
Comienza la era del free money, el dinero gratias, escribe The Economist. A largo plazo es dudoso: de una manera u otra las cuentas tendrán que ser pagadas, quizás con el gigantesco aumento de la inflación: The Economist es la biblia del capital internacional y es escandaloso la manera en que exhibe sin pudor el viraje del nuevo delo, abierto con la crisis de la pandemia secular. Al comienzo diferentes dirigentes europeos casi no lo creían y después, en cambio, ha caído una verdadera lluvia de dinero. Roma y Madrid no han tenido que quejarse mucho para llevarse unabuena parte de la financiación europea y París ha obtenido 40 mil millones de euros en subvenciones del Recovery Fund que se destinarán a financiar el plan de recuperación del gobiernofrancés de 100 mil millones de euros en dos años.
Su política a penas era capaz de gestionar la administración ordinaria y de manera imprevista, y de qué manera, es transportada a otro universo, a capear una crisis secular y a gestionar fondos de una entidad colosal. Un nuevo Plan Marshall, se dice, otro New Deal.
Por lo tanto hay dinero, porque es el río de dinero que la UE orienta para coordinar las medidas necesarias para la recuperación económica. No obstante, continúa la actitud de la burguesía que quiere hacer pagar la cuenta a los asalariados. Y no una vez sino dos veces: por la crisis, y por la incapacidad de los grandes centros del capital para contener la plétora pequeñoburguesa y un parasitismo voraz y desbordante. Más aún, la clase dominante parece haber aprendido de 2008, y quiere anular una nueva insurgencia del populismo propietario: de aquí surge un rasgo casi surrealista de la gestión de la crisis, que mientras cuenta los positivos de virus, rodea de atenciones y subvenciones a los hoteles, restaurantes, tiendas turísticas y bed and break ast.
Más que nunca, entre los trabajadores divididos y fragmentados por la crisis, la brújula de la defensa de clase sigue siendo indispensable. Más que nunca, a su política hay que contraponer nuestra política comunista.
Las prospectivas de la ocupación, en el mundo y en Italia, aunque sujetas a muchas variables, no parecen muy ha lagüeñas. La OCDE estima para 2020 una desocupación de un 9,4% en el conjunto de los países avanzados, un 12,4 en Italia y un 12,3 en Francia.
El dato cierto es que incluso en la denominada fase 3 permanecen las divisiones entre los trabajadores y, en ciertos aspectos, se acentúan.
Las estratificaciones de clase son golpeadas de manera diferente
Durante el lockdown hemos oído elogiar a los trabajadores "esenciales", sin. los cuales todo se habría parado y que, por lo tanto, se han visto obligados a trabajar incluso sin las protecciones adecuadas. Ahora, escribe el Financial Times del 7 de juio, estos trabajadores que ya «están entre los menos pagados», es difícil que tengan un aumento: «el destino de los trabajadores con salarios bajos será la cuestión política y económica fundamental».
A ellos se les ha unido quien ha retomado el trabajo después del parón forzado. Ahora, en Italia, más de 10 millones tienen frente así una cita con la negociación colectiva. Confindustria, en palabras de su presidente Carla Bonomi, avisa: los aumentos contractuales van unidos a la productividad y «deberían darse a nivel de empresa» (Corriere della Sera, 28 de julio). Clarísimo: las peticiones ya presentadas, por ejemplo de los metalúrgicos (incrementos salariales de un 8% ), no son de recibo.
Además está quien ha perdido el trabajo o, también, quien no lo tenía, y durante estos meses ni siquiera ha podido buscarlo. Hay trabajadores con contratos parciales y el vasto grupo de trabajadores precarios, comenzando por el turismo y los servicios, pero también de la industria y la construcción. A menudo se trata de trabajadores inmigrantes, "en negro" y por lo tanto sin redes de protección.
Subsidio de desempleo: la burla además del daño
Son los diferentes componentes de una clase estratificada y la atención de los leninistas debe dirigirse a todos. Una parte destacada para Bankitalia casi el 40% de los trabajadores del sector privado ha recibido prestaciones durante el lockdown. Las prospectivas económicas inciertas han empujado a prorrogar el tiempo de utilización, pero «selectivo», de estas medidas; y por parte empresarial se plantean ampliaciones posteriores. Por lo tanto, hay que ser claros para evitar que los trabajadores, además del daño, sufran el escarnio.
No sólo se trata de los tiempos "bíblicos" con los que muchos de ellos han obtenido el dinero que se le debía. El hecho es que en Italia, por ejemplo, el subsidio se presenta como completo en el 80% de la retribución, pero «dentro y no más allá» de dos límites máximos. En síntesis: el grupo de los beneficiarios setdivide en dos campos, entre quien trabajando gana menos de 2.160 euros mensuales brutos y quien supera esta cifra, equivalente a poco más de 1.400 euros netos.
Un trabajador sin ninguna hora de trabajo, sin cargas familiares y con una renta normal inferior a aquel nivel, puede llegar a un máximo de unos 850 euros al mes; quien lo supera, a 980. Esto significa que: quien tiene un salario un poco inferior a 1.400 euros recibe el 60% de la retribución habitual, quien está un poco por encima el 67%; no obstante, es un porcentaje que disminuye con el aumento de la renta. Un ejemplo: para un trabajador o un técnico con una renta de 1.800 euros, los 980 de subsidio sería el 54%, poco más de la mitad. Las cifras hablan por sí solas: son absolutamente insuficientes, sobre todo a largo plazo.
Una batalla unificadora
Por lo tanto, es indispensable una batalla para llevar los subsidios a niveles más aceptables: al menos llegar al 90% del salario real, sin techos y para todos, puede ser el lema en el momento en que los efectos sociales de la pandemia se descargan con fuerza sobre los trabajadores.
Hay dinero, hemos escrito en el encabezamiento. Esto es así, dado el río de dinero que la UE pretende dirigir a las medidas necesarias para la recuperación económica. Este es dinero que no debe desperdiciarse, se advierte repetidamente. Pues bien, invertir en la mano de obra, en mantener las competencias adquiridas y en su formación, fue la clave con la que algunos países como Alemania han superado mejor que otros la crisis de los años diez. Puede y debe ser el mismo también para la de los años veinte. Puede y debe ser un objetivo sobre el que unificar a todos los trabajadores asalariados en Europa, una medida para contrastar las divisiones objetivas.
El "Kurzarbeit" alemán
A menudo se hace referencia, y no solo por nosotros, al Kurzarbeit, el fondo de despido alemán que, en la primera mitad del año, implicó a unos diez millones de asalariados. Aqui, a diferencia del modelo italiano, no hay techos, y esto deja todo más claro. El nivel del subsidio se fija en el 60% del salario neto (67% para las personas con hijos), un nivel bajo, pero como se ilustra arriba, no muy diferente del italiano.
Desde ese punto de partida, sin embargo, los trabajadores alemanes han planteado sus reivindicaciones: algunos sectores o grandes empresas han alcanzado, al menos para este año de crisis, niveles del 80% (metalmecánicos) o incluso del 90%. Además, la negociación con el gobierno llevó a un aumento gradual para todos: al 70% tras cuatro meses y al 80% tras seis.
El lado oscuro del "modelo alemán"
Sin embargo, también de Alemania viene otro "modelo", y no es precisamente edificante. El contagio en los mataderos del grupo Tonnies en Renania Westfalia abre una brecha en el lado oscuro alemán. La situación laboral en esos mataderos no es nada nuevo, al menos para nosotros. En estas columnas ya se discutió en abril de 2013, señalando un «dum ping social» que permite los bajos precios de la carne gracias a los bajos salarios pagados a los trabajadores temporales o subcontratistas ("contrato de trabajo"), con salarios «incluso inferiores a 3 euros la hora». El grupo Tonnies estaba entre los ya entonces mencionados.
Hoy Der Spiegel (27 de junio) señala que la mayoría de ellos son inmigrantes: «trabajadores de primera clase, pero tratados como personas de segunda». Y es precisamente en esta distinción entre mano de obra y personas, típica del capitalismo, donde se anidan las causas del desastre: personas reclutadas en Europa del Este, transportadas en microbuses repletos de gente, alojados en casas igualmente abarrotadas en las que el distanciamiento social es una quimera; y fuerza de trabajo con buena cualificación, pero usada a bajo precio y durante 60 horas semanales en condiciones (contacto estrecho y bajas temperaturas) que facilitan la propagación del virus.
Handelsblatt (6 de julio), en su función de expresión de los intereses generales de la burguesía alemana y no de grupos individuales, señala que, de bido a estas condiciones, Alemania se ha convertido en «el matadero de Europa», hasta el punto de que se crea un «turismo carnicero» regular de países vecinos como Holanda y Dinamarca; podríamos decir, "frugal" con los bajos salarios de los demás. Y de nuevo: «Producimos en dimensiones gigantescas por encima de nuestras necesidades, pero sólo podemos hacerlo pagando salarios más bajos que en otros países» (23 de junio).
A cada uno su modelo
Si en Alemania estas situaciones se han vuelto patológicas, también en otros países, Italia incluida, las condiciones de trabajo en los mataderos no son muy diferentes. Y esto también se aplica a muchas empresas de logística o al gran número de jornaleros agrícolas estacionales (10 millones en Europa, según Der Spiegel del 18 de julio), con resultados similares. Es el mercado el que empuja a la burguesía moderna a recuperar del pasado modelos más ventajosos desde el punto de vista del beneficio inmediato.
Para los trabajadores, existen otros modelos a los que referirse: una crisis como la que el mundo está viviendo es un estimulo para que los asalariados se unan en torno a objetivos claros por una lucha común.
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