Palabras y misiles


Hace tiempo decían «diplomacia de las cañoneras», hoy son portaviones. El significado es el mismo. Los misiles son aparatos de la política exterior al igual que las declaraciones de los embajadores; en las relaciones de potencia cuentan la fuerza y la disuasión; hacer gala de capacidad y voluntad de utilizarlas es parte de las reglas del juego. Pensemos en Donald Trump, que ha entrado como un comodín en la política americana. En cuanto ha gol­peado en Siria y en Afganistán y ha desplazado las flotas a Asia, todo el viejo establishment de Washington se ha unido a su alrededor, y lo ha reconocido como uno de los suyos: por fin habla su lenguaje. Por lo demás, en Asia, China proyecta la botadura de seis portaviones; mediante el espantajo de Corea del Norte, Japón piensa en un sistema de misiles cruise capaces de un golpe preventivo; Corea del Sur instalará con Estados Unidos el sistema antimisil THAAD. India y Pakistán poseen desde hace tiempo su disuasión nuclear. Y en Occidente, Estados Unidos ha aumentado de golpe el gasto militar y Europa ha vuelto a abrir el dossier de la defensa común.
Mejor comprenderlo con tiempo, es el nuevo ciclo político que se anuncia, la nueva fase estratégica. ¿Hay en ello una lección para nuestra clase? Seguro. O los trabajadores se dan a sí mismos una política propia, o acabarán por dejarse arrastrar por la política de los demás. Es suficiente ver cómo ha acabado la izquierda en Francia, con los despojos del Partido Socialista divididos entre Macron y Mélenchon, con uno como paladín de la Europa potencia y el otro que se ha ilusionado con competir con Marine Le Pen la charca del soberanismo nacional y del estatalismo. 
Hace falta una política internacionalista, pero hay que conocer las cosas: saber qué es el imperialismo chino, qué es el imperialismo americano, qué es el imperialismo unitario que une a todos los saqueadores, qué es el imperialismo europeo que es el enemigo en nuestra propia casa. Hace falta un partido ciencia, una ciencia revolucionaria para batirse contra todos. Y no dejarse utilizar por nadie.



Cada vez más a menudo debemos escuchar quejas sobre los salarios demasiado bajos y peticiones para su­birlos. ¿La fuente? El gobernador del Banco Central Europeo Mario Draghi. 
Precisamente hace un mes hablába­mos en estas columnas sobre la rueda de prensa del 9 de marzo en la cual Draghi deseaba «un aumento de los salarios». Ahora tomamos nota de su intervención en la conferencia anual de los ECB Watchers en Frankfurt, donde es aún más preciso. Lamenta la falta del «elemento salarial» en el aus­piciado aumento de la inflación. Escribe Milano Finanza que «nunca antes Draghi había asignado una importan­cia tan grande al factor salarial» (7 de abril). Es la otra cara de la política imperialista europea sobre los salarios, adaptada a la fase de recuperación.

Una temporada de negociación desperdiciada 
El gobernador indica tres factores que contribuyen a mantener bajos los salarios: una desocupación que, aun­que esté en retirada también en la Eu­ropa mediterránea, en todo caso sigue siendo elevada; la pérdida de instrumentos de indexación de los salarios, que ha eliminado también ese mínimo de recuperación salarial automático; por último, el cierre de una temporada de negociación ya de por sí no entusiasmante y que ahora aplazará en el tiempo toda ulterior hipótesis de aumento. En Italia, el ISTA T ha registrado en febrero un crecimiento de los salarios de un 0,3% en base anual, frente a una inflación que ha ascendido a un 1,6%, a causa de factores exógenos como los precios energéticos.
Por parte de los sindicatos, la llamada del banquero central es recibida con una salva de elogios, pero con una notable dosis de reticencia sobre las responsabilidades. Son los propios sin­dicalistas quienes no hace mucho habían exaltado el cierre de los mayores convenios, partiendo los metalmecánicos, en los cuales una parte relevante del aumento salarial ha sido borrada y sustituida por presuntas prestaciones de welfare, que no inciden en otras entidades contractuales y en las pensiones. Nuestra oposición a esas soluciones hoy se vuelve a confirmar. 
Por parte de la patronal la pelota lanzada por Draghi es agarrada al vuelo para relanzar el tema de la productividad: «Aumentar los salarios, aumentando la productividad», repite Vincenzo Boccia, presidente de la Confindustria italiana (Corriere della Sera, 7 de abril). ·y quisiera explicar su necesidad con el hecho de que la empresa italiana ya padece diez puntos de la "cuña fiscal" suplementarios con respecto a los competidores: es verdad, pero esto no depende de los salarios, sino del peso del parasitismo italiano, que es el verdadero beneficiario de la tasación y las cotizaciones más elevadas.

Un problema europeo 
El problema salarial es europeo, según señala Draghi. Un estudio de la Confederación Sindical Europea (CES) registra que desde 2009 hasta 2016 los salarios reales han permane­cido, de media, estancados: han bajado en algunos grandes países como Rei­no Unido (-0,4% medio anual) e Italia (-0,3); en crecimiento inferior al l % en Francia; cerca del 1 % en Alema­nia, país que sin embargo, había sido el único en tener una bajada de los salarios en el precedente periodo 2001-2008 (Les Echos, 21 de marzo).
Solo en los últimos años los sala­rios contractuales alemanes han vuelto a subir, según atestiguan los convenios cerrados durante el año 2016. En Ale­mania, más bien, se asoma el problema del nivel de cobertura del vínculo contractual: si en 2005 el 37% de las empresas, con el 67% de los trabajadores, estaba vinculado al convenio, en 2015 los datos han bajado hasta un 29% para las empresas y al 53% para los trabajadores. En la práctica, solo poco más de la mitad de los empleados está vinculada a un convenio de categoría.

Convenios alemanes 
Ante la idea de extender su validez, los empresarios se oponen: Bertram Brossardt, director general de la federación de industriales bávaros, reivindica la libertad de las vinculaciones. Si acaso, sugiere, si los sindicatos desean tanto extender la validez de los convenios, tendrían que aceptar  «cláusulas de apertura», o dicho de otra manera, aceptar la posibilidad de derogaciones (Handelsblatt, 29 de marzo).
Para los sindicatos, la extensión del vínculo contractual es una manera para contrarrestar los bajos salarios, sobre todo en las pequeñas fábricas. Invitan a los pequeños empresarios y a los artesanos a reflexionar sobre el hecho de que los bajos salarios impulsan a los jóvenes, en cuanto acaban el periodo de formación en sus empresas, a buscar otro puesto de trabajo: en la artesanía ligada al sector automovilístico por ejemplo, las empresas vinculadas al convenio pagan un 23% más el mismo trabajo. «También frente a la falta de mano de obra especializada, da, el tema es interesante», comenta pragmáticamente el diario económico Handelsblatt.
Martín Schütz, el candidato a canciller por el SPD, en su campaña ha empuñado también el tema contractual. En la misma dirección se mueve su antagonista Ángela Merkel. Una vez más los intereses de clase son instrumentalizados en las campañas electorales, para reunir votos en apoyo de posicionamientos políticos llamados luego representar los intereses de grupos y fracciones del imperialismo.

Derrota de la CGT en Francia 
En Francia, al igual que en Italia, esta es la praxis de  siempre. En Francia se han producido elecciones profesionales en la empresa privada, que definen la representatividad de cada sindicato. Por primera vez desde su fundación en 1895, la CGT ya no es el primer sindicato en el pri­vado, aunque sigue siéndolo en el con­junto, considerando también el sector público. Este sindicato, durante mucho tiempo vinculado al PCF, ha sufrido en las últimas décadas las repercusio­nes ideológicas y políticas además de los efectos de las reestructuraciones de los grandes grupos. La respuesta ha sido meterse en el callejón sin salida del maximalismo, como con las trece huelgas seguidas convocadas contra el nuevo código laboral durante el año 2016. También en cuanto a las afiliaciones, olvidados los 2, 7 millones de 1950, el año 2015 ha registrado 671 mil afiliados, con una ulterior bajada del 2,5% en 2016, sobre todo en las «categorías baluarte» como ferroviarios, correos y energía (Les Echos, 4 de abril).
El primer sindicato en el sector privado es ahora la CFDT, surgida como Confederación Francesa de Trabajadores Cristianos (CFTC) en 1919, se transformó en organización "desconfesionalizada" como Confederación Francesa Democrática del Trabajo (CFDT) en 1964, hasta el viraje "socialista" después de 1968. Un sindicato que se define «reformador» y se presenta como artífice de las «mejoras» obtenidas en 2016 a la ley del trabajo.
Jacques Julliard, historiador de formación sindical y socialista, llega incluso a ver para este sindicato el papel de «pivote de la refundación sindical en Francia», en sentido pragmático, (Le Monde, 7 de abril). Vistos los precedentes, y también el periodo electoral, no es difícil entrever detrás de esta presunta confrontación de "modelos" una verdadera competición entre partidos y corrientes para influir sobre la clase.

Un objetivo común sencillo 
Nosotros sabemos que la actual fase no es un tiempo de grandes luchas ni grandes conquistas. Cada sector del proletariado europeo está sujeto a la "maldición" inducida por la propia cul­tura política nacional: el maximalismo unido al enorme peso del parasitismo en Italia, la ilusoria vía de la cogestión en Alemania, la politización de los sindicatos en Francia, etc. 
Sin embargo, el momento coloca ante todos un objetivo simple al cual dedicar la atención: el salario. Draghi habla de ello, la Confederación Sindi­cal Europea se lanza a decir que estará en el centro de su actividad del año. Sabemos que no es suficiente: es nece­saria una organización de clase efecti­va a nivel continental. En este sentido que hay que dirigir la batalla política.