El ridículo y la espada


Según un proverbio italiano mata más el ridículo que la espada. Pero por una vez no es sólo Italia la capital de los bufones. El hecho es que un poco en todas partes, en la política espectáculo, cada vez más a menudo el espectáculo es devorado por la política. Donald Trump es un egomaniaco temerario y magnate inmobiliario de Nueva York, que también se había puesto él mismo en pantalla en "The Apprentice", un reality show en el que despedía teatralmente a los aspirantes a colaborador. Ha continuado haciéndolo en la Casa Blanca, echando a ministros y hombres de su sta.ff-las cuidadoras-, cuya misión era salvar lo insalvable de la credibilidad norteamericana de los tweet grandilocuentes del presidente. Sólo un poco más sobrios, los encargados de comunicación de Emmanuel Macron, dicen en Francia que organizan sus apariciones como una serie de televisión: la gente permanece pegada a la pantalla esperando el próximo capítulo, para saber cómo va a terminar. Inalcanzables los austriacos, entre "Gran Hermano" y "Caiga quien caiga": en escena los jefazos del FPÓ, timados en una juerga de vacaciones y grabados en una negociación de farsa, con fondos rusos a cambio de favores. Los soberanistas pagados por soberanos extranjeros, casi un chiste, y en una velada alcohólica se ha desvanecido el modelo austriaco, el de la alianza entre los popular-conservadores y la derecha identitaria. Por no hablar del impresentable espectáculo en el que ha caído Londres, obligada a participar en la votación europea porque ha sido incapaz, tres años después del referéndum, de salir de la UE. Entran ganas de decir que el mundo es un pañuelo. Y ciertamente la comedia sin fin que continúa en Madrid está en buenas compañías. 
Pero, ¿qué hacer? Se decía que su política es una actuación pésima, de la que hay que huir. En toda Europa, la mayoría de los asalariados no ha votado. El abstencionismo de clase es un primer paso del que partir, para nuestra política comunista y revolucionaria. 



«The times they are a-changin '», los tiempos están cambiando: con esta cita del título de una canción cult de Bob Dylan de 1964 se abre el Empfoyment Outfook 2019 de la OCDE, dedicado a "El futuro del trabajo". 

Los «profundos y rápidos cambios estructurales que se perfilan en el horizonte» en el mundo del trabajo nos remiten al proceso de digitalización en marcha, desde la automatización de la Industria 4.0 a la informatizacjón en los servicios, y en los bancos hasta la economía de las platafom1as con sus algoritmos. Son dos los puntos de síntesis: en los próximos 15-20 años desaparecerá el 14% de los actuales puestos de trabajo mientras que el 32% cambiará radicalmente, y se crearán otros.

El futuro del trabajo 

Al margen de las cifras, observamos que a partir de estas tendencias el debate presenta dos perspectivas. Por un lado, los catástrofistas que temen el «final del trabajo» y lo aprovechan para una política de mero asistencialismo. Por otro, una visión objetivista, elaborada precisamente por la propia OCDE, que excluye un declive general del empleo y engloba todo ello en el concepto de «destrucción creativa». 
Con estas lecturas opuestas se con­fronta nuestra visión materialista: cualesquiera que sean las cantidades en juego, nos encontramos ante un proceso de reestructuración que, como tal, no se reduce a un balance numérico ( cuántos puestos suprimidos y cuántos creados), sino que se encarna en la lucha de las clases y de ahí en personas de carne y hueso. Destrucción y creación no son solo símbolos sobre el papel sino que alcanzan, incluso de manera dolorosa, las vidas de las personas: la acumulación de patrimonios permitida durante los últimos 70 años de "paz" puede mitigar, aunque no para todos, y de todas formas no puede eliminar la incertidumbre que este proceso lleva consigo.

El movimiento de los trabajadores no debe dejarse atrapar por las opuestas visiones ideológicas: tiene que conocer lo que le depara el futuro y trabajar para reforzar los instrumentos de defensa de los intereses de clase. Pero esto lo veremos dentro de poco.
Otro tema para reflexionar nos lo ofrece el infonne de la OCDE cuando indica los tres factores que están «re­modelando» el mercado de trabajo: progreso tecnológico, globalización y envejecimiento de la población. Este tercer elemento afecta sobre todo a los países avanzados. En los 35 países de la OCDE, en 1980 había de media 20 personas que tenían más de 65 años por cada 100 en edad de trabajo (20-64); en 2015 subieron a 28 y en 2050 se prevé una duplicación. 

El dato sobre el envejecimiento esconde la otra cara del fenómeno, la reducción de las nuevas aportaciones juveniles, efecto del invierno demográfico. Un dato indicativo nos llega aquí de un informe de Assolombarda: en Lombardía, en diez años han aumentado en 700 mil los empleados con más de 45 años, pero han bajado en 500 mil quienes están por debajo de dicha edad.   

Ingenieros y técnicos inmigrantes 

Una población activa envejecida esto es lo que da a entender el informe de la OCDE- es menos propensa a abordar los cambios, no solo por inercia sino también por los conocimientos técnicos de los que dispone. ¿Cómo resolver el problema? También desde este punto de vista los flujos migratorios se vuelven ineludibles. Podemos leer en el informe, por ejemplo, que «más de la mitad de los trabajadores de Silicon Valley con un título universitario superior (grado o licenciatura) en ciencias. tecnología. ingeniería o matemáticas (STEM) han nacido en el extranjero».

Es un aspecto a considerar también en Europa. Es verdad que muchos trabajadores inmigrados terminan por cubrir puestos poco cualificados, a menudo incluso de nivel inferior a su formación. Sin embargo, esta es solo una cara: la otra es la combinación entre jóvenes, edad y preparación, originaria o adquirida, que hace de las migraciones una clave para abordar el problema del "trabajo que cambia". Además de esto, hay que considerar la cada vez mayor cuota de hijos y nietos de inmigrantes, las segun­das y terceras generaciones que ya ocupan y cada vez llenarán más las aulas de las escuelas europeas, para convertirse en los ingenieros y técnicos de mañana. En este sentido, también desde este punto de vista se puede medir la estupidez de una política racista de cierre a la inmigración, empapada de electeralismo.

Nuevas tareas para sindicatos debilitados 

¿Qué tendrían que decir los sindicatos ante estos fenómenos? Mucho, en el sentido de la defensa de las condiciones y de los salarios de los trabajadores atrapados en el torbellino del cambio. Solo que y siempre según la OCDE a partir de 1985 los sindicatos vieron reducirse a la mrtad sus propios inscritos, mientras que el grado de cobertura de los convenios colectivos (nacionales, de categoría, empresariales) se ha reducido en un tercio. 
Es algo de lo que, paradójicamente, también los empresarios se lamentan. Por ejemplo, Handelsblatt (2 de mayo) se opone a «la pérdida de importancia» de los sindicatos. La paradoja se aclara con la explicación de lo que los industriales alemanes piden a los sindicatos: colaborar con los empresarios en «encontrar soluciones para gobernar el cambio», es decir, en la gestión conjunta; y sin exagerar, como en cambio hacen los metalúrgicos, quienes «siguen presionando demasiado a los empresarios». 
La lógica según la cual debería moverse hoy la gestión conjunta está expresada con palabras muy claras por el propio periódico de la burguesía alemana: sindicatos y empresarios han de «recordar que flente a potencias económicas como Estados Unidos y China podrá aguantar una Europa unida y no una Alemania que camina sola». Resumiendo, el obrero europeo tendría que agarrar y utilizar la bandera (por ahora solo ésta) de la defensa del imperialismo continental, para confiar en que la reestructuración le eche un cable; todo esto tiene un nombre: se llama socialimperialismo. Y el sindicato alemán ya ha demostrado no ser insensible al canto de estas sirenas. 


El populismo sindical de la CGT



En Francia sopla con más fuerza el viento del populismo, también en el sindicato. El primero de mayo tuvo lugar en París una piece embarazosa, con la CGT que no consiguió mantenerse a la cabeza del desfile, y su secretario fue obligado incluso a abandonarlo temporalmente. De este episodio, Les Echos ( 13 de mayo) ha elaborado una eficaz imagen cromática: «un l º de mayo más amarillo y negro que rojo», con referencia a las ambiguas posturas de movimientos como los "chalecos amarillos", que se han vuelto hegemónicos en aquel contexto. 
Son posturas que penetran también en la CGT, al ser contrastadas con debilidad por la dirección, cuando no incluso favorecidas. Philippe Martínez, interviniendo en el congreso que lo ha vuelto a elegir secretario, ha aclarado su visión: «Nosotros rechazamos la idea de ser una vanguardia. si bien iluminada, una especie de élite sindical que explica lo que es bueno y lo que no lo es». Y añade: «No se trata de que quien desee entrar en la CGT deba adaptarse a su organización o a sus estructuras. sino lo contrario» (les Echos, 14 de mayo) 
Es un sindicato que se presenta «a imagen del pueblo», sometido a sugestiones confusas y destinado a la derrota porque carece de una estrategia que no sea la esperanza en alguna apertura política.

La tarea organizativa 

Una vez más, Handelsblatt escribe palabras claras al respecto: «Se equivoca de camino quien piensa reforzar La autonomía negociadora dirigiéndose al Estado», para concluir diciendo que «Tan solo con la reactivación con sus propias fuerzas y con convincentes ofertas a los trabajadores. también mañana los sindicatos tendrán fuerza de gestión». Dos apuntes. Uno: que sean los emprendedores los que "indican las directrices" ya es una señal de mala salud de los sindicatos. Dos: aquella deseada «fuerza de gestión» es en realidad la gestión conjunta o en cualquier caso la subordinación de los trabajadores a los intereses de la burguesía. 
Por otro lado, los tiempos cambiantes imponen a los sindicatos que se concentren en la organización de las cada vez más extensas estratificaciones salariales, para afrontar los cambios desde un punto de vista de clase, abandonando las ilusiones electoralistas; y a los leninistas dichos tiempos les imponen trabajar con renovado entusiasmo por la implantación del partido en las grandes concentraciones continentales de la fuerza de trabajo.