Una clase mundial


Mientras todavía no se ha apagado el eco de una votación que ha dejado de hecho sin resolver los problemas de la fragmentación política y la inestabilidad de gobierno, el eterno carrusel parlamentario continúa de cara a las elecciones europeas de finales de mes. Esa es su política. Una incesante comedia entre las partes que, más allá de los posicionamientos, de las proclamas y de la promesas, no tiene nada que ver con la vida real y con los intereses reales de nuestra clase. Es una actuación pésima. 
Los hechos que son importantes son otros y es necesario reflexionar sobre ellos. La clase obrera continúa creciendo en todo el mundo y también en Europa donde en los últimos veinte años 31 millones de nuevos asalariados se han sumado a las filas del proletariado europeo. En el Viejo Continente, marcado por un profundo invierno demográfico, la mayor parte de las nuevas generaciones de fuerza de trabajo es el producto de fluos migratorios inéditos. Y cada vez será más así. Por lo tanto la advertencia de Marx es de mucha actualidad: la fuerza de los trabajadores está en el número, es necesario darles conciencia y organización . 
La política comunista les puede unir a todos, autóctonos e inmigrantes, los partidos y las ideologías de la burguesía, en cambio, no hacen más que divi­dirlos. Europeístas y soberanistas, de derecha y de izquierda, exaltan, no por casualidad, las fronteras, tanto nacionales o continentales, como símbolo de "protección. Es un signo del nuevo ciclo político: es la caza del voto de los estratos intermedios atemorizados. Los trabajadores no deben dejarse arrastrar en esta vorágine de la seguridad. La única protección frente al caos capitalista está en la soberanía de clase, porque los obreros no tienen patria.


Los veintiocho Estados que forman parte de la Unión Europea, según recogemos en otra página del periódico, concentran a 230 millones de empleados: de estos, un poco menos de 200 millones son asalariados. 

Un reciente informe de la Comisión Europea ( diciembre de 2018) saca a relucir un aspecto de esta consistente masa de trabajadores: la Movilidad del trabajo intra-UE. 


Obreros europeos 

He aquí unos datos sintetizados. Son 9,5 millones quienes trabajan y residen al menos desde hace un año en un país dife­rente al de origen, siempre permaneciendo dentro de la VE. Se añaden 1,4 millones de cross-border workers, que trabajan en un país distinto al de residencia, movién­dose regularmente a través de las fronte­ras. Y más aún: son aproximadamente 1,8 millones los trabajadores desplazados, es decir, enviados por la propia empresa para trabajar en otro país miembro de la UE durante un periodo limitado. 
Se trata de diferentes tipologías de "movilidad" que suman un total de 12,7 millones de empleados. Calculando que casi el 90% son asalariados, se deduce que hay casi 11 millones y me­dio de trabajadores dependientes "móviles" dentro de la UE, poco menos del 6% del total de los asalariados euro­peos. Son obreros europeos de hecho además de por nombre. 

Por otro lado, las tablas publicadas por Eurostat registran 9 millones de emplea­dos con ciudadanía de un país exterior a la UE: lógicamente se trata de datos oficia­les, que no cuentan a los indocumentados ni tampoco a los inmigrantes que ahora son ciudadanos europeos. Son los nuevos obreros europeos que se han incorporado sobre todo en estos últimos años. Suma­dos a la movilidad interna, como mínimo se superan los 20 millones de asalariados, más de una décima parte del total. 

"Los obreros no tienen patria" 

Un dato ulterior es el de los empleados de las multinacionales. Según la última investigación de R&S Medio­banca, 153 multinacionales tienen su base en Europa, y tienen más de 10 mi­llones de trabajadores. Obviamente no todos ellos trabajan en otro país euro­peo. Además, operan en Europa multi­nacionales americanas y asiáticas. Sea como sea, ya son decenas de millones los asalariados para quienes la nacionalidad de origen es superada de hecho por el desarrollo capitalista: para ellos aquel grito «los obreros no tienen patria», lanzado por Marx y Engels en su Manifi,esto de 1848, es parte intrínseca de la existencia laboral. 
Todo esto puede ciertamente favorecer la adquisición de la conciencia de ser una clase mundial, si no fuese por el hecho de que, una vez liberados de un lastre nacional, enseguida se presenta otro aún mayor: la ideología del europeísmo imperialista, de una "patria continental'' en la que identificarse, y a la que reconocer y defendér. 

Bonitas palabras, intereses de tendero 

A veces, tras las bonitas palabras es fácil reconocer intereses mezquinos de estratos burgueses. Es el caso de la ne­gociación a nivel europeo en relación a los trabajadores desplazados, normalmente enviados desde una empresa de la Europa periférica (desde el Este pero también desde España y Portugal) a trabajar en un país de renta más alta en el corazón de Europa. A menudo, esta for­ma esconde niveles insoportables de ex­plotación: sueldos bajos, horarios pro­longados, condiciones de vida indignas.
Es la Francia de Emmanuel Macron la que ha empuñado sobre este frente la consigna de la «Europa que protege» contra el «dumping social». Sin embargo, es justo esta referencia la que nos hace comprender que, antes que los intereses de los trabajadores, im­portan los de los dueños de pequeñas empresas de transporte. El parlamento europeo refleja dichos intereses en la discusión sobre el trabajo desplazado en el transporte por carretera: por un lado, los representantes de los países proveedores de mano de obra (ibéricos y del Este); por el otro, aquellos de los países que acogen (Francia, Alemania, Benelux), cada uno en nombre de la «competitividad de sus empresarios» (Le Monde, 29 de marzo).

Es un problema al que los trabajadores pueden hacer frente solo mediante una línea independiente de defensa, que no esté supeditada a los contrapuestos intereses de las fracciones burguesas.  

Se mueven y están entrenados 

Allí donde se siente con más urgencia la escasez de fuerza de trabajo sur­ge, en cambio, una línea de cooptación, tanto de trabajadores provenientes de otros países miembros de la UE como del extranjero; siempre, claro está, bajo la perspectiva de resolver un problema de la burguesía. Es el caso de Ale­mania, más concretamente de Baden­Württemberg, la "patria del automóvil"
con capital en Stuttgart. En Boblingen, en los alrededores de la capital, tiene sede la Smart del grupo Daimler, pero también una multitud de proveedores de medianas empresas, las famosas Mittelstand alemanas.
De todo ello habla Le Monde el 4 de abril, entrevistando a algunos de estos empresarios. Se desprende que, para ha­cer frente a la escasez de mano de obra, se debe recurrir a trabajadores "impprtados", por ejemplo de Hungría: «Vienen para seis meses, regresan a Hungría un mes o dos para respetar los límites de la ley, lue­go vuelven. Es costoso. Sin embargo. la gente que llega está ultracualificada con una excelente experiencia técnica en las máquinas». Esto ocurre porque, en Hungría, los obreros son entrenados ex­presamente para ello: «Poseen un centro deformación in situ, donde usan nuestras mismas máquinas para la elaboración de los metales. Cuando llegan aquí, los obreros pueden empezar a trabajar in­mediatamente. sin necesidad de que los entrenemos. Es una enorme ventaja para nosotros». No hay duda.

Es un modelo mirado con interés también en el Norte de Italia. Giusep­pe Pasini, presidente de los industriales de Brescia con una fábrica siderúrgica en Alemania, afirma claramente que: «Si pienso en mis trabajadores de los próximos veinte años, sé que no serán los hijos de mis obreros actuales. Pero nosotros necesitamos obreros y estos podrán ser inmigrantes. Y tendremos que formarlos, tendremos que instruirlos. No es cuestión de buenis­mo. Es cuestión de oportunidad».(JI Foglio, 15 de abril).


Caza al aprendiz
El invierno demográfico está inci­diendo en Alemania también en las prácticas. Según el instituto estadísti­co nacional Destatis, en 2017 fueron 517 mil los que las empezaron, aunque diez años antes eran cien mil más (Les Echos, 19 de marzo). Sin embargo, el dato más relevante es que en 2017 la caída de los contratos de prácticas se interrumpió, y esto gracias a los jóvenes extranjeros, que aumentaron un 36%: entre estos, diez mil sirios y afganos, en lugar de los tres mil del año anterior. 
Ingo Kramer, presidente de la aso­ciación empresarial BOA, y Reiner Hoffmann, de la confederación sin­dical 0GB, han presentado una pro­puesta de salario mínimo también para los aprendices, hasta ahora excluidos. Handelsblatt del 4 de abril se pregunta cómo los empresarios han aceptado. La respuesta no sorprende: «Más dinero para los aprendices sería eficaz para cubrir decenas de miles de puestos de formación vacantes. Quien desea emplear a jóvenes debe meter asimis­mo más dinero». Un fuerte sindicato socialimperialista no pasa por alto la defensa económica de los asalariados. 

Oposición de clase a las ideologías europeístas 

En cambio, en Italia las elecciones europeas de finales de mayo son la oportunidad para un llamamiento co­mún de Confindustria y sindicatos para «defender la democracia y los valores europeos». Entre estos figura también la creación de «auténticos campeones europeos capaces de competir con los colosos americanos y asiáticos». 
Tal y corno llevarnos tiempo denun­ciando, se está retrasando la construc­ción de un verdadero sindicato europeo que defienda los intereses de clase de manera coherente a nivel continental. Por el contrario, observarnos que, por lo que se refiere a la defensa de los in­tereses del imperialismo europeo, ya se han dado muchos pasos. 
También para esto sirve la adquisi­ción de una conciencia política: inde­pendencia y unidad de todos los asa­lariados, sin distinción de nacionalidad o ciudadanía, siguen siendo los puntos de referencia.