A finales de julio, trazando un balance provisional de la pandemia en Estados Unidos, Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, señala: «Hemos pasado de los niveles más bajos de desempleo en cincuenta años a los niveles más altos de desempleo en noventa años, y esto en el espacio de dos meses».
La observación remarca la magnitud, la rapidez y la violencia del inédito terremoto pandémico más que los porcentajes de producto perdido, que siguen siendo impresionantes. En el segundo trimestre del año, el PIB se contrajo con respecto al mismo trimestre del año pasado en un 9,5% en Estados Unidos, un 10 en Japón, un 15 en la Eurozona, un 21,7 en Gran Bretaña. Solo China volvió a crecer con un 3,2%.
La recesión estadounidense
Powell desglosa el dato de la recesión, «probablemente la más grande jamás registrada»: el gasto de las familias se ha recuperado cerca de la mitad de la caída inicial; el mercado laboral, que había perdido 22 millones de puestos de trabajo, recupera un tercio; en cambio, «los indicadores de inversión Ma de las empresas deben aún mostrar una recuperación». Los paquetes de estímulo iniciales de más de 3 billones han impulsado la recuperación. Pero, confiesa Powell, «no habíamos prestado tanto como pensábamos»: por una parte, los mercados crediticios, después de la parálisis inicial, han reanudado su función; por otra, muchas empresas no serían capaces de reembolsar los préstamos del gobierno y necesitan subvenciones.
Expirados en julio los subsidios de desempleo, el Congreso no ha sido capaz de encontrar un compromiso para prolongarlos. Donald Trump sorteó el bloqueo decidiendo la distribución temporal de subsidios reducidos, a pesar de no tener los poderes. 16 millones de desempleados son rehenes del bipartidismo en la carrera presidencial. La bolsa no se ha estancado: el índice de los 500 mayores grupos se recuperó de la crisis de marzo y ha alcanzado nuevos récords. Wall Street está seguro de que la FED y el gobierno lo apoyan, y sus gigantes inflan sus precios comprando sus propias acciones.
El dualismo entre la Bolsa y la economía real es un proceso secular y una de las caras del desarrollo desigual. Powell ve en «la desigualdad un problema creciente en nuestra economía durante cuatro décadas». El reflector de la FEO cae sobre cuatro décadas liberales, mientras se inicia lo que el Economist llama una «nueva era» de intervencionismo estatal, activo en la asignación de capital, nutrido por asombrosas dosis de deuda y dinero, que pueden volverse «instrumentos srandard durante décadas»
La apuesta es que la desinflación -y con ella los tipos de interés bajos persista durante años; hipótesis que presupone la restauración de mercados abiertos y el aumento de la productividad con altos niveles de desempleo.
Dólar y oro
En las últimas semanas, el dólar se ha debilitado respecto a una amplia cesta de monedas. Solo la lira turca ha perdido más que el dólar. Ha suscitado interés el hecho de que la depreciación del 10% del billete verde después de marzo haya estado acompañada de un aumento del precio del oro del 30%, a pesar de la reducción a la mitad de la demanda mundial de la industria del oro debido a los lockdown. El oro ha superado los 2.000 dólares la onza, un récord después de los 1.933 alcanzados en 2011 en plena crisis de la deuda en Europa. El salto anterior de importancia parecida se remonta a enero de 1980, cuando la revolución de Jomeini le quitó a Washington su principal aliado de Oriente Medio.
Muchos comentarios coinciden en que la crisis y la desastrosa gestión sanitaria no agotan las causas de las oscilaciones del dólar y el salto del oro. El episodio ha hecho resurgir el río kárstico del debate sobre el papel de la moneda estadounidense, casi 50 años después de la crisis del sistema de Brenon Woods. Durante casi treinta años, el dólar representó la palingenesia de la posguerra, el «New De a para el nuevo mundo», según declaraba el plenipotenciario Harry Dexter White. En agosto de 1971, el presidente Richard Nixon puso fin a la convertibilidad del dólar en oro. Desde entonces, el fin del dólar como moneda básica del sistema internacional es periódicamente pronosticado, diagnosticado, reivindicado. Los obituarios resultaron prematuros. La longevidad del dólar y, antes, la secular de la libra, atestiguan la extraordinaria complejidad condensada en la moneda mundial, en todos sus papeles: como unidad de cuenta, como denominador de precios, como medio de pago y deuda, como valor de reserva. Es la fuerza de la inercia que deriva de infinidades de relaciones políticas, comerciales, financieras, militares acumuladas en el tiempo en torno a la moneda de uso común en las transacciones globales y la potencia que la emite y garantiza.
Dilemas de sucesión
Sin embargo, las recurrentes impugnaciones del «privilegio exorbitante» indican la maduración de las contradicciones y el desgaste de las formas asumidas en el periodo del unilateralismo americano: es el caso de las acusaciones de «manipulación monetaria» contra los socios comerciales más fuertes; más recientemente es el uso del dólar como arma ofensiva (se habla de una weaponization del dólélJ') en sanciones directas o secundarias contra países rivales y aliados, y como medio para imponer la extraterritorialidad del derecho estadounidense.
Sin ir a precedentes más remotos, recordamos que en agosto del año pasado el entonces gobernador del Banco Central inglés, Mark Carney, había enunciado en Jackson Hole el principio de que «cualquier sistema monetario unipolar es inadecuado para un mundo multipolar», de ahí que, cuando la «asimetría desestabilizante» del dólar sea superada, no debería producirse «el paso de una moneda hegemónica a otra».
Era el mismo principio proclamado diez años antes por el gobernador del Banco Central chino, Zhou Xiaochuan, quien, tras el estallido de la crisis financiera mundial, exigió la sustitución del dólar por una «moneda de reserva súpersoberana desconectada de intereses soberanos de un solo país» y gestionada por una «institución global». Zhou miraba al FMI y sus derechos especiales de giro. Carney pensaba en una «moneda sintética hegemónica», inspirada en el proyecto Libra, la moneda sintética de Facebook estrangulada en la cuna.
Hoy esta corriente supranacional de reforma monetaria tiene exponentes menos ilustres: entre ellos el economista Barry Eichengreen de la Universidad de California, quien ve como la «única solución» al enigma de la sucesión del dólar el fortalecimiento del FMI, para hacerlo capaz de emitir finalmente el «bancor» imaginado por Keynes.
Previsiones pesimistas
El pronóstico más pesimista sobre el dólar es el de Stephen Roach, exdirector de Morgan Stanley Asia y exponente del "partido chino" en Estados Unidos. Estima inminente el fin de la era del excepcionalismo monetario estadounidense e plantea que «un colapso del dólar bien podria estar a la vista». Considera que en el origen de la posible crisis del dólar está la escasez de ahorro interno estadounidense, que ha obligado a los Estados Unidos al endeudamiento externo, facilitado por el papel internacional del dólar, pero que ya no es sostenible debido al abrumador déficit federal. En el fin del «privilegio exorbitante», Roach ve una especie de enemigo a los arranques de Trump con China, la única potencia capaz de apoyar financieramente a Estados Unidos.
Muy pesimista parece también el juicio de Harold James, historiador inglés de la economía alemana y europea. Bajo Trump, dice, Estados Unidos se ha convertido en una vergüenza internacional, el dólar corre el riesgo de aparecer como el viejo rublo y el cambio de leadership y línea en Washington puede llegar con retraso, como la perestroika de Gorbachov: «el malestar se ha vuelto terminal». Se puede pensar que el profesor de Princeton utiliza palabras fuertes para indicar la urgencia del cambio de rumbo.
Valoraciones de a City y de París
Para el Financial Times, el aumento del precio del oro refleja la caída de la confianza en los títulos de Estado, cuyos rendimientos se ven vaciados por los tipos negativos; el oro es un «índice de miedo» y mide el deseo de «una alternativa al dólar» en los momentos críticos. A la caída del dólar se añaden las crecientes tensiones con China, la ineficiente gestión de la pandemia, la desenfrenada impresión de dinero fiduciario, la parálisis del congreso de EE. UU., mientras que Europa logra financiar con deuda común su recuperación. Pero el Financial Times adopta la respuesta tradicional al desgaste del dolar standard: hoy no hay alternativas; una quinta parte de los acuerdos comerciales están denominados en dólares; el 62% de las reservas y el 88% de las transacciones monetarias se basan en el dólar.
Le Monde se pregunta: ¿la "caída" del dólar acelera el fin de su hegemonía? La respuesta parece indicar más la oportunidad para un mayor papel del euro, dada la situación de Estados Unidos: la ceca estadounidense está imprimiendo más que todas las otras; el déficit presupuestario de Estados Unidos será el doble que el de la Eurozona (24 frente al 12% del PIB, según las previsiones del FMI); la FED financia directamente a las empresas para atajar sus quiebras; el panorama es de incertidumbre, déficit comercial, ahorro insuficiente.
Dos comentarios de Arnaud Leparmentier merecen atención. El primero: los estadounidenses se encuentran en una tenaza; ¿ Cómo mantener el privilegio del dólar y al mismo tiempo separarse de otras economías, haciéndolo menos indispensable? La segunda: habitualmente los ahorros europeos suelen financiar los bonos del Tesoro estadounidense; esta vez, gracias al acuerdo europeo de julio, permanecerán en Europa.
Geopolítica del "Economist"
El Economist afirma: «Si hay una razón para poner en discusión el predominio del dólar, no es que Estados Unidos se esté volviendo menos potente económicamente, sino que el orden mundial que ha construido parece cada vez más vulnerable». La verdadera amenaza para el dólar proviene del debilitamiento del compromiso de EE.UU. con las alianzas e instituciones que han moldeado la paz y la globalización durante 70 años. El nacionalismo económico de Trump primero, y luego la pandemia y la contracción del comercio mundial, ponen contra las cuerdas a la cooperación. Un mundo dividido podría acabar con la posición privilegiada del dólar. Pero la reconstrucción del comercio mundial bajo el liderazgo de Estados Unidos asegurará el dominio del dólar durante años.
El semanario agrega tres consideraciones. Con la primera retoma la tesis de los historiadores del dólar, para quíenes no existe una correspondencia directa entre el papel dominante de una moneda y la fuerza económica de la potencia que la expresa, ni tampoco con la fuerza de la propia moneda. El PIB estadounidense superó al británico ya en 1880 y el dólar contaba con la mitad de las reservas mundiales a principios de los años Veinte, pero solo con Bretton Woods ganó el liderazgo del sistema monetario. El rol de liderazgo de la libra fue una expresión de la capacidad de Gran Bretaña, potencia financiera, industrial y militar, para liderar «un largo período de creciente integración global». Estados Unidos solo pudo realizar una tarea similar en el último tercio del siglo XX.
La segunda consideración relativiza el concepto de "moneda dominante": el papel de la moneda de reserva ha sido a menudo "compartido": antes de la Primera Guerra Mundial, cerca de un tercio de las reservas de divisas consistían en francos franceses y marcos alemanes. Puede ser un argumento a favor del multipolarismo monetario, pero hay que decir que el "compartir" de la bel/e époque no fue más que el intento de repartirse el mundo, al comienzo del imperialismo, sin enfrentamientos directos entre las metrópolis.
La tercera consideración deriva de un estudio dirigido por Eichengreen que hemos tenido ocasión de citar anteriormente ("El dólar entre Marte y Mercurio", marzo de 2018). Los autores, estudiando la composición de las reservas de divisas antes de la Primera Guerra Mundial, descubrieron la influencia que tenían sobre ellas las alianzas militares, aumentando en un 30% la participación de la moneda más fuerte de la alianza en las reservas de los países aliados. El mensaje es que las alianzas pueden apuntalar el dólar, mientras que la eventual retirada de Estados Unidos de las alianzas erosionará el privilegio monetario.
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