La guerra de las vacunas

El 2 de marzo comenzaron en Alemania las huelgas de advertencia de los metalúrgicos. Es la forma de acción que el derecho alemán permite en la fase inicial de las negociaciones para la renovación de un contrato: solo prevé paradas de grupos limitados de trabajadores, sin el voto de los miembros, necesario en cambio para procla­mar huelgas de mayor alcance. 
Uno de los sectores más organiza­dos de nuestra clase, con más de 3,8 millones de asalariados, está experimentando la dureza del enfrentamiento contractual en la era Covid. Las posiciones de partida son claramente opuestas. 

La lucha de los metalúrgicos alemanes 

Stefan Wolf, presidente de Gesamt metall, expuso en Handelsblatt del 26 de febrero las intenciones de la asociación de industriales. El resumen figura en el título del artículo: «Este año no hay nada que distribuir». Y explica: «Primero debemos recuperarnos» y, para hacerlo, «hace falta un coste laboral más ventajoso y más flexibilidad». Excluye la posibilidad de reducciones de horas para «dividir el trabajo en varias cabezas». Por el contrario, la exigencia es la de excepciones automáticas del convenio nacional, porque «en ciertas situaciones es necesario actuar rápidamente», sin pasar por las negociaciones, «a menudo largas», con el sindicato.
Desde el frente opuesto IG Metall reitera su petición de un aumento del 4%, que puede utilizarse para reforzar los salarios o, en las empresas en reestructuración, para financiar medidas de salvaguardia de los puestos de trabajo, como la semana laboral de cuatro días. Johann Horn, jefe del sindicato en Baviera, rechaza la solicitud de derogaciones automáticas, afirmando «que está fuera de discusión para nosotros hacer variables los compo­nentes esenciales de la renta según la situación económica de la empresa» ( comunicado del 26 de febrero). 
El diario económico Handelsblatt (3 de marzo) "sugiere", sin embargo, que se juegue el resultado de la controversia justamente sobre la "variabilidad". Admite que el sindicato no puede aceptar otro Nullrunde, una renovación sin dinero, después de lo «engullido» en 2020 debido a la pandemia. Entre los efectos habría habido también una disminución del 2% de los inscritos a IG Metall. Frente a varios grandes grupos que distribuyen dividendos a los accionistas (por ejemplo, Daimler), el aumento salarial tiene sentido. Pero aquí está la cuestión, no para todas las empresas: se debería trabajar en la «diferenciación en el convenio colectivo», con un ojo puesto en las pequeñas y medianas empresas en dificultades. 

Test europeo 

La renovación del convenio de los metalúrgicos alemanes es por tanto un test sobre la capacidad de resistencia unitaria de la clase en la difícil situación actual. Y a hemos visto el resultado del choque contractual similar en Italia: un aumento salarial diluido durante más de cuatro años y absorbible en los "supermínimos", hasta el punto que puede anularse para capas amplias de trabajadores, obreros especializados y empleados. 
Ciertamente, la sucesión temporal de las dos controversias plantea inevitablemente una pregunta: ¿por qué los trabajadores de la misma categoría industrial, en Italia y en Alemania o en cualquier otro Estado europeo, luchan divididos en objetivos análogos? Es el problema de la falta de un verdadero sindicato europeo, y es también un factor evidente del debilitamiento de la fuerza contractual de los trabajadores.

Fuerza decreciente 

La pandemia, por otra parte, llega a los cuarenta años en que la fuerza sindi­cal ha ido disminuyendo. Lo ilustra el documento "Los sindicatos en transición", elaborado por la OIT, la Organización Internacional del Trabajo: un estudio sobre las tendencias a largo plazo. El sindicato paga indudablemente el declive del empleo manufacturero en los países avanzados, sector en el que históricamen­te su presencia ha sido más fuerte. Pero a esta cifra se suma la disminución de la sindicalización en las empresas manufactureras presentes de todos modos: en Europa Occidental continental ( que incluye los grandes países de Alemania, Francia, Italia y España) la misma pasó del 43 al 24% entre 1980 y 2017. 
Un factor "subjetivo" se añade a uno "objetivo": ¿en qué proporción? La OIT realiza una evaluación global de los sindicatos de la industria en 18 países de la OCDE: en unos 40 años han perdido 20 millones de miembros, una cuarta parte de los que tenían, pero la pérdida se de bió en un tercio a la pérdida de los puestos de trabajo y en los otros dos tercios a la disminución de la tasa de inscripción. Este también es el índice de un margen en el que se puede trabajar para subir. 
Un factor que pesa en esta evolución es el recambio generacional: cada año, en los países avanzados, los sindicatos deben sustituir entre el 3 y el 4% de sus miembros. Pero los recién llegados en la última década tienen una sindicalización igual a un cuarto de la de los salientes, que llegaron al trabajo en los años Setenta. Es un dato diferenciado: en Alemania se pasa del 25 al 15%, en Italia del 35 al 8, en España del 30 al 5 y en Francia del 15% a menos del 5%. El resultado es, sin embargo, inequívoco: «La edad media de los afiliados a los sindicatos en los países europeos ha aumentado a 45 años y, por término medio, el 20% de todos los a??lia­dos tiene más de 55 años, sin incluir a los pensionistas». 

Recambio generacional 

Que los jóvenes estén menos sin­dicalizados es un problema abierto. Un factor señalado es la extensión del trabajo atípico, muy extendido entre los recién contratados: por ejemplo, la tasa media de sindicalización de los trabajadores temporales es menos de la mitad de los trabajadores permanentes, 14 frente al 30%. 
Hay que considerar también la presencia de muchos jóvenes inmi­grantes, entre los cuales la sindicalización es por término medio inferior a un cuarto. Y los trabajadores inmigrantes, señala la OIT, «entre 2003 y 2013 contribuyeron al aumento de la mano de obra en un 70% y en un 47%en Estados Unidos». Un componente realmente decisivo para nuestra clase. 
El documento concluye trazando algunas hipótesis, entre ellas la de «revitalización» de los sindicatos. A este respecto, el elemento clave es la duplicación de las tasas de adhesión de los jóvenes menores de 30 años: del 11 al 22%. Entre las herramientas "recomendadas" está el proselitismo anticipado en las escuelas profesionales y en las universidades, antes de entrar en el mundo del trabajo. Una vía ya iniciada por IG Metall en Alemania, donde se practica la formación dual, que combina estudio y trabajo. No en vano, la situación de los aprendices y de los es­tudiantes duales es un punto central de la renovación contractual en curso.

Jóvenes comunistas

Reclutar jóvenes es una perspectiva que, incluso para un sindicato, requiere visión estratégica y organización, dotes en las que algunos sectores sindicales 
no parecen sobresalir. Y el mundo laboral está destinado a cambiar todav1a 
más después de la pandemia. Algunas ideas provienen del estudio McKinsey "El futuro del trabajo después del Co­vid-19", sobre las mutaciones previstas en algunos grandes Estados. En 2030, en Alemania, 10,4 millones de trabajadores tendrán que adquirir nuevas capacidades cambiar de profesión bajo la presión de los procesos de automatización y digitalización acelerados por la pandemia. En Francia serán 6,4 millones.

Pero éste es solo un aspecto del cambio, porque el mundo entero cambiará, en el fuego de las tensiones que animarán la contienda mundial de los nuevos años Veinte. La organización para la defensa del salario y de las condiciones de trabajo solo puede ser una parte de un compromiso que mira al futuro de toda la sociedad, a la lucha por una forma superior de convivencia humana. Los jóvenes pueden sentirse atraídos, porque precisamente los jóvenes serán los protagonistas. 

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