La lucha contra el coronavirus

Los falsos comienzos de la cooperación internacional

La primera Conferencia Sanitaria In­ternacional se realizó en París en 1851, impulsando una larga serie de intentos de cooperación en la lucha contra las epidemias. En Europa, el cólera había sustituido a la peste y la viruela como enfermedad más temida. A lo largo del siglo XIX se sucedieron seis pan­demias que golpearon a Asia, Europa y Norte América. Guerras coloniales y movimientos de tropas, aumento de los comercios y transportes marítimos y terrestres más rápidos llevaron el conta­gio fuera de las fronteras de la India. En Occidente halló condiciones favorables. 
Tal y como escribe el historiador de la medicina Frank Snowden, la revolución industrial creó el ambiente ideal para su difusión: «urbanización caótica», «barrios degradados y abarrota­dos con agua suministrada de manera insuficiente y discontinua, malas construcciones, alimentación inadecuada,suciedad omnipresente y ausencia de alcantarillas» (Scoria delle epidemie, LEC Edizioni, 2020). Son las condiciones en las cuales las masas proletarias estaban obligadas a vivir, descritas magistralmente por Friedrich Engels en La situación de la clase obrera en Inglaterra. 

Enfermedades sociales 

Sin embargo, la mejora de las con­diciones de vida de la población no fue el tema central de la Conferencia ni de las siguientes. Cuando estalló la primera pandemia en los años Treinta del siglo XIX, los Estados reaccionaron con la imposición de medidas coercitivas, tales como los cordones sanitarios y las cuarentenas, con el intento de impedir la importación de la enfermedad. Después, hubo una variedad de reglas sanitarias y de normas las restrictivas, sobre todo para los viajeros. Fue la preocupación de reducir al mínimo los daños causados al comercio internacional lo que impulsó la búsqueda de acuerdos para reglar y umformar las medidas de cuarentena principalmente marítima. Con este proposito se convoco la primera Conferencia, que duró seis meses y en la que part1c1paron 12 paises europeos más Turquía: Italia, todavía dividida, participo con cuatro Estados.

Los delegados eran dos por cada Estado, un médico y un diplomático quienes «ignoraban completamente la etiología [las causas] y las modalidades de transmisión de las enfermedades de las que hablaban», escribe Norman Howard-Jones en Les bases scientifiques des Conferences sanitaires internacionales 1851-1938 (Organisation mondiale de la Santé, Geneve, 1975). 
De las tres enfermedades que se estaban examinando peste, fiebre amarilla y cólera era solo esta última la que representaba una amenaza real. El bacilo del cólera aún no había sido descubierto; su causa y las modalidades de su transmisión seguían siendo desconoci­das y eran objeto de discusiones encar­nizadas. En muchos países dominaban las teorías "anticontagionistas", como la "teoría miasmática'', que contempla­ban exhalaciones venenosas del suelo hediondo como causa de la enfermedad. Negar la transmisibilidad del cólera de hombre a hombre apoyaba la oposi­ción a las medidas de cuarentena, con la potencia marítima británica entre los más inamovibles adversarios de los "se­cuestros" de las embarcaciones, como defensa de la libre navegación contra prácticas consideradas inútiles y sobre todo «desastrosas para el comercio». 
En general, en los países de Europa septentrional eran más fuertes las teorías anticontagionistas, mientras que los países del área mediterránea, más "que­mados" por la peste, eran propensos a admitir el contagio y a imponer las cua­rentenas marítimas (William McNeill, La pesce en la historia, Einaudi, 1981). 

En la primera Conferencia, el de­legado austriaco, un médico, afirmó que. mientras la peste azotaba a todos indistintamente, el cólera se cobraba víctimas sobre todo entre los inmoderados, especialmente los bebedores, los libertinos, los viejos decrépitos, los de­bilitados por largas enfermedades» (los sujetos "frágiles" diríamos hoy en día). El morbo podía ser un esúmulo para cambiar los malos hábitos (N. Howard­Jones, op. cit.). 
Con su cinismo, estos representantes del establishment achacaban esta situación involuntariamente a las inhumanas condiciones de vida de las capas más pobres de la población. A diferencia de otras enfermedades, como la peste mis­ma que se difundía por todos los estra­tos sociales, el cólera de hecho era «un típico ejemplo de "enfermedad social", con la tendencia a afectar a los pobres en ambientes caracterizados por construcciones de mala calidad, suministro discontinuo de agua, superpoblación, suciedad, malnutrición y descuido» (F. Snowden, op. cit.). 


Miasmas del capital 

En 1844, en La situación de la clase obrera en Inglaterra, un joven Engels había documentado detalladamente las condiciones de explotación, aloja­
miento, malnutrición, en las que esta­ban obligadas a vivir las generaciones_ 
obreras que edificaban las riquezas y el esplendor del entonces "taller del mun­do". Y había denunciado, basándose en numerosas investigaciones sanitarias, la correlación entre las condiciones de vida en los barrios donde reinaba «lamás mugrienta miseria» y la propagación de las enfermedades, como el tifus y el cólera. 
En la Conferencia, los delegados no abordaron este problema. Y aun así, si bien a falta de un conocimiento específico de la etiología del cólera, los remedios higiénico sanicarios habían sido individuados empíricamente, aunque hubiese sido a raíz del miedo de que las epidemias se propagasen tamb!én a los barrios altos Engels escnbia lo siguiente: «Ya he señalado la insólita actividad realizada en Manchester por la policía sanitaria en el periodo del cóle­ra. Al acercarse la epidemia, una olea­da de terror impregnó la burguesía de la ciudad; de repente, la gente se acor­dó de las viviendas insalubres de los pobres, y se estremeció por la certeza de que cada uno de aquellos miserables barrios se habría convertido en un brote de infección, desde el cual el morbo se habría difundido de forma desastrosa por todas partes hacia las casas de la clase alta. Enseguida se nombró una comisión de higiene para inspeccionar dichos barrios».Casi cincuenta años despues en el prólogo a la edición de 1892, Engels reconocia que el terror provocado por el «frecuente manifestarse de epidemias de cólera, de tifus, de viruela y otras, ha hecho comprender al burgués inglés la necesidad urgente de sanear sus ciudades, si no quiere ser una víctima más junto con su familia-de estos fiagelos. Por ende, los males más clamoro­sos descritos en este libro han sido eli­minados a día de hoy o, por lo menos, atenuados». «Se ha introducido o mejorado el alcantarillado, se han abierto amplias calles en muchos de los peores "barrios feos"». Sin embargo, mientras tanto. «actualmente, debido al expan­dirse de las ciudades, zonas enteras [ ... ] se han visto rebajadas al mismo nivel de decadencia, de abandono, de miseria». «Lógicamente, ya no se toleran más a los cerdos ni montañas de basura. La burguesía ha hecho otros progresos en el arte de encubrir la miseria de la cla­se obrera. Sin embargo, por lo que con­cierne a las viviendas obreras, no han mejorado en absoluto».
Engels, para una "actualización" recomienda el primer volumen del Capital de Marx en el que «describe ampliamente la situación de la clase obrera británica hacia 1865, es decir, la época en la que la prosperidad industrial inglesa alcanzó su nivel más alto».

Situaciones análogas se podían ob­servar también en los países europeos menos desarrollados industrialmente respecto a Inglaterra, desde París hasta Nápoles. «El ejemplo de la Nápoles del siglo XIX es especialmente ilustrativo», escribe Snowden. El historiador americano le ha dedicado una notable atención a las epidemias de cólera en Nápoles. «Las enfermedades infecciosas azotaban casi exclusivamente a la ciudad baja», aquellos callejones poco saludables donde superpoblación, pobreza y suciedad creaban una zona de la muerte». Los «barrios salubres» de la «ciudad alta donde vivían las capas acomodadas de la sociedad» eran «peremnemente inmunes a los efectos devastadores de la enfermedad ». (F.Snowden, op.cit.).

Provechos "científicos" 

A pesar de la teoría dominante de los miasmas. en la primera Conferencia Internacional, igual que en las seis posteriores hasta la firma del primer Tratado Internacional en materia sanitaria, de las actas compulsadas por Howard Jones no resulta que se hubieran discutido las medidas higiénico sanitarias que se debían adoptar para combatir el cólera en casa. El enfrentamiento fue sobre cómo impedir su importación desde Oriente. La cuestión central eran las cuarentenas marítimas que, según afirmaban los opositores, obstaculiza­ban los comercios y no conseguían el objetivo deseado. La eficacia del pa­rón temporal de los buques infectados o sospechosos de estarlo, debatido a fondo, estaba probablemente sobreva­lorada, ya que el cólera había llegado a Europa por tierra.
Se invocaba la "cooperación inter­nacional" tan solo para eliminar o al menos reducir los daños económicos derivados de una babel de reglamen­tos sanitarios adoptados por los diferentes países. De todas formas, el punto de visea científico, las pocas veces que se utilizaba, era secundario. Un "irónico" comentario de una revista médica alemana, al día siguiente de la sexta Conferencia sanitaria inter­nacional celebrada en Roma en 1885, frente a la terquedad inglesa a la hora de negar la importancia del vibrión del cólera -que mientras tanto había sido individualizado- señalaba «una sorprendente correspondencia entre los intereses comerciales de Inglate­rra y sus convicciones científicas» (N. Howard-Jones, op. cit.). 
La primera Conferencia se cerró con la aprobación de las medidas de cuarentena marítima contra el cólera con 15 votos, cuatro abstenidos y cuatro con­trarios, entre los cuales Gran Bretaña, Francia y Austria. Sin embargo, nunca se realizó el proyecto de Convención sanitaria y el resultado fue nulo. 
Durante los 41 años entre la primera Conferencia y la séptima en 1892, una vez que se aprobó la primera Convención sanitaria internacional, los intentos de cooperación entre los Estados europeos se alternaron regularmence con los enfrentamientos militares que cambiaron la faz de Europa: desde la guerra de Crimea hasta la guerra ruso­turca de 1877, con en medio dos guerras de independencia italianas y la guerra francoprusiana. En el frente obrero, la revolución en Francia en 1871 llevó a la creación de la Comuna de París y se fundaron la Primera (1864) y la Segun­da (1889) Asociación Internacional de los Trabajadores. 


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