Todos a la prueba

La pandemia secular pone a prueba a todos los líderes políticos, mientras toma forma una colosal intervención estatal que no se veía desde los años Treinta o la guerra. Donald Trump está pagando por la demagogia fácil con la que afrontó inicialmente el Covid-19, y quizás por el exceso propagan­dístico con el que precipitó el choque cada vez más asertivo con la China de Xi Jinping. Vladimir Putin hace cuentas con las debilidades históricas rusas, agigantadas por la nueva caída de los precios del petróleo. Narendra Modi ve al espectro del hambre descender sobre la India. En Brasil, Jair Bolsonaro, un imitador de Trump, es presionado por la desilusión de sus votantes. Boris Johnson mide el aislamiento en el que ha hundido a Gran Bretaña tras el Brexit. En Francia, Emmanuel Macron se enfrenta, como con los chalecos amarillos, a las incógnitas de una tradición política al mismo tiempo monárquica y regicida. En Italia, Giuseppe Conte tiene que lidiar con la ofensiva de las regiones del Norte, liderada por la asociación empresarial y algunos grupos editoriales, mientras se multiplican los apetitos, estimulados por los enormes planes de gasto. Angela Merkel es candidata a ser de los futuros vencedores, por la medida firmeza mostrada en la crisis sanitaria y los enormes recursos que Berlín ha podido destinar en la crisis económica. El BCE y la Comisión Europea han puesto en marcha medidas decisivas, pero se enfrentan a un insidioso desalío a los poderes federales de la UE, desencadenada por el Tribunal Constitucional alemán en Karlsruhe. Una vez más, será la iniciativa del eje renano, entre París y Berlín, el que marcará la diferencia. Por último, en España, Pedro Sánchez hace equilibrios entre las difíciles dosis de su precaria coalición, el complicado mosaico de las autonomías locales y el nexo del vínculo europeo. 
Nuestra clase también será puesta a prueba: en su parte más consciente, la claridad científica del marxismo y la organización puede marcar la diferencia.


El virus global golpea a nuestra  clase internacional, y lo hace de maneras diferenciadas, más o menos violentas. Intentamos esbozar un cuadro.
El golpe más duro es el directamente sanitario, con la triste contabilidad de vidas destruidas: una tragedia empeorada por el conocimiento que en muchos casos depende de la falta o del retraso en suministrar los dispositivos de protección individual. Es lo que les ha sucedido a algunos de los que en estos meses han tenido que seguir con sus actividades, y no sólo hablamos del personal de los hospitales.

Eras invisible, y volverás a ser invisible 

Es el campo de los «invisibles», hoy convertidos en «héroes», pero sin duda alguna destinados a volver a ser invisibles en cuanto pase la emergencia. Le Monde (18 de abril) se lo hace decir a un epidemiólogo portugués que trabaja en Inglaterra, un exponente de aquel 13% de personal del Servicio Sanitario Nacional (NHS) que no tiene ciudadanía británica: «Después de la crisis, la opinión pública volverá a ser la de siempre», es decir, contagiada por el virus de la xenofobia. 
La confederación sindical alemana DGB, en las tres horas de livestream con las que ha celebrado este anómalo Primero de Mayo, ha hablado del problema del "después": «Enfermeros y barrenderos, encargados de la limpieza y repartidores, hasta las cajeras,todos son con justicia héroes: precisamente por eso queremos para ellos sueldos más altos y mejores condiciones». No recompensaría el riesgo, pero en cualquier caso sería una manera de hacer corresponder los hechos con las palabras. Y no solo en Alemania. 

Clase mundial 

Nuestra clase es mundial y es sobre esta escala podemos medir el coste del virus de la falta de previsión y la recesión que arrastra consigo. El 29 de abril, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) calculaba una reducción de un 10,5% de las horas trabajadas en el primer trimestre, es decir, el equivalente de 305 millones de puestos de trabajo a tiempo pleno. Sin embargo, lo que impacta es la repercusión sobre la economía "informal", a saber, la no reglamentada, que en el mundo ocupa a dos mil millones de personas: el 80% de las cuales -1,6 mil millones­ha sufrido «daños notables en términos de capacidad de producir renta». El director general de la organización,Guy Ryder, comenta: «Para millones de trabajadores, ninguna renta significa: nada de comer, ninguna seguridad, ningún futuro». 
Una parte está qmstituida por los millones de migrantes, afectados de manera diferente. Hay quienes, tras perder el trabajo, se han quedado en los márgenes, los que han vuelto a sus países de origen y los que de allí no han podido partir. Un dato de síntesis: han bajado una quinta parte los envíos de dinero de los emigrados, señal inequivocable de rentas perdidas, destinadas a pesar negativamente sobre la economía de las familias de origen. 
Hay también quienes se han quedado a mitad de camino. En la mayoría de los países europeos están parados los procedimientos para la concesión de asilo: se habla de 50-60 mil solicitudes presentadas de media cada mes y que han quedado pendientes de resolución. Le Monde (20 de abril) comenta: «Europa Fortaleza: alguien lo soñó, Covid-19 lo está realizando». Con resultados paradójicos, como por ejemplo el "descubrimiento" de que sin inmigrantes la fruta se pudre en los árboles. 
También los asalariados de los países avanzados sufren los efectos de la crisis, evidentemente no en la misma medida, dadas las formas de asistencia social consolidadas a lo largo del tiempo. En Estados Unidos, donde los mecanismos de salvaguardia del puesto de trabajo no están extendidos, los parados han superado los 36 millones. Pero también en Italia, según el cálculo del Documento de Economía y Finanzas (DEF), a lo largo del año habrá medio millón de puestos de trabajo menos. 

La incertidumbre global 

En los cinco mayores Estados europeos, al menos 30 millones de trabajadores han entrado en el sistema de suspensión parcial del trabajo, una quinta parte de los asalariados totales. En Italia, a finales de abril, eran 8 millones. Según un estudio de los Consultores del Trabajo, el coste para los trabaja­dores es de 472 euros sobre una retribución media de 1.324 euros, es decir, el 36% menos, que se convertirá en el 38% en Lombardía. 
En Alemania, el país modélico por estas formas de seguro, muchas empresas han recurrido al Kurzarbeitergeld. La intervención del gobierno, empujado por la presión de los sindicatos, ha elevado para todos la cobertura del salario con respecto al habitual 60%: ha subido al 70% desde el cuarto mes y al 80% solo desde el séptimo, no precisamente lo que pedían los trabajadores. Además, incluso en la rica Alemania, las posiciones laborales más débiles y precarias quedan excluidas. Explica el comunicado de prensa de IG Metall del 24 de abril: «Hasta ahora, los recortes de trabajadores fijos han sido marginales, pero han interesado el 37,5% de los trabajadores interinos, el 14,8% de los a destajo y el 31,8% de los provisionales». Es un peso que se descarga sobre la espalda de muchos jóvenes, sobre todo inmigrantes. Son 2,7 millones por debajo de los 25 años quienes tienen un contrato temporal. Y son 6,7 millones los ocupados en los minijob ("trabajillos"), sin derecho al Kurzarbeitergeld o al subsidio de desempleo (Handelsblatt, 30 de abril).
Del mismo modo en Francia: «una masacre», comenta Le Monde (15 de mayo) la bajada del 37% de los trabajadores temporales en el primer trimestre. 

En defensa de la fuerza de trabajo 

Ahora los trabajadores, y no sólo en Italia, están afrontando los desafíos de la llamada fase 2. La reapertura de varias actividades impone, ante todo, poner más atención respecto a las normas de seguridad sanitaria, aprovechando la experiencia, también de lucha, adquirida en fábricas que ya han afrontado esta cita. Esta es la forma contingente que asume el conflicto tradicional entre la defensa de la fuerza de trabajo y el rendimiento, una división de clase que tiene una propia base objetiva, que va más allá de la generosidad individual. 
No es el único desafío. A medida que la actividad económica vaya retornándose, volverán a presentarse los mismos problemas con los que está luchando el movimiento obrero en Europa: la reestructuración europea, puesta en standby por la emergencia sanitaria, está lista para volver a estar en el centro del escenario en la "reconstrucción". Volverán a agitar la vida económica y sindical los temas del giro energético (el Green new deal) y de la digitalización, con las recaídas bien conocidas en términos de ocupación y el potencial divisivo que pueden ejercer entre los trabajadores y entre los propios sindicatos. 

Los desafíos de la reestructuración europea 

Más en general, vuelve ya al centro, y con más presión, el tema de la productividad del trabajo. En Francia, Philippe Varin, presidente de France Industrie, aclara a los que puedan tener dudas que «en las empresas es necesaria una reflexión sobre la organización del trabajo, con "flexibilidad" como palabra clave» (Le Fígaro, 25 de abril).
En Italia, el recién elegido presidente de Confindustria Carla Bonomi es explícito: a nivel de empresa hace falta «redefinir desde abajo turnos, horarios de trabajo, número de días de trabajo semanales y de semanas en este 2020». Para hacer lo, hace falta también poder derogar los actuales convenios nacionales: es «imposible pensar» poder volver a empezar «según lo dispuesto por los convenios vigentes» (La Stampa, 1 de mayo). Y lo dice en una época de renovaciones contractuales abiertas para 9 millones de trabajadores, desde los de alimentación a los me­talúrgicos. 
En resumidas cuentas, si hoy nuestra clase tiene que implicarse con decisión en luchar contra las recaídas sociales de la pandemia, al mismo tiempo tiene que prepararse para las batallas de la reestructuración europea de la post-pandemia. La organización sindical es el instrumento base para esta lucha de larga duración, pero la premisa insustituible es la visión estratégica que solo es capaz de proporcionar el partido leninista. 

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