En 2003, cuando analizamos la «guerra por elección» iniciada por George W. Bush en frak con el desacuerdo del establishment de la Costa Este, observamos que «las potencias no son entidades compactas, sino abanicos de relaciones»: «una pluralidad de grupos y de empujes regionales centralizan sus orientaciones dentro de los envoltorios estatales individuales, pero esto es una dinámica, un proceso nunca resuelto de manera definitiva». Por esta razón, señalábamos, «el análisis político internacional considera la balanza de potencia también en los nexos recíprocos de las corrientes. Dentro de los Estados individuales y entre las corrientes de las diferentes potencias».
Añadimos que esto es mucho más cierto para las potencias de tamaño continental, donde la pluralidad de las fuerzas y de las áreas internas es verdaderamente grande y donde en consecuencia, el proceso de centralización política es más complejo y dificultoso. En un sistema internacional que se puede representar como atracción y repulsión entre masas gravitacionales que entran en relación a través de sus campos de fuerzas, una dificultad de centralización, una crisis interna o una fase de oscilación política aguda, disminuyen la eficacia de la acción internacional o pueden convertirse en la oportunidad de influencia e intrusión desde el exterior por parte de las otras potencias.
A lo largo de su historia, los Estados Unidos han gozado durante mucho tiempo de la protección objetiva de los dos océanos, lo que ha garantizado su cohesión interna a pesar de un nivel relativamente bajo de centralización federal, aunque ello no ha impedido que la definición de la relación entre poderes del centro y de los Estados tuviera que pasar por la Guerra Civil. No obstante, con el Novecientos, desde el momento en que el desarrollo imperialista ha llevado a los EE.UU. al corazón de las relaciones internacionales, la dialéctica entre las grandes áreas americanas -las dos costas del Atlántico y del Pacífico, el cuerpo continental de los Grandes Lagos, del Midwest y del valle del Mississippi, el Sur y Texas-, se ha convertido en un factor clave de la política exterior.
Los Estados Unidos en ascenso, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, han conformado en el Fondo Monetario, en el Banco Mundial, en el GATT -después OMC-, en parte en el BRI y en cualquier caso en la relación entre los bancos centrales, una serie de instituciones y de prácticas internacionales en la que se reflejaba su posición de potencia, gradualmente compartida con Europa y Japón a medida que mutaban las relaciones de fuerza posbélicas. Era lo que en términos periodísticos se llamó habitualmente Washington Consensus, el sistema internacional que presidía la globalización, con la apostilla implícita que ello coincidía con la estructura liberal de Occidente.
Con los Estados Unidos en declive, y todo el sistema de relaciones centrado sobre la cuenca atlántica puesto bajo presión por una China y un Asia en ascenso, la línea de Donald Trump parece querer volver a poner en discusión aquel sistema de relaciones. Washington se colocaría como potencia revisionista respecto al orden que ella misma había contribuido a crear.
Ya es evidente que un giro tan importante te pone en tensión la balanza de los poderes internos: el Congreso, el Senado, la FEO, el Tribunal Constitucional, el poder judicial, los gobernadores e incluso agencias como la CIA y el FBJ. No hace falta decir que esto pone en cuestión la centralización de las fuerzas plurales que se agrupan en la potencia americana: los grandes grupos que encaman la proyección imperialista y los más unidos al mercado interno; las grandes áreas que están encerradas en su envoltorio estatal continental pero que tienen relaciones diferenciadas con el mercado mundial.
Sometido al largo aprendizaje de la nueva presidencia, todavía no están claros los contenidos reales de aquel proclamado viraje unilateral y nacionalista. Pero es evidente que cuanto más problemática sea la centralización alrededor de la línea Trump, las otras potencias -comenzando por Europa, China, Rusia, Japón, la India y Brasil-más podrán utilizar las diferenciaciones internas en los EE.UU. De hecho, en Europa se debaten las modalidades tácticas de dicho juego de influencias. le Monde considera que se deben apoyar a los contrapoderes que pretenden acosar a la presidencia Trump. El Financia! Times considera que es contraproducente, y sugiere esperar a la conclusión de la «guerra civil» que estaría afectando a la Administración.
La regularidad de una dialéctica entre la pluralidad de fuerzas internas e influencias e intrusiones externas es todavía más evidente en Europa, donde la centralización política ha avanzado entre aceleraciones y contragolpes, combinando poderes federales, confederales y nacionales. Donde se ha completado la federalización, como en el poder monetario o en los poderes de la Comisión que dirigen el mercado único y las relaciones comerciales con las otras potencias, la Unión Europea muestra una capacidad de acción proporcional a su tamaño continental. Donde no ha sucedido eso, como en la defensa todavía dependiente de la relación entre los poderes nacionales y la Alianza Atlántica en la OTAN, los condicionamientos y las intrusiones se han sucedido a lo largo de los años, partiendo de las relaciones especiales entre Washington y Londres y del juego americano con las peticiones de protección de Europa del Este, contra Rusia, pero también con la tendencia subyacente de equilibrar la influencia alemana.
Las cuestiones del Brexit son una confirmación de esta dialéctica entre centralización, capacidad de influencia e influencias recibidas, tanto sobre el frente británico como sobre el de la Unión Europea. Londres parece querer basarse en las divisiones internas de la UE, pero por el momento más bien las fallas atraviesan. El Reino Unido, con las resistencias de Escocia y la plaza financiera de la City a los términos de la secesión ya anunciados por Theresa May.
La Unión Europea pretende responder a la urgencia de una mayor centralización política con la fórmula de una «Europa a varias velocidades», pero la solución está empapada de ambivalencia. Por un lado esto parece prefigurar un «primer círculo» o «núcleo duro» con una integración reforzada, pero por la misma razón esto permite entrever otros círculos con una integración más débil. Junto al acontecimiento mayor del Brexit, que hace caer la sombra de la incertidumbre en la relación entre la UE y su plaza financiera offshore que siempre ha sido la City, la Europa «a varias velocidades» se presta a ser leída desde el exterior como un factor de debilidad, y como una brecha para operaciones intrusivas. La capacidad de atracción del potencial «núcleo duro» será puesta a prueba.
En la relación entre Europa y China, es verdaderamente significativo que la cuestión sea objeto de discusión a nivel político oficial, y no sólo a nivel académico o periodístico. Michael Clauss, embajador alemán en Pekín, ha elegido el South China Morning Post, en el pasado propiedad del grupo Alibaba del magnate Jack Ma, para una intervención reveladora. Alemania «está preocupada por la creciente influencia de China en el Este y el Sur de Europa», resume el periódico de Hong Kong. Para Clauss « establecer redes paralelas como las existentes entre China e Europa Oriental o China y el sur de Europa es de algún modo incoherente con el empeño declarado de una UE fuerte y Coherente». Es un hecho «raro», comenta el periódico, que Alemania exprese públicamente su malestar por la creciente presencia china en la periferia europea. Pekín ha ganado el concurso para un ferrocarril de alta velocidad entre Budapest y Belgrado, financiado con capitales chinos y construidos por un grupo estatal de construcciones ferroviarias, y China ha mantenido cinco reuniones con dieciséis países de Europa central y oriental. Se trata de Serbia, Albania, Bosnia, Macedonia y Montenegro, que todavía no forman parte de la Unión Europea, y Polonia, Hungría, República Checa, Eslovaquia, Bulgaria, Rumanía, Lituania, Estonia, Letonia, Croacia y Eslovenia entre los miembros. En el Sur de Europa, recoge de nuevo el periódico, la iniciativa de la nueva <<Ruta de la Seda» marítima se dirige hacia «Grecia, Italia, España, Portugal, Chipre y Malta».
Según Clauss, China debería tener más en cuenta «las opiniones de sus iguales» y prestar atención a los proyectos de los socios potenciales, mientras suscita preocupación el hecho de que Pekín «ejerza presiones sobre países menores para que se adhieran a su agenda política». Para que la directriz Un cinturón, un camino, tenga éxito, tiene «la necesidad de una verdadera copropiedad entre todos los participantes; todos deben poder contribuir a plasmar la iniciativa sobre una base de igual-dad». La cuestión ha sido abordada por el Global Times aprovechando el viaje a China del presidente italiano Sergio Mattarella, en unos términos que dejan ver una respuesta a Michael Clauss. Jiang Shixue, vicedirector para los estudios europeos en la CASS, la Academia China de Ciencias Sociales, sostiene que en Europa se piensa erróneamente que la estrategia china hacia la UE es el «divide et impera», especialmente cuando China coopera con la periferia oriental; bajo este prisma de sospecha se inseriría la investigación iniciada por Bruselas sobre el ferrocarril Budapest-Belgrado. Cuí Hongjian, especialista europeo del CIIS, el Centro de Estudios Internacionales de Shanghái, es más incisivo: el ferrocarril engloba a Serbia «que no es de la UE» y la cuestión es hasta qué punto las leyes de Bruselas pueden regular la cooperación entre los Estados miembros y los Estados no miembros de la Unión Europea. Y ello con una lJE que atraviesa «tiempos duros» y muestra una «visión ambivalente» sobre las inversiones chinas, dividida entre el interés económico y el temor a interferencias: podría intentar reafirmar su autoridad más que escoger el pragmatismo.
Cui Hongjian, de nuevo en el Global Times, hace observaciones más generales sobre las dificultades europeas relacionadas con la línea de China hacia la UE. Pekín considera que la integración europea va en el sentido de la «multipolarización», y que una Europa «fuerte y unida» está en la tendencia global. Pero «una vez que se produzca un retroceso en la integración, China debe cambiar sus expectativas»: los costes de la relación sino europea podrían aumentar, y la «mutación de los escenarios políticos» pondría en duda la eficacia de los acuerdos. En la confrontación entre las potencias del G20, también de cara a la reunión bajo la dirección alemana, se observan las señales explícitas de convergencia de China con Alemania y la UE, con el signo de la salvaguardia del rasgo liberal del ciclo contra las propensiones proteccionistas ventiladas desde los EE.UU. En todo caso, cada vez más a menudo la «nueva Ruta de la Seda», aparece más evidente por lo que es: una directriz de expansión del imperialismo chino, que en Europa del Este, en el Mediterráneo o en África toca áreas tradicionales de la influencia europea o incluso el círculo de la propia Unión. Entre Europa y China la propia convergencia abre los dilemas de la reciprocidad.
Lotta comunista marzo 2017
A lo largo de su historia, los Estados Unidos han gozado durante mucho tiempo de la protección objetiva de los dos océanos, lo que ha garantizado su cohesión interna a pesar de un nivel relativamente bajo de centralización federal, aunque ello no ha impedido que la definición de la relación entre poderes del centro y de los Estados tuviera que pasar por la Guerra Civil. No obstante, con el Novecientos, desde el momento en que el desarrollo imperialista ha llevado a los EE.UU. al corazón de las relaciones internacionales, la dialéctica entre las grandes áreas americanas -las dos costas del Atlántico y del Pacífico, el cuerpo continental de los Grandes Lagos, del Midwest y del valle del Mississippi, el Sur y Texas-, se ha convertido en un factor clave de la política exterior.
Los Estados Unidos en ascenso, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, han conformado en el Fondo Monetario, en el Banco Mundial, en el GATT -después OMC-, en parte en el BRI y en cualquier caso en la relación entre los bancos centrales, una serie de instituciones y de prácticas internacionales en la que se reflejaba su posición de potencia, gradualmente compartida con Europa y Japón a medida que mutaban las relaciones de fuerza posbélicas. Era lo que en términos periodísticos se llamó habitualmente Washington Consensus, el sistema internacional que presidía la globalización, con la apostilla implícita que ello coincidía con la estructura liberal de Occidente.
Con los Estados Unidos en declive, y todo el sistema de relaciones centrado sobre la cuenca atlántica puesto bajo presión por una China y un Asia en ascenso, la línea de Donald Trump parece querer volver a poner en discusión aquel sistema de relaciones. Washington se colocaría como potencia revisionista respecto al orden que ella misma había contribuido a crear.
Ya es evidente que un giro tan importante te pone en tensión la balanza de los poderes internos: el Congreso, el Senado, la FEO, el Tribunal Constitucional, el poder judicial, los gobernadores e incluso agencias como la CIA y el FBJ. No hace falta decir que esto pone en cuestión la centralización de las fuerzas plurales que se agrupan en la potencia americana: los grandes grupos que encaman la proyección imperialista y los más unidos al mercado interno; las grandes áreas que están encerradas en su envoltorio estatal continental pero que tienen relaciones diferenciadas con el mercado mundial.
Sometido al largo aprendizaje de la nueva presidencia, todavía no están claros los contenidos reales de aquel proclamado viraje unilateral y nacionalista. Pero es evidente que cuanto más problemática sea la centralización alrededor de la línea Trump, las otras potencias -comenzando por Europa, China, Rusia, Japón, la India y Brasil-más podrán utilizar las diferenciaciones internas en los EE.UU. De hecho, en Europa se debaten las modalidades tácticas de dicho juego de influencias. le Monde considera que se deben apoyar a los contrapoderes que pretenden acosar a la presidencia Trump. El Financia! Times considera que es contraproducente, y sugiere esperar a la conclusión de la «guerra civil» que estaría afectando a la Administración.
La regularidad de una dialéctica entre la pluralidad de fuerzas internas e influencias e intrusiones externas es todavía más evidente en Europa, donde la centralización política ha avanzado entre aceleraciones y contragolpes, combinando poderes federales, confederales y nacionales. Donde se ha completado la federalización, como en el poder monetario o en los poderes de la Comisión que dirigen el mercado único y las relaciones comerciales con las otras potencias, la Unión Europea muestra una capacidad de acción proporcional a su tamaño continental. Donde no ha sucedido eso, como en la defensa todavía dependiente de la relación entre los poderes nacionales y la Alianza Atlántica en la OTAN, los condicionamientos y las intrusiones se han sucedido a lo largo de los años, partiendo de las relaciones especiales entre Washington y Londres y del juego americano con las peticiones de protección de Europa del Este, contra Rusia, pero también con la tendencia subyacente de equilibrar la influencia alemana.
Las cuestiones del Brexit son una confirmación de esta dialéctica entre centralización, capacidad de influencia e influencias recibidas, tanto sobre el frente británico como sobre el de la Unión Europea. Londres parece querer basarse en las divisiones internas de la UE, pero por el momento más bien las fallas atraviesan. El Reino Unido, con las resistencias de Escocia y la plaza financiera de la City a los términos de la secesión ya anunciados por Theresa May.
La Unión Europea pretende responder a la urgencia de una mayor centralización política con la fórmula de una «Europa a varias velocidades», pero la solución está empapada de ambivalencia. Por un lado esto parece prefigurar un «primer círculo» o «núcleo duro» con una integración reforzada, pero por la misma razón esto permite entrever otros círculos con una integración más débil. Junto al acontecimiento mayor del Brexit, que hace caer la sombra de la incertidumbre en la relación entre la UE y su plaza financiera offshore que siempre ha sido la City, la Europa «a varias velocidades» se presta a ser leída desde el exterior como un factor de debilidad, y como una brecha para operaciones intrusivas. La capacidad de atracción del potencial «núcleo duro» será puesta a prueba.
En la relación entre Europa y China, es verdaderamente significativo que la cuestión sea objeto de discusión a nivel político oficial, y no sólo a nivel académico o periodístico. Michael Clauss, embajador alemán en Pekín, ha elegido el South China Morning Post, en el pasado propiedad del grupo Alibaba del magnate Jack Ma, para una intervención reveladora. Alemania «está preocupada por la creciente influencia de China en el Este y el Sur de Europa», resume el periódico de Hong Kong. Para Clauss « establecer redes paralelas como las existentes entre China e Europa Oriental o China y el sur de Europa es de algún modo incoherente con el empeño declarado de una UE fuerte y Coherente». Es un hecho «raro», comenta el periódico, que Alemania exprese públicamente su malestar por la creciente presencia china en la periferia europea. Pekín ha ganado el concurso para un ferrocarril de alta velocidad entre Budapest y Belgrado, financiado con capitales chinos y construidos por un grupo estatal de construcciones ferroviarias, y China ha mantenido cinco reuniones con dieciséis países de Europa central y oriental. Se trata de Serbia, Albania, Bosnia, Macedonia y Montenegro, que todavía no forman parte de la Unión Europea, y Polonia, Hungría, República Checa, Eslovaquia, Bulgaria, Rumanía, Lituania, Estonia, Letonia, Croacia y Eslovenia entre los miembros. En el Sur de Europa, recoge de nuevo el periódico, la iniciativa de la nueva <<Ruta de la Seda» marítima se dirige hacia «Grecia, Italia, España, Portugal, Chipre y Malta».
Según Clauss, China debería tener más en cuenta «las opiniones de sus iguales» y prestar atención a los proyectos de los socios potenciales, mientras suscita preocupación el hecho de que Pekín «ejerza presiones sobre países menores para que se adhieran a su agenda política». Para que la directriz Un cinturón, un camino, tenga éxito, tiene «la necesidad de una verdadera copropiedad entre todos los participantes; todos deben poder contribuir a plasmar la iniciativa sobre una base de igual-dad». La cuestión ha sido abordada por el Global Times aprovechando el viaje a China del presidente italiano Sergio Mattarella, en unos términos que dejan ver una respuesta a Michael Clauss. Jiang Shixue, vicedirector para los estudios europeos en la CASS, la Academia China de Ciencias Sociales, sostiene que en Europa se piensa erróneamente que la estrategia china hacia la UE es el «divide et impera», especialmente cuando China coopera con la periferia oriental; bajo este prisma de sospecha se inseriría la investigación iniciada por Bruselas sobre el ferrocarril Budapest-Belgrado. Cuí Hongjian, especialista europeo del CIIS, el Centro de Estudios Internacionales de Shanghái, es más incisivo: el ferrocarril engloba a Serbia «que no es de la UE» y la cuestión es hasta qué punto las leyes de Bruselas pueden regular la cooperación entre los Estados miembros y los Estados no miembros de la Unión Europea. Y ello con una lJE que atraviesa «tiempos duros» y muestra una «visión ambivalente» sobre las inversiones chinas, dividida entre el interés económico y el temor a interferencias: podría intentar reafirmar su autoridad más que escoger el pragmatismo.
Cui Hongjian, de nuevo en el Global Times, hace observaciones más generales sobre las dificultades europeas relacionadas con la línea de China hacia la UE. Pekín considera que la integración europea va en el sentido de la «multipolarización», y que una Europa «fuerte y unida» está en la tendencia global. Pero «una vez que se produzca un retroceso en la integración, China debe cambiar sus expectativas»: los costes de la relación sino europea podrían aumentar, y la «mutación de los escenarios políticos» pondría en duda la eficacia de los acuerdos. En la confrontación entre las potencias del G20, también de cara a la reunión bajo la dirección alemana, se observan las señales explícitas de convergencia de China con Alemania y la UE, con el signo de la salvaguardia del rasgo liberal del ciclo contra las propensiones proteccionistas ventiladas desde los EE.UU. En todo caso, cada vez más a menudo la «nueva Ruta de la Seda», aparece más evidente por lo que es: una directriz de expansión del imperialismo chino, que en Europa del Este, en el Mediterráneo o en África toca áreas tradicionales de la influencia europea o incluso el círculo de la propia Unión. Entre Europa y China la propia convergencia abre los dilemas de la reciprocidad.
Lotta comunista marzo 2017