La nueva epidemia de virus que ha estallado en diciembre en Wuhan, en la provincia china de Hubei, en el momento en que escribimos está en plena marcha, y parece no haber alcanzado todavía su punto culminante. La progresión diaria está en ligera disminución desde hace unos días, pero es demasiado pronto para pensar que haya empezado la curva descendiente esperada en base a la evolución clásica de las epidemias.
Según las noticias oficiales, los enfermos, el 13 de febrero superaron los 60 mil el 99% .en China y el resto en 27 países, de los cuales más de seis mil curados y más de mil trecientos, lamentablemente, fallecidos. Los epidemiólogos, sin embargo, sospechan que el número de contagiados es un múltiplo de los registrados. La infección, que entre las complicaciones más graves y frecuentes presenta una grave forma de neumonía, tiene un comienzo engañoso, y podría presentar en muchos casos una evolución tan ligera que el paciente no recurre a atención médica.
La alarma es grande, al igual el eco mediático. La peste desconocida vuelve a encender antiguos miedos, prejuicios y xenofobias; ya estamos viendo cómo están siendo aprovechado para intereses políticos o económicos. Sin embargo, el temor a que la nueva epidemia se convierta en pandemia un contagio con amplísima difusión no es injustificado.
Las epidemias graves han tenido siempre un impacto social profundo y a veces devastador, trastocando la vida de millones de personas, limitando movimientos, modificando comportamientos, paralizando o ralentizando las actividades productivas. También este evento tendrá que ser seguido y estudiado, por las recaídas económicas, políticas e incluso por lo que a las relaciones entre los Estados se refiere. Sin embargo, primero es preciso elevar la mirada al resto del mundo.
Detrás de la esquina
En el mundo, cada año, las enfermedades transmisibles, provocadas por microrganismos patógenos para el ser humano bacterias, virus, hongos, parásitos causan 10 millones de muertos. La Organización Mundial de la Salud (OMS-WHO) calcula que cada año mueren por enfermedades de las vías respiratorias inferiores casi cuatro millones de personas, un millón y medio de tuberculosis, mientras que las enfermedades diarreicas matan a más de medio millón de niños de menos de cinco años; la infección de HIV/SIDA mata a 770 mil personas, la gripe estacional de 250 a 650 mil.
La trágica estadística podría continuar con las «neglected disease», enfermedades transmisibles endémicas en una cuenca de mil millones de personas, y pasadas por alto porque, al estar encerradas en las zonas pobres, tropicales y subtropicales de 149 países, no amenazan la salud del mundo desarrollado y no atraen suficientes recursos para combatirlas.
Virus viejos y nuevos
El agente patógeno responsable de la nueva epidemia ha sido identificado como un nuevo virus de la familia de los coronavirus y llamado por la OMS COVID-19, bautizado por la prensa coronavirus de Wuhan. Existen todavía muchas incógnitas acerca de su procedencia, comportamiento, tiempo de incubación, variabilidad de las manifestaciones clínicas y modalidad de difusión.
Los coronavirus son desde hace tiempo conocidos entre los responsables de enfermedades respiratorias comunes, frecuentemente resfriados. Recientemente han emergido dos cepas: una responsable en 2002-2003 de la epidemia SARS (Severe Acute Respiratory Syndrome), que tuvo su epicentro en la provincia china de Cantón, se difundió por otros 36 países, hizo enfermar a más de 8 mil personas y mató a casi 800; el otro, en 2012, del aún más mortífero MERS (Middle East Respiratory Syndrome) en la península árabe, todavía activo.
Son 219 las especies de virus conocidas capaces de infectar al hombre y se descubren tres-cuatro nuevas cada año (Human viruses: discovery and emergence, Philosophical Transactions of the Royal Society, 2012). En su mayoría infectan también a animales, sobre todo mamíferos de granja, aves de corral, pero también pájaros y otros animales silvestres. Los virus son parásitos obligados, necesitan un organismo huésped para perpetuarse. Los animales constituyen un gran reservorio de virus desde el cual, a través de continuos reajustes genéticos, los mismos virus pueden adquirir la capacidad de infectar al hombre y causar enfermedades de gravedad extremadamente variable. Son los "nuevos" agentes emergentes o reemergentes que en los últimos veinte años han hecho aparecer unas treinta nuevas enfermedades.
Los procesos de adaptación de los microrganismos son imprevisibles e inevitables, son facilitados por la cercanía entre animales silvestres y de cría y entre estos y el hombre, y su difusión está garantizada por los viajes y por el hacinamiento en las megalópolis.
Carrera contra el tiempo
El gobierno chino ha reaccionado al estallido del contagio con una excepcional movilización de fuerzas e imponiendo medidas restrictivas a millones de habitantes, una cuarentena de dimensiones nunca vistas en la historia.
La prensa internacional ha lanzado severas críticas a la gestión de la emergencia por parte de las autoridades locales y nacionales, a las que reprochan un retraso en identificar el foco, la infravaloración de su gravedad, una inicial reticencia. Pero las críticas se extienden al conjunto del "sistema chino": «El sistema autoritario chino es particularmente pobre afrontando las emergencias sanitarias» y la epidemia podría constituir un "Chernobyl" para sus dirigentes políticos, ha escrito el Financial Times el 11 de febrero,previniendo terremotos políticos además del shock económico.
El virus amenaza el estatus de potencia mundial de China, salvo que logre contenerlo rápidamente, impidiendo su difusión al resto del mundo. En otra parte del periódico analizamos los aspectos político sociáles y económicos de la "modernización retardada" o "desigual" y el debate en curso en China sobre lo que parece ser un verdadero desequilibrio. También por esto hay que tener en cuenta la hipótesis opuesta, mencionada entre otros, por el Economist: la epidemia puede convertirse en un factor de movilización nacional y también dar comienzo a un ciclo de reformas desde arriba.
Los primeros comentarios de la comunidad científica, en cambio, han apreciado, puede que con cierto asombro, la velocidad de actuación en las medidas de contención del contagio, la rapidez en el aislamiento y secuenciación del genoma del virus y, sobre todo, la disponibilidad a compartir todas las informaciones con los epidemiólogos de todo el mundo. China ha aprendido la "lección del SARS", cuando ocultó la infección durante semanas antes de comunicarla al resto del mundo (The Lancet, 24 de enero).
Fragilidad sanitaria
La gestión inicial de la emergencia ha sido criticada también por autoridades chinas ocupadas en el juego de la descarga de responsabilidades entre el nivel local y nacional. La epidemia, de todos modos, ha destapado la fragilidad de China en el terreno sanitario.
La sanidad en China ha tenido un fuerte desarrollo, sobre todo después del susto provocado por el SARS. Desde 2003 hasta 2017 las camas de los hospitales casi se han triplicado de 2,3 a 6,1 millones, llevando la proporción de 1,7 a 4,3 cada mil habitantes (la media de la eurozona es de 3,9); los médicos de 1,5 a 2,8 millones, con una proporción que ha pasado del 1,2 a 2 por mil habitantes; los enfermeros, que eran inferiores en número a los médicos, se han triplicado a 3,8 millones (OCDE, 2019; The Economist, 2020).
Sin embargo, es significativa la desproporción en la distribución de las mejores estructuras mejores y del personal más preparado entre ciudades y áreas rurales, entre las provincias y en el interior de las provincias. Según el Anuario estadístico de Wuhan, en 2017 la ciudad disponía de 7,2 camas hospitalarias y 3,3 médicos por mil habitantes, sensiblemente más que la media nacional.
La epidemia ha saturado rápidamente los recursos sanitarios locales imponiendo al gobierno central una movilización sin precedentes. Las crónicas hablan de carencia de camas, de equipos médicos, de personal preparado (y bien protegido), de kits diagnósticos, de fármacos, carencias reconocidas por la propia National Health Commission (rueda de prensa, 4 de febrero). El gobierno central se ha visto obligado a enviar a Hubei 68 teams sanitarios, con más de 8 mil entre médicos y enfermeros desde otras provincias, escribe The Lancet el 8 de febrero, y a construir en pocos días dos hospitales con más de dos mil camas, al cuidado de 1.400 médicos militares.
Un mundo vulnerable
El Dragón chino muestra su fragilidad en el terreno sanitario. Pero la comunidad científica desde hace tiempo lanza una alarma a todo el mundo: «El mundo corre el riesgo de sufrir devastadoras epidemias regionales o globales» y ho está lo bastante preparado como para afrontar una pandemia agresiva (WHO, A world at risk, 2019).
Las epidemias y las pandemias son inevitables. Se tendrían que invertir grandes recursos en todo el sector sanitario, en la prevención y vigilancia capilar de la salud de los animales y de las personas, en la investigación y producción de vacunas y antibióticos con provisiones adecuadas, en el desarrollo de infraestructuras sanitarias equipadas y dotadas de personal preparado. Por el contrario, hasta una pequeña emergencia como una "banal" epidemia de gripe estacional puede saturar rápidamente las capacidades de un sistema sanitario con los balances bajo presión incluso en los países más desarrollados.
Si las epidemias son seguras, no es segura la capacidad del actual sistema social para afrontarlas del modo adecuado, aprovechando plenamente las potencialidades ofrecidas por los grandes progresos de la medicina y del desarrollo de las fuerzas productivas. Friedrich Engels en 1876 escribió:
«En una sociedad en que los capitalistas individuales producen e intercambian solo por el beneficio inmediato, solo pueden ser tomados en consideración los resultados más próximos, más inmediatos».
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