Personas y misiles

Weaponize» es el nuevo término signo de los tiempos. Es la guerra llevada a cabo con otros medios; significa transformar algo, o a alguien, en un arma. Vale para la llamada geoeconomía: las monedas, las relaciones comerciales, las finanzas, la energía, las materias primas, las nuevas tecnologías digitales empuñadas como armas, en la contienda de potencia donde el viejo orden está en crisis. Vale también para los seres humanos, desde siempre en las guerras mandados a la masacre como carne de cañón o hechos trizas en los bombardeos, ahora empuñados también como arma de presión, con el uso de los flujos migratorios como una amenaza. Es lo que está ocurriendo entre Bielorrusia y Polonia: miles de hombres, mujeres y niños dejados sobre la línea de la frontera atenazados por el frío, por la sed o por el hambre, empujados por Minsk contra la Unión Europea mientras que Bruselas balbucea y Varsovia rodea de alambre de espino su nacionalismo. 
Los coros de indignación contra el régimen bielorruso no nos encandilan, pues suenan a hipocresía. Desde hace muchos años en la frontera Sur del Mediterráneo las vidas humanas son objeto de un mercado igual de obsceno: solo que nos hemos acostumbrado. Europa ha contratado a Turquía, a los clanes tribales en Libia o a los regímenes del Magreb la gestión externa de sus fronteras; de tanto en tanto se negocia el precio amenazando con dar via libre a las pateras. 
Luego están las armas reales, misiles, antimisiles, bombarderos y portaaviones. China se prepara para jugar al mismo nivel que los Estados Unidos, y esto también es un signo de los tiempos que marcan el regreso a las doctrinas de disuasión nuclear, que se discuta de primer y segundo impacto atómico y se razone sobre la capacidad de aniquilar ciudades enteras para mantener en pie el equilibrio del terror. La guerra y la guerra con otros medios son la nueva norma; un mundo en el que hombres, mujeres y niños pueden ser dejados ahogarse o morir congelados por un pulso diplomático, y donde un conflicto entre grandes potencias está nuevamente en el orden de las posibilidades. ¿De verdad podemos aceptarlo? ¿Realmente es el futuro que queremos? Organizar la lucha por una sociedad comunista, luchar por una conciencia internacionalista es el único camino posible para no acostumbrarse a la barbarie. 

Una investigación de la Fundación Di Vittorio (FDV) de la CGIL sobre datos del Eurostat ofrece una estimación del efecto ocasionado por la pandemia sobre los salarios en Italia, en comparación con los de la Eurozona. Presentamos algunos números para encuadrar el problema. 

Los salarios del Covid 

La masa salarial - es decir, el total de la masa salarial nacional - en 2020 ha disminuido en Italia un 7,2%, frente a una media europea del -2,4%. Las pérdidas italianas son comparables a las españolas, pero muy superiores al 4,0% de Francia y sobre todo al 0, 7% de Alemania. En esta clasificación, Holanda está en contra tendencia, señalando un +3,4%.
A estos recortes salariales han compensado en parte las integraciones de los amortiguadores sociales, como la cassa integrazione en Italia, pero solo parcialmente: en la Península Itálica la caída se ha producido al 3,9%, en cualquier caso, mucho peor todavía que los niveles europeos. 
Otro dato hace referencia al salario de un trabajador a tiempo completo. Aquí, la media italiana de 27.900 euros en 2020 está en disminución en un 5,8% respecto al año anterior, pero sobre todo se aleja mucho de los 38.100 euros en Francia, los 43.000 en Alemania, por no hablar de los 52.500 en Holanda. Solo España, con 26.500 euros, es inferior a Italia entre los grandes países.
Por lo tanto, los salarios italianos son deficitarios de más de 10 mil euros respecto a los franceses, a su vez atrasados unos 5 mil respecto a los alemanes y de unos 10 mil respecto a los holandeses. 
En estos números se refleja obviamente una dinámica de largo plazo, que la pandemia solo ha agravado. Continuando con la investigación, la FDV reconstruye, en base a los datos de la OCDE, los veinte años prepandémicos de 2000 a 2019. Frente a un aumento mínimo de los salarios brutos anuales en Italia del 3,9%, existen valores mucho mayores en Alemania (+18,4%) y en Francia (+21,4%). 
Aún más interesante es seguir el recorrido de esta dinámica salarial. El retraso italiano comienza a crecer tras la crisis de 2008-2010, cuando en Francia y en Alemania las retribuciones vuelven a aumentar mientras que en Italia se estancan. El resultado: de 2010 a 2019 el salario alemán aumenta casi 5.500 euros, mientras que el italiano disminuye 600. 

Una cuestión salarial sin resolver 

Aquí se encuadra el problema de una cuestión salarial que en Italia es arrastrada con el tiempo y que cada crisis tiende a agravar. Según Claudo Lucifora, docente de Economía del Trabajo en la Universidad Católica de Milán, la causa es investigada durante unos treinta años marcados por el descenso de lo que se define como «productividad total de los factores». Se incluyen «las inversiones en capital humano, en tecnología, la dimensión de las empresas, la apertura de los mercados y la ineficiencia de la burocracia». (Affari & Finanza, 4 de octubre).  
Los salarios italianos todavía se ven obligados a rendir cuentas con un retraso de largo plazo del capitalismo local, y con las dificultades que este afronta en las reestructuraciones impuestas por cada crisis. Pero lo que también pesa es el estrabismo de los sindicatos que, en vez de afrontar directamente la cuestión salarial, siempre están listos a perseguir cualquier mesa ministerial, para luego quizás lamentarse de que éstas son solo una fachada. «No puedes convocar a los sindicatos dos días antes del consejo de ministros para decir qué es lo que has decidido, sin dar espacio a la discusión»: de esta forma Mauricio Landini ha sermoneado al presidente del consejo (La Stampa, 6 de noviembre), fingiendo no conocer el "método Draghi", comisario europeo de facto. Un encuentro más o menos no va a cambiar esta regla.
Existe otro dato que atestigua el retraso de productividad del sistema italiano, el de las horas laborales de media durante el año por trabajador entre 2000 y 2019 (FDV): las 1.583 del asalariado italiano son muy superiores a las 1.334 de su homólogo alemán. En síntesis, en la media del periodo, el italiano trabaja 250 horas más por 12.400 euros menos.


Luces y sombras de los sindicatos alemanes

Sobre estos datos debería concentrarse un sindicato que hiciera su trabajo, el de defender las condiciones inmediatas de los trabajadores. También sobre esto existe alguna diferencia con Alemania. Allí a finales de septiembre los 2,3 millones de trabajadores del comercio han alcanzado un primer acuerdo contractual, que prevé un aumento salarial del 3% retroactivo desde agosto y un segundo tramo del 1, 7% desde abril de 2022. La patronal ha dicho que se sintió «chantajeada» por las «irresponsables huelgas,, organizadas por el sindicato, que ha aprovechado la fase de recuperación de los consumos, tan esperada por los empresarios. Estos han debido aceptar aumentos válidos para todo el sector, sin las diferenciaciones que habían pedido entre las diversas tipologías de negocios. 
La comparación con Italia es despiadada. Aquí todavía hay casi 9 millones de trabajadores a la espera de la renovación del convenio: 3,5 millones de estos son del comercio, cuyo convenio expiró hace dos años. Y la diferenciación entre grandes y pequeñas empresas siempre ha sido la norma. 
Después de eso, también en Alemania no todo reluce: ese acuerdo, de hecho, es válido solo para los trabajadores empleados en las empresas ligadas al convenio nacional, es decir, solo para el 29% de los trabajadores (Handesblatt, 1 de octubre). Ver.Di, el sindicato del sector, pide que se declare la validez universal para la ley.

El futuro de los jóvenes 

La salida de la crisis inducida por la pandemia, por mucho que esté siempre al acecho, debería ser la ocasión para relanzar la defensa de los trabajadores, que han pagado la crisis con reducciones salariales y desempleo. En efecto, el empleo está recuperándose, pero casi exclusivamente con contratos temporales: en Italia han vuelto en septiembre por en­cima de los 3 millones, 100 mil más que durante los años pre-Covid. 
Son sobre todo jóvenes y mujeres los que rellenan este vacío, arrojando una sombría perspectiva sobre sus futuras pensiones. Si, como se dice, los jóvenes de hoy recibirán asignaciones reducidas, no será porque sus "padres" hayan consumido la "pequeña fortuna", sino porque sus pensiones serán el resultado de trabajos intermitentes y de bajos salarios, vista sobre todo la aplicación del sistema de contribuciones. Por lo tanto, es sobre el frente salarial, una vez más, donde se dirigen las energías, en la defensa de las nuevas generaciones. La carencia de mano de obra, que todos los empresarios de hoy lamentan, proporciona una contingencia que sería un delito no aprovechar. 

Inmigrantes y unidad de clase 

Si estos son los problemas del trabajador "medio", no podemos olvidar a quien por definición está por debajo de ese nivel, el trabajador inmigrante. Para él, la media del salario neto mensual es un 24% inferior a la de los italianos ("Dossier statistico inmigrazione 2021", IDOS); una brecha creciente con la edad y también con la antigüedad del trabajo ( del 12% para quien trabaja desde hace menos de dos años al 25% para quien lo es desde hace veinte). Si este trabajador tendrá la "fortuna" de llegar a jubilación, sus condiciones serán aún peores de las, para nada halagüeñas, del trabajador italiano. 

Para este componente insustituible y creciente del proletariado la precariedad es la condición permanente. Un único dato: de las cerca de 200 mil peticiones de regularización para trabajadores domésticos y agrícolas posteriormente presentadas en el decreto de Reactivación de mayo de 2020, en octubre de 2021 son 127 mil (alrededor del 60%) las que todavía son bloqueadas por el "alambre de espino" de la burocracia estatal. Son trabajadores obligados a vivir en un lim­bo, discriminados, con riesgo incluso de no poder vacunarse. 
Una visión de clase debe tener como referencia a todo el mundo de los asalariados, con sus estratificaciones, y trabajar a favor su unidad, en una estrategia internacionalista. 

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