.
De hecho, escribe Friedrich Engels, la insurrección cantonal espaiiola llevaba consigo una enseñanza general, porque «Los bakuninisws españoles nos han dado un ejemplo insuperable de cómo no debe hacerse una revolución».
La revolución española había de hecho demostrado la absoluta impracticabilidad de los sacros principios de los antiautoritarios. Puestos a la prueba en la acción, los bakuninistas tuvieron que negar uno tras otro los dictámenes de su doctrina. «En primer lugar, sacrificaron su dogma del abstencionismo político y, sobre todo, del abstencionismo electoral. Luego, le llegó el turno o la anarquía. a lo abolición del Estado; en vez de abolir el Estado. lo que hicieron fue intentar erigir uno serie de pequeños Escodas nuevos. A continuación, abandonaron su principio de que los obreros no debían participar en ninguna revolución que no persiguiese la inmediata y completa emancipación del proletariado, y participaron en un movimiento cuyo carácter puramente burgués era evidente.
Finalmente, pisotearon el principio que acababan de proclamar ellos mismos, principio según el cual la instauración de un gobierno revolucionario no es más que un nuevo engaño y una nueva traición a la clase obrera, instalándose cómodamente en las juntas gubernamentales de las distintas ciudades, y además casi siempre como una minoría impotente, neutralizada y políticamente explotado por los burgueses».
Cerrar filas y empezar de nuevo
El bakuninismo no había superado la prueba. Por lo tanto, después de 1874, habrían estado todas las posibilidades para reorientar el movimiento revolucionario. Como hemos visto, a través de Paul Lafargue, un grupo de internacionalistas madrileños se había ya conectado a la verdadera internacional, había fundado la Nueva Federación Madrileña de la AIT y publicaba el periódico La Emancipación. Pero la represión que siguió al colapso de la República federalista dispersó las fuerzas y complicó enormemente el trabajo, volviéndolo ilegal.
Fue el pequeño sindicato de tipógrafos (la Asociación General del Arte de Imprimir), liderado por un poco más que veinteañero Pablo Iglesias, el que se convirtió en el punto de coagulación de los militantes dispuestos a no rendirse. Se trataba de una decena de hombres, todos formados en la escuela proudhoniana y federalista, todos habían pasado por el bakuninismo y todos salieron desilusionados de esta experiencia. El aglutinante de este pequeño grupo estaba constituido por unas pocas y simples ideas, pero que representaban al menos un punto de partida: 1) que «lo emancipación de lo clase obrero debe ser obro de los obreros mismos»; 2) que para este fin no
era suficiente la lucha económica, sino que también era necesaria la "lucha política" y la formación de un partido obrero independiente: 3) que se debía apuntar a la organización disciplinada y no a la concepción antiautoritaria y movimentistd del partido.
Cabe señalar. sin embargo. que unas pocas ideas simples, si bien son un buen punto de partida. no pueden intercambiarse por un punto de llegada. Para ir más allá y desarrollar mejor estas ideas simples habría sido necesaria la teoría, porque como escribe Lenin en el ¿Qué hacer? «sin teoría revolucionaria, no hay movimiento revolucionario». Pero precisamente la desconfianza hacia la teoría será el talón de Aquiles del PSOE. Como escribe Paul Heywood, «la importancia del marxismo en España radica justamente en su pobreza» (Marxism and the<' failure of organised socialism in Spain. 1879-1936, Cambridge University Press, 2002).
El origen bakuninista de los fundadores
Al hecho de que estos hombres del grupo originario español provengan todos o casi todos de una experiencia anarquista no se le debe atribuir la excesiva importancia que normalmente se le da. Es más, para la época, no constituía siquiera una excepción. Engels, en abril de 1880, escribió a August Bebe!, a propósito de los pioneros del partido francés, observando que «nuestra visión comunista se está abriendo comino por todas partes» y que los mejores de quienes la propagan son todos ex anarquistas que llegaron a nosotros sin que tuviéramos que mover un dedo». Una observación que, por analogía, puede extenderse a todos los países latinos. En su cana, Engels probablemente también se refería a los franceses Jules Guesde y al ya citado Lafargue, y este juicio resulta aún más interesante justamente porque primero lafargue y luego Guesde se convertirían en los más escuchados consejeros de los socialistas españoles, quienes siempre los tendrán en la más alta estima, especialmente al segundo, considerándolos la fuente directa más fiable del marxismo teórico.
Como escribió una vez Engels a Marx refiriéndose a los cartistas ingleses, para dar un empujón inicial al desarrollo del partido independiente bastaría «una persona capaz». Los fundadores españoles, Iglesias y sus compañeros, eran todos "personas capaces" y esto bastaba al principio; sin embargo, era una condición necesaria, pero no suficiente de por sí para dar el siguiente salto, que habría consolidado la independencia organizativa sobre la base de la independencia política y teórica. Lo repetimos, para explicar el fracaso del salto hacia el partido-estrategia en España no basta con aducir que los fundadores provenían del anarquismo.
Además, la matriz anarquista también se encuentra en el primer socialismo italiano (entre ellos, Andrea Costa) y hasta en el marxismo ruso. También los hombres del grupo Emancipación del Trabajo, del que surgiría el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, provenían todos de la Repartición Negra bakuninista. A esta corriente perteneció Gueorgui Plejánov, el decano del marxismo teórico ruso.
Consideramos, en cambio, que es más provechoso discutir por qué el grupo originario español no logró emprender el camino que le habría llevado a superar su "enfermedad infantil". Probablemente faltó un organizador capaz de hacer no solo de agitador, sino también de propagandista, a la altura de la necesidad histórica. Iglesias siempre fue organizador y hacia la teoría mantuvo la desconfianza obrerista que había hecho suya durante sus primeros años de frecuentación del bakuninismo. Una desconfianza que transmitió a todo el grupo dirigente del futuro PSOE, el Partido Socialista Obrero Español.
Por lo tanto, los orígenes anarquistas de los pioneros del marxismo, de por sí. no son razón suficiente para explicar el retraso del partido español. La historiografía, en particular la de derivación estalinista, ha planteado, en cambio, la falta en España de las condiciones económico sociales objetivas para el desarrollo del movimiento de clase y del partido. Se trata, en primer lugar, de la supuesta supervivencia del feudalismo más allá del umbral del siglo XX o, alternativamente, del carácter asfíctico del capitalismo en el país. Una cantinela engañosa y funcional a la ideología reformista.
Falto el "¿Qué hacer?"
¿Cuál es, entonces, en nuestra opinión, el factor que caracteriza más que cualquier otro las particularidades históricas del movimiento revolucionario de nuestra clase en España? Una respuesta la encontramos en el ensayo introductorio de Roberto Casella la al ¿Qué hacer? de Lenin (Ed. Lotta Comunista, 2004): el desinterés por la lucha decisiva en el frente teórico.
Casella, mediante una comparación con las vicisitudes del movimiento revolucionario de la más atrasada Rusia zarista, demuestra lo engañosas que son las tesis historiográficas basadas en la cantinela de la falta de condiciones para el desarrollo del partido en la España de finales del siglo XIX. De hecho, la cantinela no resiste la prueba de la comparación con la Rusia semifeudal. Allí, primero los naródniki de Chernishévski, luego el grupo Emancipación del Trabajo de Plejánov comprendió tempranamente la importancia de la lucha en el frente teórico y del trabajo organizativo relacionado. En España, sin embargo, faltaban un Plejánove incluso un Labriola.
Lo que nació en España en 1879 fue un partido "obrerista" y tradeunionista, y como tal seguirá hasta la Guerra Civil. Incluso la recuperación de la famosa tesis del "Discurso inaugural" de 1864 «La emancipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos» fue siempre interpretada por los socialistas españoles solo en el sentido de que, a partir de entonces, los trabajadores contarían únicamente con sus propias fuerzas. Pero que el partido pudiera desarrollarse limitándose casi exclusivamente a la lucha económica, confinando su acción únicamente a la relación obreros patrones, se revelará como una pía ilusión. Como Lenin destacaría en el ¿Qué hacer?, en la sola lucha económica los trabajadores estaban destinados a encontrar «espontáneamente» el camino del tradeunionismo y la subordinación a la ideología burguesa.
Será así también para el partido "obrerista" español. que durante décadas se ilusionará con que para protegerse de la influencia de la burguesía basta con no aceptar en sus filas a "intelectuales, sino sólo y exclusivamente trabajadores manuales (el criterio de las "manos callosas"). La misma aceptación de la consigna de la "lucha política" seguirá siendo formal y externa, reduciéndola a la participación electoral y nunca conectándola verdaderamente con la lucha en el frente teórico. Faltó una elaboración específica sobre la necesidad de llevar a las masas la conciencia comunista «desde fuera de la lucha económica». Por lo tanto, faltó el ¿Qué hacer? o, mejor dicho, el ¿Qué hacer? de los socialistas españoles será más o menos el mismo que el de los partidarios rusos del "economismo", a quienes Lenin y los marxistas rusos criticaron ásperamente.
La fundación del PSOE
Pasada la tormenta de 1873-74 y tras algunos años en los que la represión policial había reducido considerablemente los márgenes de acción para el movimiento revolucionario. la pequeña patrulla de los llamados "autoritarios" volvió a actuar. El 2 de mayo de 1879, en Madrid, en una taberna de la calle Tetuán, durante un "banquete de fraternidad internacional", una veintena de asistentes dieron vida al Partido Democrático Socialista Obrero.
No fue hasta 1881, después de que el gobierno Sagasta reintrodujo la Libertad de asociación para los obreros, que el partido volvió a la acción abiertamente, reconstituyéndose oficialmente y eligiendo como secretario a Pablo Iglesias. Su fuerza organizada constaba en aquel momento de un millar de afiliados, de los cuales nueve décimos eran miembros del sindicato de tipógrafos.
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