En la actualidad, desde hace algún tiempo, en cada elección, por pereza mental o por cálculo, circula un cuentecito de conveniencia: la mayoría de los obreros, asustada, estaría ya de parte de los "populistas" y de sus representantes, que pueden ser desde Trump, a los soberanistas del Front National en Francia, a los nacionalistas del Brexit en Gran Bretaña, de la Lega o de los Cinco Estrellas en Italia.
No nos hagamos ilusiones, contrastaremos también estas influencias, así como lo hicimos con el oportunismo. Sin embargo, no es verdad que tengan la mayoría. Por ejemplo, en Italia. Primero, entre todos los asalariados, el primer partido es la abstención. En segundo lugar, es precisamente entre los obreros que su cuento es falso. Basándonos en los datos, si se acude a los grandes barrios obreros de Génova, Milán o Turín, por cada uno que se ha hecho el selfie en el mercado con Malteo Salvini o dos con Luigi Di Maio, encontrará cuatro o cinco que no han votado. Por cierto, a los obreros y a los proletarios hay que contarlos todos: también los 350 mil inmigrados que trabajan en la fábrica, los 200 mil en la construcción, los 500 mil en la logística, en los hoteles o en las cocinas de los restaurantes, los 800 mil - ¿o un millón'! ¿quién sabe?- entre asistentas y cuidadoras. Hombres y mujeres que en Italia viven y trabajan pero no tienen los mismos derechos que los italianos y, por lo tanto, no votan. Seamos claros, somos revolucionarios y estamos en contra de la política burguesa, su política, pero no así. Todos tienen que tener los mismos derechos, es un interés fundamental de clase, también el derecho al voto: luego explicaremos a todo el mundo que el parlamentarismo es un engaño, y nos batiremos por conquistarlos a nuestra política, la política comunista.
En cuanto a su política, tiene al mando el apartheid. Sus cadenas televisivas charlan de voto obrero, y no solo no cuentan los millones del abstencionismo de clase entre los trabajadores italianos, sino que tampoco cuentan los dos millones y medio de obreros y asalariados inmigrados, a los que no dan ni nacionalidad ni voto, ni siquiera los ven. Obreros que no votan: la batalla de clase parte también de aquí.
Rechazar la ilusión electoralista es el primer paso hacia la conciencia de que solo la lucha organizada puede aportar mejorías a la situación de los trabajadores.
Mecánicos alemanes, y no solo
Con la lucha, IG Metall ha obtenido para los mecánicos alemanes un aumento salarial del 4,3% y una reducción de horario, en forma de "derecho individual", hasta 28 horas semanales. Le Fígaro (22 de febrero) ha registrado que las mayores instituciones financieras mundiales han recibido favorablemente ese resultado: «La directora del FMJ, Christine Lagarde, se ha alegrado por el acuerdo firmado pues, según ella, va en la dirección correcta». Después de todo, sigue el periódico, hasta los "sabios" que aconsejan al gobierno alemán sobre la política económica habían «implorado una mejor división del tiempo entre empleo y vida familiar».
Llevamos tiempo señalando que desde la cumbre del BCE se propugnan consistentes aumentos de salario, vistos como un medio para evitar la deflación y relanzar la economía. Una especie de "salarialismo desde arriba" que en algunos casos encuentra correspondencia también "abajo", en la política contractual.
¿Se puede prever la abertura de una temporada de re lanzamiento salarial? A favor están la recuperación económica en marcha, un factor contingente, y la dinámica demográfica en descenso, un factor de largo plazo que se traduce en una creciente carencia de mano de obra.
Siempre en Alemania, después de los mecánicos, han ido a la huelga los trabajadores del sector de la energía, para los cuales el sindicato IG BCE solicita aumentos del 5,5%. Para los 130 mil carteros el sindicato de los servicios Ver.Di ha pedido el 6% y una cifra análoga está siendo reivindicada también por los sindicatos GEW (enseñanza) y DBB (funcionarios): en total, unos 3 millones de trabajadores.
En España, los trabajadores públicos han obtenido aumentos entre el 6 y el 8% para el trienio 2018-20, después de que en 2010 los sueldos fueran recortados un 5%.
En Francia, según Deloitte, las sociedades prevén en 2018 aumentos de los salarios del 2%, un nivel de todos modos nunca más alcanzado después de 2011. Los trabajadores de la compañía Air France ya han ido a la huelga (la primera desde 1993, convocada por todas las categorías juntas de los trabajadores) para reivindicar aumentos entre el 6 y el 10%.
Ferrocarriles europeos
Sin embargo, en Francia se vislumbra al mismo tiempo también la otra cara de la re estructuración europea. El gobierno francés ha ido a la carga para reformar la sociedad ferroviaria SNCF, lo que Le Figaro define un «test de la voluntad reformadora del Ejecutivo» ( 16 de marzo) y que Les Echos llama con más imaginación «el Grial del reformador francés» ( 13 de marzo).
El objetivo es una reducción de costes en vista de la apertura a la competencia prevista por la UE para el año 2020: precisamente la cuestión de los tiempos es impugnada por el gobierno como motivación para recurrir de nuevo a las "ordenanzas", los decretos de ley, como para la reforma del trabajo del año pasado. En el punto de mira han acabado las condiciones de los trabajadores, un "estatuto" de los ferroviarios que contiene una serie de "garantías" laborales y de pensiones que todavía están marcadas por el precedente ciclo estatalista. Por el mismo motivo, este es un frente eu el que los sindicatos conservan una residual fuerza, que de todos modos está disminuyendo.
Ampliando la mirada al mundo, desde Japón llega el ejemplo más paradójico: frente la tradicional jornada de la negociación salarial de primavera, el asunto, el gobierno estaría dispuesto a ofrecer un descuento fiscal a las empresas que aumentasen los salarios un 3%. De todas formas, la resistencia de la patronal sigue siendo fuerte.
Los salarios de los inmigrantes
Tanto en los Estados Unidos como en Europa, se discute acerca de por qué el empuje salarial sigue siendo débil, a pesar de la recuperación. Mario Draghi, presidente del BCE, observa que las tres cuartas partes del crecimiento de ocupación procede de trabajadores ancianos y más de la mitad de mujeres; esto significa que más trabajadores pueden ser colocados en el mercado de trabajo «sin generar presiones salariales». Por tanto, según esto, la cuestión ocupacional en las generaciones más jóvenes sigue todavía abierta.
Sea como sea, está claro que quedan amplios estratos de trabajadores con sueldos bajos. En la propia Alemania, que desde hace tres años ha introducido el salario mínimo por ley, hoy 8,84 euros la hora, el instituto de investigación DlW denuncia que habría de 1,8 a 2,6 millones de trabajadores pagados por debajo de aquel nivel. En Italia, al menos el 12% de los trabajadores está pagado por debajo del mínimo contractual. El uso de mano de obra inmigrada, más débil en la relación con la patronal, abre el camino a una ulterior bajada de los sueldos. Según denuncia el Observatorio sobre las migraciones, en Italia las rentas mensuales de los inmigrantes son en un 26% inferiores a la media: en parte esto se debe al hecho de que están empleados en trabajos con una retribución más baja, aunque el dato que hace reflexionar es que estas personas tienen suelos inferiores en un 9% incluso con respecto a los italianos que realizan el mismo trabajo (, II Sole-24 Ore 22 de febrero).
Lo mismo ocurre en Alemania: para el presidente del Bundesbank Jens Weidmann, la inmigración de 2,7 millones de trabajadores desde otros países de la UE «es en parte responsable de las presiones para rebajar los salarios» (Financia / Times, 19 de enero). La hipocresía de estas "denuncias" es que parece que estén acusando a los trabajadores inmigrantes. Siempre el estudio IDOS, colaboración entre Caritas y protestantes, escribe en cambio sobre una «segregación ocupacional» para los emigrantes, lo cual confirma que la plena igualdad de derechos para todos es una cuestión esencial de la defensa económica de la clase. Un sindicato en condiciones debería dar guerra.
Otro aspecto que condiciona la andadura retributiva es que se va haciendo cada vez más fuerte la relación entre los aumentos salariales y la productividad industrial. Se hablaba de la previsión en Francia de aumentos de un 2% en 2018: de estos, siempre según Deloitte, 1,52 puntos (tres cuartos) tendrán que concentrarse incluso en el salario individual.
En Italia, el 9 de marzo se firmó la reforma del modelo contractual, con satisfacción general y total de gobierno, Industriara y sindicatos. Mantiene los dos niveles de contrato, nacional y descentralizado; fija a nivel nacional el "tratamiento económico mínimo" (TEM) y el "'conjunto" (TEC), en el que se incluyen asimismo las eventuales formas de welfare; deja luego al nivel descentralizado la definición de ulteriores cuotas salariales. Esta es la cuestión, bien expresada por el periódico de la patronal: «un modelo contractual "abierto" que empuja al crecimiento de la productividad de empresa y, con esta, de los sueldos de los trabajadores» ( Sole-24 Ore, 1 de marzo).
Una lucha que una
Que existe una relación entre salarios y productividad está en los fundamentos de la economía. Sin embargo, es lo opuesto de lo que comúnmente se vende con el objetivo de dividir a los trabajadores atándolos a la andadura de la empresa: la lucha salarial es la que empuja al capitalista hacia la inversión productiva. Lo confirman los gobernadores de los bancos centrales cuando lamentan que los sueldos bajos ralentizan la productividad. Por tanto, en Italia es más bien la reducida dimensión de la empresa ( en la mecánica un cuarto de la alemana) el factor clave del retraso de productividad.
Si se abre un nuevo ciclo de crecimiento de los salarios, habrá que recordar que los resultados no se deberán al buen corazón de la patronal, sino a la capacidad de lucha de los trabajadores. Como leninistas, somos conscientes de que la lucha salarial es desde siempre un primer paso en la adquisición de la conciencia de clase. Por esto, dicha lucha debe unir, en lugar de dividir a los trabajadores.